miércoles, 11 de noviembre de 2009

En defensa de Dios, de Karen Armstrong (II)

Vengo de aquí y sigo:

No sólo, empero, han sido los fundamentalistas o, mejor dicho, los políticos los que han desvirtuado la religiosidad al punto de hacerla extraña en el mundo moderno. También los teólogos tienen si no más, mucha culpa.

Nos encontramos entonces que no sólo han sido los intereses políticos los preocupados por imponer una rígida hermenéutica, la propia religión, con el paso del tiempo, ha ido escorándose a una, a la postre letal, visión naturalista del mundo preocupada de entender lo sacro como una dimensión más del mundo, por tanto perfectamente entendible y eso, contra la primigenia forma de entender lo religioso.

Para iluminar este respecto, contemplemos cómo la tradición rabínica tiene un concepto, midrash, para la exégesis bíblica que etimológicamente significa buscar, investigar, ir en persecución de, que en consecuencia implica y promueve la lectura creativa en aras de dinamizar la lectura del texto, no de recolectarlo como si fuera un árbol con unos ineludibles dogmas.

Esta malcomprensión se nota especialmente en el proceso de degeneración denotativa que ha tenido la palabra fe. En un principio no hacía referencia a una proposición descriptiva sostenida sin base empírica sino que apuntaba a un abanico de conceptos como confianza, compromiso, lealtad, que tenían su validez para el manejo de ritos.

Pág.113

Cuando San Jerónimo tradujo el Nuevo Testamento del griego al latín, pistis se convirtió en fides (lealtad). Fides no tenía ninguna forma verbal, por eso para pisteuo Jerónimo usó el verbo latino credo, palabra que derivaba de cor do: doy mi corazón.

No pensó en usar opinor (sostengo una opinión). Y al traducirse la Biblia al inglés, credo y pisteuo se convirtieron en I believe [yo creo] en la versión del Rey Jacobo (1611).

Pero la palabra belief [creencia], ha cambiado su significado desde entonces. En inglés medio, bileven significa apreciar, valorar, estimar. Estaba relacionado con belieben (amar) y el liebe (amado) germanos y el libido latino.

Así pues originalmente creencia significaba lealtad a una persona a la que se está ligado por promesa o deber

Ejemplo paradigmático de esta actitud me parece que es la historia de los judíos que luego de condenar a muerte a Dios, volvieron a orarle cuando llegó la hora, porque leales a Él, porque querían de nuevo indagar por un sentido de su existencia, porque eso implica tener fe, porque las ideas sobre Dios van y vienen, pero la oración, la lucha por encontrar sentido incluso en las circunstancias más sombrías, debe continuar (pág.309) y porque, mientras se tenga fe, la lucha continuará.

Entendido esto, se revela que la fe no es un tipo de estatus epistemológico, no tiene que aparecer en la exploración del mundo, de hecho, ninguna idea religiosa, cuando sus comienzos al menos, se pretendía descriptora de una realidad extramental, por tanto, necesitada de creer aún sin el apoyo del Logos.

No hay que olvidar que es el Logos el que delimita ese dominio de lo intersubjetivo que nos habilita la dimensión social. Sin él, sin coherencia, no hay praxis social sostenible y eso bien lo entendió, también, la tradición rabínica.

Consciente de este hecho y a la vez consciente de la naturaleza real de lo entendido como sacro, la buena teología, la apofática de Pseudo Dionisio, que dominó la tradición teológica católica hasta -por lo menos- Ockham, cortocircuitaba todo intento de comprensión de aquello que se define precisamente como lo que está más allá de la comprensión, sirviendo así a una praxis religiosa centrada en un saber ritual, tácito, que, como el Arte pero también como las religiosas tradiciones orientales, buscaba inducir un estado cognitivo, buscaba cambiar la actitud hacia la vida mientras que a la par se boicoteaba toda fijación de una imagen de la divinidad que, en tanto, humana, peligrosa por idólatra, por ser nomás que una humana proyección de deseos, anhelos, ilusiones prestos a fomentar la disonancia cognitiva cuando hay suerte, cuando no, la barbarie.

Así pensaban los antiguos pensadores cristianos. Escojamos a uno de ellos, Evagrio Póntico, veamos cómo entendía la comuni(caci)ón con Dios, página 137,

La oración no era una conversación con dios ni una inquieta meditación sobre la naturaleza divina; significaba más bien un despojarse de los pensamientos. Puesto que Dios está más allá de todas las palabras y conceptos, la mente debe estar desnuda: Cuando ores, no des forma dentro de ti a ninguna imagen de la divinidad –aconsejaba Evagrio Póntico- y no permitas que en tu mente se estampe la impresión de ninguna forma.

Era posible lograr una aprehensión intuitiva de Dios, algo muy diferente de cualquier conocimiento derivado del razonar discursivo. El contemplativo no debía esperar sentimientos exóticos, visiones o voces celestiales; estas cosas no procedían de Dios, sino de su imaginación febril y solamente servirían para distraerle de su verdadero objetivo: Bendito es el intelecto (nous) que ha alcanzado una libertad completa de las sensaciones durante la oración.

Algunos de los padres griegos consideraban la oración una actividad del corazón (kardia), pero esto no implicaba que se tratase de una experiencia emocional. El corazón representaba el centro espiritual del ser humano, lo que los Upanishads llaman el atman, el yo verdadero.

En el final de su Tractatus, el insigne Wittgenstein nos regala uno de sus legendarios aforismos

6.54 Mis proposiciones esclarecen quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas –sobre ellas- ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella)
Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo

Esa escalera desechable es la teología. Retrotráete a la autoescuela, cuando te enseñan a aparcar en batería, cuando te explican que para maniobrar de forma precisa necesitas: 1)poner a media altura en paralelo el coche con el de justo enfrente del hueco, 2) girar el volante y dar marcha atrás hasta que en el centro de la luna trasera aparezca el foco delantero más cerca de la acera del coche justo detrás del hueco, 3) etc.

Todas ellas instrucciones que no reejecutamos, si acaso inconscientemente, cada vez que aparcamos pues este es un proceso (si se hace bien) que se hace de forma no reglada.

Entonces, ¿qué fueron aquellas palabras sino en su momento necesarias pero ahora desechables escaleras?

Así debe ser la teología pues si la mera conducción de un auto necesita de conocimientos tácitos no inoculables con palabreo, ¿qué no decir de nuestra conducción en la vida y de nuestra intelección de donde deviene la Vida?

Serán los teólogos de la escuela anglosajona, Duns Escoto y Ockham, los primeros en hartarse de ésta oscura tradición teológica de la negación y, haciendo uso de conceptos precisos, denotativos, mecanicistas, en suma, naturalistas, empezar a intentar entender a Dios e incluso demostrar su existencia como si un ser más fuera. Es el principio del fin, es el comienzo de la teología escolástica con su legalismo metafísico tan caro al ateo contemporáneo.

De este modo cuando Feuerbach, en el s.XIX, diga que la divinidad no ha sido más que una proyección humana de nuestras cualidades será creído porque la previa tradición teológica apofática ya se había perdido por el desagüe de la historia a través del torbellino pretendidamente omniexplicativo del naturalismo.

Por cierto, en este contexto apofático, afín a otras religiones como la taoísta, budista, etc., en definitiva, con esta praxis idéntica al resto de fenómenos religiosos, es donde hay que entender los dogmas que en tanto que religiosos no son, como hemos dicho, proposiciones sobre el mundo sino barreras a idólatras vías de pensamiento.

De este modo, la santísima trinidad no es un politeísmo encubierto sino una manera de impedir una concepción de la divinidad como un ser más que es, ya lo sabrán quienes lean este blog de normal, la errónea asunción que ha dominada las disputas de teólogos y ateos en los últimos, por lo menos, mil años.

O, también, la creación ex nihilo, con su contraintuitiva afirmación de que algo sale de la nada es una manera de impedir una concepción de la Naturaleza en la que Dios esté incrustada en Ella puesto que al estar separado de Ella, al ser creada desde Él, carecerá de sentido encontrar lo divino desde el prisma naturalista.

Pero, página 136,

esto no significaba que sólo se tuvieran que creer estas verdades insondables; al contrario, había que esforzarse para lograr la calma mental que hacía de la experiencia del no saber una realidad numinosa en la vida

No es casual que Newton tuviera repugnancia al dogma de la santísima trinidad. Será en él y en esa época cuando definitivamente se liquide la ya entonces moribunda praxis apofática, donde la teología funcionaba a modo de koan zen, para entrar ya en la Ilustración, en una concepción de lo religioso en donde la divinidad se verá como a un ser, un relojero, un encargado de mantenimiento, en cualquier caso todo algo muy natural, con una función perfectamente entendible, consecuentemente, con una existencia decididamente demostrable.

Había nacido el deísmo. Había nacido el Dios de los Huecos. Estará allí donde llegue nuestra ignorancia. Con el paso del tiempo ya no estará:

No he necesitado esa hipótesis, Sire.

Y es que como la propia Karen dice, pág.309:

La idea de Dios es meramente un símbolo de la trascendencia indescriptible, y ha sido interpretada de maneras diferentes a lo largo de los siglos. El Dios moderno –concebido como Creador todopoderoso, Causa Primera, persona sobrenatural entendida de manera realista y demostrable racionalmente- es un fenómeno reciente. Nació en una época más optimista que la nuestra y refleja la esperanza firme de que la racionalidad científica pueda colocar los aspectos aparentemente inexplicables de la vida bajo el control de la razón:

Fue la Iglesia en su espejismo quien trato de naturalizar, hacer accesible al Logos la divinidad quien abrió la escotilla al descreimiento:

La tradición de Dionisio, Tomás, Eckhart había estado tan sumergida durante el periodo moderno que la mayor parte de las congregaciones religiosas la desconocían. Tendían a pensar en Dios a la manera moderna, como una realidad objetiva, ahí fuera, que podía ser clasificada como cualquier otro ser.

Durante la década de 1950, por ejemplo, aprendí de memoria esta respuesta a la pregunta ¿Qué es Dios? en el catolicismo católico romano: Dios es el espíritu supremo, que existe por sí mismo y es infinito en todas sus perfecciones.

Probablemente, Dionisio, Anselmo y Tomás se resolverían en sus tumbas al oírlo. El catecismo no dudaba en afirmar que era posible tomar aliento y definir -palabra que significa literalmente poner límites- una realidad trascendente que debe exceder todas las palabras y conceptos

La divinidad es un misterio pero en este sentido la distinción, citada en el libro, de Gabriel Marcel entre problema y misterio tal vez pueda sernos de ayuda para no recaer en dogmas inamovibles, en idolatrías peligrosas:

Un problema es algo que encuentro que me impide el paso, por el contrario, un misterio es algo en lo que me encuentro atrapado, y cuya esencia no está ante mí en su totalidad. Un misterio, continuaba Marcel, es algo en lo que estoy implicado y, por lo tanto, sólo puede ser pensado como una esfera en la que la distinción entre lo que está en mí y lo que está ante mí, pierde su sentido y validez esencial.

Una distinción, empero, que obviamos cuando reducimos a Dios a mero ser que está ahí fuera, a mero problema científico, y no, la fe no es la solución a esos misterios (Si has creído eso relee la anotación, ¡no!, mejor, lee el libro) porque no se dejan problematizar.

Pero sí, es en la lidia con lo misterioso donde aparece la fe, no para inteligir algo sino, como recién vimos en la parábola de los judíos que juzgan a Dios, para renovar fuerzas con las que cargar la piedra al día siguiente, para lidiar con el día siguiente.

Tal vez otra historia, ésta de Victor Frankl, auténticamente desarrollada en los campos de concentración porque superviviente, sea ilustradora de este religioso conflicto vital.

Estamos en un campo de concentración, en una tarde, en la vuelta a los barracones, cuando el sol se depone y en su agonía se trazan las característicamente sublimes gradaciones de luces del crepúsculo para que Frankl, y el resto de prisioneros, se queden durante unos minutos en un exultante silencio contemplando arrobados la bella estampa.

El silencio es finiquitado cuando un compañero de penurias melancólicamente exclama:

"¡Qué bello podría ser el mundo!"

En ese podría anida lo numinoso.

5 comentarios:

pseudopodo dijo...

Magnífica exposición, Héctor. Ya me he comprado el libro, auque que lo lea pronto dependerá de que adopte la estrategia FIFO o la LIFO con la pila de "pendientes" :-)

Sobre Laplace, voy a hacer una vez más publicidad: conté la anécdota (y otra más) aquí.

El aforismo de la escalera ya lo conocía, pero lo que me gustaba de tu mención en el post anterior es la explícita referencia a la ortodoxia como escalera. Aquí queda más claro aún. Aunque yo advertiría que es un peligro conducir sin haber pasado por la autoescuela, o usar como esclera cualquier invento improvisado. De ahí la necesidad de la ortodoxia.

Héctor Meda dijo...

Gracias Pseudópodo y sí, las autoescuelas son necesarias y hay autoescuelas y autoescuelas pero lo importante es que lo impartido allí es verificable.

Karen dirá que la prueba de fuego de toda sana religiosidad es una impoluta conducta ética (por ejemplo: la tradición rabínica (otra vez) dirá que toda interpretación bíblica tiene que ser congruente con la regla dorada y eso vale para expurgar u obviar los excesos deuteronómicos y para acallar a aquellos que nos dicen que Yahweh es un malo de peli.

Por cierto, una cosa que se me ha olvidado anotar, pero tal vez porque con la moral resulta tentador convertir en idolátrico la idea de Dios al rebajarlo a un mero Castigador, es que Karen defiende en todo momento la vertiente ética de las religiones, es más, hace pivotar a éstas sobre aquella y lo hace aún admitiendo que nuestros principios morales son instintivos pero así como hemos creado la Alta Cocina desde el instinto de alimentación así también en un ejercicio continuamente creativo y no kantiano hemos creado una moral religiosa.

Termino ya y a ver si soy ser breve.

Puedes colgar todas los links que te apetezca, es más, te los agradezco. El último no lo tenía leído aunque la sorpresa final -la anécdota es apócrifa- me lo intuía XDD

Y me ha impactado tu mención a FIFO y a LIFO, pensé que eran conceptos que sólo usábamos los frikis informáticos XDDD

pseudopodo dijo...

FIFO y LIFO eran un giño a un friki como tú ;-) Pero va a ser LIFO, porque ya lo he empezado a leer..

Héctor Meda dijo...

Después de tanto bombo y platillo, miedo me da que no te guste...

De todos modos, cuentame luego, por favor, cuando lo termines qué te pareció

Anónimo dijo...

Todo lo expuesto, las citas del texto de Amstrong y los comentarios aparecen inteligentes. Pero contienen muchas verdades a medias.
Cierta es la deformación de fe a términos cognitivos pero esto es para críticos superficiales y excreyentes; nadie con fe entiende que ésta es una simple recitación de fórmulas, sólo desde fuera de la fe se tiene tal concepto.
Cierto es que se ha externalizado mucho a Dios, pero una cita de catecismo -fuera de contexto además- no sirve para demostrar nada; el Dios hombre como dijo san Agustín es más íntimo al yo que el yo mismo y todo creyente cree esto aun cuando no esté en ningún dogma. La unidad Dios-hombre es total o mejor es un círculo sin solución de continuidad con lo que llamamos Ser Supremo, diferenciable del hombre; diferenciable y no diferenciable, esto le gustaría a Wittgenstein. Estas grandes paradojas no son tales en una visión de eternidad, resultan paradojas desde la limitada perspectiva humana.
Amstrong, a pesar de toda su incisividad, que sin duda ganará adeptos entre los cuantiosos excreyentes españoles, porque les "tira" a pesar de todo el reino perdido, es humana y no puede sin fe de la de verdad salvar las paradojas imposibles. Sin fe de la de verdad puedes tener toda la cultura religiosa y filosófica que quieras que tu inteligir no se sube a la transportadora universal del conocimiento divino y así queda en tierra.