Existe una celebérrima frase en arquitectura dicha por Le Corbusier, a saber:
La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes reunidos bajo la luz
Una frase, más bien una idea, que tiene a bien, entre otros menesteres, enfatizar la importancia de la iluminación natural en la construcción de un edificio y cómo, meramente manipulando, descubriendo, creando volúmenes, dichos juegos de luz tienen diferente efecto según sea la inspiración del arquitecto.
Contémplese la capilla de Ronchamp, contémplese como desde su particular juego de volúmenes emerge una claridad de tintes numinosos. Compárese ahora este hito arquitectónico del s.XX con cualquier grisáceo edificio de los que jalonan las ciudades a modo de cicatriz. Podrá no haber sido construido con piezas prefabricadas y por tanto haber tenido una construcción gradual, podrá estar hecho de hormigón, piedra y cristal y por tanto con idéntica construcción que la de la ermita de Ronchamp pero aún así, a pesar de su construcción gradual, a pesar de su idéntica materialidad será cuali-tativamente diferente de la obra maestra de Corbusier porque en ésta hay detrás una práctica de diseño cuyo curso es cualitativamente diferente. Gracias a la misma nace una luz etérea mientras que en el anónimo edificio de la urbe sólo ha lugar una cinérea funcionalidad.
Esto, que queda claro en arquitectura, ¿por qué se obvia cuando se llega a la neurobiología? ¿Por qué se recoge que la construcción gradual y materialmente idéntica del cerebro de, pongamos, la rana es cualitativamente idéntica a la del nuestro y por qué cuando al evaluar edificios dichos parámetros son (más bien pueden ser) irrelevantes?
Todo esto viene a discusión porque quiero polemizar con muchos naturalistas que desde Darwin vienen defendiendo la idea de que entre los animales y nosotros no hay diferencias cualitativas al estar hechos con los mismos materiales, al estar hechos gradualmente pero obviando de esta forma que hemos seguido cursos de diseño disímiles que necesariamente habilitan diferentes juegos de claridad perceptiva.
En el caso del veganismo, donde este vacío perceptivo se materializa en hilarantes conductas morales contrarias a nuestra naturaleza omnívora, urge estudiarlo más de cerca porque afirmar ufano que un chimpancé tiene el mismo derecho que Fulanito y Menganito, ambos humanos, significa que así como, y pensemos en un rescate de emergencia, no habría criterio alguno que justificase moralmente anteponer la vida de Fulanito sobre la de Menganito y viceversa, bajo el prisma vegano entonces, tampoco lo habría en el caso del mono y Fulanito o Menganito.
No creo que nadie pueda sostener eso seriamente. Ahora bien, si en nuestras teorizaciones sociopolíticas y/o morales, nuestros instintos más elementales desafinan entonces resulta que falla algo y esto, por cierto, no es trivial dado que, lo aceptemos o no, nuestros instintos más graves son los irreemplazables bajos de nuestra armonía social.
Contémplese la capilla de Ronchamp, contémplese como desde su particular juego de volúmenes emerge una claridad de tintes numinosos. Compárese ahora este hito arquitectónico del s.XX con cualquier grisáceo edificio de los que jalonan las ciudades a modo de cicatriz. Podrá no haber sido construido con piezas prefabricadas y por tanto haber tenido una construcción gradual, podrá estar hecho de hormigón, piedra y cristal y por tanto con idéntica construcción que la de la ermita de Ronchamp pero aún así, a pesar de su construcción gradual, a pesar de su idéntica materialidad será cuali-tativamente diferente de la obra maestra de Corbusier porque en ésta hay detrás una práctica de diseño cuyo curso es cualitativamente diferente. Gracias a la misma nace una luz etérea mientras que en el anónimo edificio de la urbe sólo ha lugar una cinérea funcionalidad.
Esto, que queda claro en arquitectura, ¿por qué se obvia cuando se llega a la neurobiología? ¿Por qué se recoge que la construcción gradual y materialmente idéntica del cerebro de, pongamos, la rana es cualitativamente idéntica a la del nuestro y por qué cuando al evaluar edificios dichos parámetros son (más bien pueden ser) irrelevantes?
Todo esto viene a discusión porque quiero polemizar con muchos naturalistas que desde Darwin vienen defendiendo la idea de que entre los animales y nosotros no hay diferencias cualitativas al estar hechos con los mismos materiales, al estar hechos gradualmente pero obviando de esta forma que hemos seguido cursos de diseño disímiles que necesariamente habilitan diferentes juegos de claridad perceptiva.
En el caso del veganismo, donde este vacío perceptivo se materializa en hilarantes conductas morales contrarias a nuestra naturaleza omnívora, urge estudiarlo más de cerca porque afirmar ufano que un chimpancé tiene el mismo derecho que Fulanito y Menganito, ambos humanos, significa que así como, y pensemos en un rescate de emergencia, no habría criterio alguno que justificase moralmente anteponer la vida de Fulanito sobre la de Menganito y viceversa, bajo el prisma vegano entonces, tampoco lo habría en el caso del mono y Fulanito o Menganito.
No creo que nadie pueda sostener eso seriamente. Ahora bien, si en nuestras teorizaciones sociopolíticas y/o morales, nuestros instintos más elementales desafinan entonces resulta que falla algo y esto, por cierto, no es trivial dado que, lo aceptemos o no, nuestros instintos más graves son los irreemplazables bajos de nuestra armonía social.