El embrujo liberal
Antaño los brujos de las tribus determinaban, desde su autoerigida autoridad, el contenido del corpus de conocimientos de la sociedad en la que estaban inscritos: determinaban por extensión la naturaleza del mundo para sus cohabitantes.
Ese monopolio de la información era, obviamente, un instrumento in-parangonable para el poder, también, por cierto, un instrumento in-eludible para el poderoso.
Y claro, no han faltado quienes -no estoy interesado en nombrarlos- han analogado la servicial relación del brujo para el jefe tribal con una ciencia al servicio del capitalismo burgués de modo que, realmente, lo científico no sería más que un mito más cuya naturaleza epistémica no sería cualitativamente diferente de la del resto de narrativas sobre el mundo.
El científico, en suma, como un brujo pequeñoburgués; tal es la desquiciadamente conspiranoica visión de algunos.
Reforzando esta idea estarán las diferentes, a la postre fallidas, exploraciones en busca de un sólido criterio de demarcación entre la ciencia y la pseudociencia.
Hoy, de normal, se asume que dicho criterio no es claro, y a pesar de que en casos extremos sí lo sea, y a pesar de que en casos como entre la física y la cafeomancia sí se pueda distinguir lo caprichoso de lo complejo.
Lakatos, ya despreocupado o cansado de tratar de encontrar un criterio normativo que distinga a la ciencia de lo pretendidamente ciencia, se preocupará nomás de encontrar un criterio primeramente descriptivo.
Así constatará que históricamente lo que ha caracterizado a toda teoría científica es su progresividad empírica para continuación poder ahora enunciarse un criterio normativo, porque distintivo de toda teoría científica, que será el preguntarse si la teoría tiene progresividad empírica y sucediendo que si la respuesta es afirmativa entonces es que estamos ante una teoría científica.
Esto implica que la ciencia no necesita ningún auxilio político, no necesita de ningún criterio de demarcación a imponer, no necesita que le construyan ningún tangible muro excluyente porque es una institución social a la que le basta para germinar a largo plazo el estar inserta en un descentralizado entramado socioeconómico, caldo de cultivo sobre el que florecerán aquellas praxis teóricas predictivas y que porque predictivas, donantes de progreso tecnológico y que porque donantes de progreso tecnológico, manipulativas del entorno y que porque manipulativas del entorno, supervivientes y supervivientes porque justo al contrario de los grandes monumentos al onanismo mental que a razón de su esterilidad tecnológica acabarán espantando toda sedimentaria afluencia económica.
Anotado todo esto, la idea de la ciencia como correlato del liberalismo burgués no será, como al principio creí, una alucinada forma de caricaturizar el liberalismo, la sociedad abierta, antes bien, dicha idea la caracteriza porque, efectivamente, la praxis científica como modo estándar de explorar el mundo, lejos de haber surgido a razón de ser promocionada desde instancias políticas, coercitivas; constituiría el modo natural de entender la realidad cuando dicho explorar se deja al albur de una comunidad investigadora unida de forma autointeresada.
Resultaría así que en el teorizar, como en la moral, como en la lengua, como en el resto de instituciones sociales, cuando descentralizadas quedan, lo habido en ellas -en este caso lo científico- florece gracias, no a una manipulación irrisible sino a la mano invisible.
La ciencia nacida no porque brujería burguesa, sino porque parte del embrujo liberal.
Ese monopolio de la información era, obviamente, un instrumento in-parangonable para el poder, también, por cierto, un instrumento in-eludible para el poderoso.
Y claro, no han faltado quienes -no estoy interesado en nombrarlos- han analogado la servicial relación del brujo para el jefe tribal con una ciencia al servicio del capitalismo burgués de modo que, realmente, lo científico no sería más que un mito más cuya naturaleza epistémica no sería cualitativamente diferente de la del resto de narrativas sobre el mundo.
El científico, en suma, como un brujo pequeñoburgués; tal es la desquiciadamente conspiranoica visión de algunos.
Reforzando esta idea estarán las diferentes, a la postre fallidas, exploraciones en busca de un sólido criterio de demarcación entre la ciencia y la pseudociencia.
Hoy, de normal, se asume que dicho criterio no es claro, y a pesar de que en casos extremos sí lo sea, y a pesar de que en casos como entre la física y la cafeomancia sí se pueda distinguir lo caprichoso de lo complejo.
Lakatos, ya despreocupado o cansado de tratar de encontrar un criterio normativo que distinga a la ciencia de lo pretendidamente ciencia, se preocupará nomás de encontrar un criterio primeramente descriptivo.
Así constatará que históricamente lo que ha caracterizado a toda teoría científica es su progresividad empírica para continuación poder ahora enunciarse un criterio normativo, porque distintivo de toda teoría científica, que será el preguntarse si la teoría tiene progresividad empírica y sucediendo que si la respuesta es afirmativa entonces es que estamos ante una teoría científica.
Esto implica que la ciencia no necesita ningún auxilio político, no necesita de ningún criterio de demarcación a imponer, no necesita que le construyan ningún tangible muro excluyente porque es una institución social a la que le basta para germinar a largo plazo el estar inserta en un descentralizado entramado socioeconómico, caldo de cultivo sobre el que florecerán aquellas praxis teóricas predictivas y que porque predictivas, donantes de progreso tecnológico y que porque donantes de progreso tecnológico, manipulativas del entorno y que porque manipulativas del entorno, supervivientes y supervivientes porque justo al contrario de los grandes monumentos al onanismo mental que a razón de su esterilidad tecnológica acabarán espantando toda sedimentaria afluencia económica.
Anotado todo esto, la idea de la ciencia como correlato del liberalismo burgués no será, como al principio creí, una alucinada forma de caricaturizar el liberalismo, la sociedad abierta, antes bien, dicha idea la caracteriza porque, efectivamente, la praxis científica como modo estándar de explorar el mundo, lejos de haber surgido a razón de ser promocionada desde instancias políticas, coercitivas; constituiría el modo natural de entender la realidad cuando dicho explorar se deja al albur de una comunidad investigadora unida de forma autointeresada.
Resultaría así que en el teorizar, como en la moral, como en la lengua, como en el resto de instituciones sociales, cuando descentralizadas quedan, lo habido en ellas -en este caso lo científico- florece gracias, no a una manipulación irrisible sino a la mano invisible.
La ciencia nacida no porque brujería burguesa, sino porque parte del embrujo liberal.
Comentarios
Saludos -comunicate-
Bueno, este post apenas sigue una intuición súbitamente ocurrida y rápidamente ejecutada. No pretende más aunque, efectivamente, un poco de background histórico se agradecería.
No obstante, en el caso de la URRSS la tésis se ilustra aún mejor pues basta mentar al Lysenkoismo para entender cómo a los políticos les encantó siempre tener a los brujos de su parte.
Sierra,
Sí, dice bien pero en parte, pues como dice Proust, ninguna individuo disfrutó o pudo disfrutar tanto de las catedrales como el ateo del s.XX pues tenía un bagaje cultural históricamente único, un bagaje, por cierto, que nos permite escuchar a Mozart, ver a Velazquez, leer a Shakespeare, todas ellas vivencias también por qué no sacras, que, por primera vez, se pueden disfrutar sin tener sangre azul.
Nunca, huelga decir, hubo tiempos fáciles y no me atrevería a decir que éstos sean los más difíciles. En último lugar, como medida ultra desesperada, siempre nos queda emborracharnos los sábados a la noche para encontrar algo de magia XDD