jueves, 11 de marzo de 2010

Euskadi is different

Me encanta el tren. En una entrevista, el insigne Umberto Eco dijo que en ese medio de transporte era el único lugar donde aún podía pensar. Me pasa lo mismo. También es de los pocos lugares donde uno puede leer. Bueno, a veces. O donde ejercer la criptozoología, y con esto me refiero a observar a seres peculiares, únicos, casi todos de la especie sapiens pero con su intransferible idiosincrasia como el borracho que cuenta batallas de la mili. Lo he oído. O el vagabundo vestido de mujer que parece sufrir el síndrome de Diógenes a la vista de lo que lleva en el carrito de supermercado que carga siempre encima. Lo he visto. O el gitano que monta un numerito al supervisor porque no va a pagar un billete (apenas cuesta un euro) que no tiene pero porque, ¡cuidado!, recién lo ha perdido y que a ver esa chulería y esas acusaciones que delante está la churri y uno tiene un honor y una imagen. Lo he vivido.

De esta galería de especímenes recuerdo con cariño a una gallega -por su acento-, treintañera -por su aspecto-, viajando con su familia -por su cercanía-, en el mismo tren que yo -por lo visto-. Recuerdo que había comenzado el viaje imagino que convencida de que estaba en un lugar especial, singular, diferente ya que a falta de cámaras que inmortalizasen el momento, se dedicaba a abrir los ojos con una intensidad apenas parpadeada, como memorizando cada instante mientras emitía algún tipo de comentario elogioso o exclamaciones a secas al ver los caseríos o los montes, las ovejas o los bosques típicamente vascos.

En un momento dado, acabada la embriagadora novedad y saturada del verdor de los prados, recapacita para sufrir de repente una relevación que, con generosidad impagable, llegaría a compartir con el resto (hay que leerlo con acento gallego): "¡Carallo! ¡Mirad qué verdes los campos! ¡Cómo que esto no es España! ¡Si es idéntico a Galicia".

¡Sí, señor! Un comentario tan surrealista -creo que uno de los más inverosímiles que he dado en oír en mi vida- sólo puede ser real. Este es un ámbito en donde siempre pierde la ficción. Tal vez la muchacha esperase que la hierba fuera gris porque sólo entonces tendría sentido luchar por conseguir una frontera para cercar nuestro país como buscan los nacionalistas vascos pero, hete aquí, que en la zona norte de la península ibérica existen similitudes ecológicas que niegan de raíz todo proceso de autodeterminación. Hay que decirlo, en el fondo, la gallega no se diferenciaba en su españolismo de los nacionalistas vascos: ambos creyendo en naciones, ambos creyendo que cada país tiene su singularidad incomparable, su alma propia, que hay que proteger, defender, aislar; sólo que unos llegan a verla y la otra no; y sin embargo yo me quedo con ella porque conscientemente pero a su manera, articuló un argumento unionista de irrefutable rotundidad.

No obstante, en el fondo seguía con su complejo de Miranda, es decir, convencida de estar en un brave new world, porque ya en el metro, siguió regalándonos monumentales ejemplos de lo que es tener un sesgo confirmacional. Así, en un instante, al ver en un asiento un periódico de estos gratuitos que reparten en la boca del metro, anotó el curioso y singular hecho de que aquí, en los asientos del metro, en un alarde ejemplar de hospitalidad, se ponen estos diarios para el disfrute de los viajeros. Entonces ya por caridad hermenéutica, o bien por joder, quién sabe, intervine para corregirle, para decirle que no, que me temo, ese es un periódico que alguno habrá dejado deliberadamente ahí después de haberlo leído pero que no había más casos y que de hecho, mira, no hay más periódicos. Y, bueno, la verdad es que no me respondió nada, me sonrío cortés, eso sí, no muy convencida de que tuviera razón, supongo que ni siquiera convencida de que fuera auténticamente bilbaíno y ahora, en perspectiva, pienso que en aquella mirada tal vez tuviera razón. Bilbao y sus bilbaínos están, estarán digo yo, hechos de otra pasta, aunque no lo vea, si no ¿a qué eso de pretender ser un país aparte? Pero buscando caprichosamente hasta en el asiento del metro la firma identitaria de un país, aquella gallega, inconscientemente pero a su manera, articuló de nuevo un argumento unionista de irrefutable rotundidad.

16 comentarios:

Sierra dijo...

Cuando pienso que mi país está jodido siempre me acuerdo de España y me digo: «cierto, lo nuestro no es tan terrible: no tenemos españoles ni argentinos».

¿Me echaba de menos?

Héctor Meda dijo...

Sí, que se le echa de menos sí porque, entre otras cosas, se fija también en lo formal que siempre es necesario para realmente comprender lo que quiero decir (creo).

En cuanto a Chile y Sudamérica en general, bueno, cuando vinieron Evo Morales y demás gente y hubo un revival del indigenismo, temí por el continente pero veo que afortunadamente todo quedó en un susto. Los problemas nacionalistas siguen siendo monopolio del Viejo Continente.

Malena dijo...

Ya, pero si nos convencés a todos de que el pasto de bilbao no es distinto al de madrid, entonces deberemos aceptar que tampoco es muy distinto del de francia, o del de chile, o del de argentina (mal que le pese a sierra :P). ¿Y qué hacemos con nuestros pobres, inocentes y manipuladores estados, que vienen desde hace dos siglos tratando de convencernos de que un montón de nimiedades nos vuelven "únicos"?

Héctor Meda dijo...

¿Qué que hacemos una vez entendido que nuestros pastos vascos no se diferencian del de los franceses o los alemanes? Pues Europa :-P

Malena dijo...

¿Y Bulgaria, Rumania, Ucrania, Rusia? ¿Son o no son?
Disculpe, sr. Hector, pero me parece que si el pasto crece igual en Bilbao y en Tokio entonces no tiene sentido distinguir entre Europa, Asia, Africa y America (hablando en términos políticos, claro está) Quedarse a mitad de camino en los mega-estados nacionales tipo la Unión Europea es lo mismo de siempre.

Héctor Meda dijo...

Hombre, no se trata de borrar los estados porque uno no es anarquista y no por un prurito romántico filoestatista sino porque no hay otra forma de logar sociedades estables en el tiempo.

Ahora bien cuáles y por qué las fronteras es lo que yo considero arbitrario, bueno, entiéndaseme, históricamente rastreable su origen pero sólo defendibles por causas mayores, esto es, de eficiencia.

Así, es más fácil gestionar un España-Francia que un España-Argentina. Simplemente por cercanía geográfica porque obviamente, como en las empresas, hay un tamañó límite, un punto en el cual el volumen de información es tal que no es posible gestionarla de forma centralizada. No se trata de que haya que borrar las fronteras sino de desechar el carácter místico de las mismas y, en la medida de lo posible, difuminarlas.

Por volver a mi doméstica realidad: yo no le niego a Euskadi su autonomía que para ciertos aspectos locales resulta preferible pero en otros, por ejemplo, en cuanto a proteccionismo (cultural o no) agradezco que existan órganos superiores desde el estado que lo veten y otro tanto a nivel europeo.

En última instancia, con el tema de derechos humanos, Amnistía, y otras instituciones más nos acercamos a una suerte de gobierno común sostenible pero se trata, en definitiva, de transferencias de ciertas políticas y no la idea de un supragobierno no sé si materializable. Pero la idea contraria, afín al nacionalismo vasco, de hacer de este país, de un país, un lugar aislado, aparte, donde poder imponer monopolísticamente una determinada cultura e idioma; me parece equivocada y cuando defendida, pues hecho de la forma pueril en que más o menos lo hace inconscientemente la gallega del post, esto es, imaginando una justificación cuasiplatónica para el proceso de desanexión.

Malena dijo...

Releyendome, creo que no fui en absoluto clara. No estoy defendiendo un estado mundial ni tampoco el separatismo vasco: estoy haciendo notar que "el argumento de la chica del tren" (a falta de un nombre mejor) no parece válido.
Entiendo, y comparto que las fronteras sean impuestas de manera arbitraria. Y también creo que en general los argumentos que dan los separatistas vascos no son muy convincentes. Pero tampoco sirve la reflexión de que el país vasco no es fundamentalmente distinto al resto de España - pues a nadie le importa si las cosas son muy distintas o muy iguales (cultural, política, lingüistica, económica o socialmente, y varios etcéteras)a la hora de establecer fronteras. Nuestros límites, los de todos nuestros países, se han establecido a los tumbos, y las mantenemos de ese modo porque es lo más sencillo.
Si queremos que el país vasco forme parte de España podemos hablar de simplicidad económica, de cercanía territorial, incluso podemos decir que porque venimos haciendo las cosas así hace muchos años y sería muy complicado cambiarlas. ¿Pero que hay muchas cosas similares, incluso la mayoría? Lo siento, el argumento no me convence. Siento que para hacerlo válido habría que extrapolarlo a todo el planeta - cosa que a todos nos parece imposible por el momento.

Sierra dijo...

Mi punto de vista es pancultural. Es un neologismo que me acabo de inventar, pero suena top.

Creo que compartimos una visión del Estado como mera gerencia, que debe disponer asuntos de utilidad pública, no decidir, como verbi gratia fundamental, la planificación de la cultura.

Sobre este punto, justamente, el nacionalismo vasco, o cualquier otro, me parece una estupidez peligrosa: ¿quieren ser un estado para conseguir una unidad territorial político-cultural (es decir, que el idioma y las demás costumbres tengan su correlato estatal)? Creo que la cultura no necesita defensa: o está viva, en cuyo caso no necesita que se la fortalezca, mucho menos que se la regule; o las circunstancias que la produjeron han desaparecido, con lo cual también es natural que ella se extinga, como es natural y evolutivo que suceda.

Querer defender una cultura moribunda es como tratar de resucitar a los dinosaurios, al mamut o al dodo: la evolución los mató (simplifico, claro), traerlos de vuelta no es natural.

Y que conste que lo digo con un gran peso en mi alma: ¿es la música académica, por ejemplo, una cultura moribunda? ¿No es una pesada carga tener que verla morir? Y, sin embargo, si muere, ¿no es porque su público ha desaparecido? Conque, si su público desapareció: ¿a qué mantenerla a costa del Estado?

No sé si se ha entendido este razonamiento, sé que no es muy claro.

De modo que yo voto por una unidad cultural, que no política (porque creo que la política debiera ser una gerencia, nada más) de todo occidente. Por otra parte, que se produzca o no es algo que no debiera preocupar a ningún Estado: sucederá o no sucederá según evolucionen naturalmente las cosas.
Esto del panoccidentalismo me viene dando vueltas en la cabeza últimamente... Me fascina.

Por lo demás, Malena, le aseguro que el pasto de aquí es mejor que el de ustedes. Mucho mejor. Más verde, sin duda. ;)

Sierra dijo...

Como preocupante aparte, Héctor, el indigenismo es un producto cultural que a los europeos les encanta exportar. Si estos últimos años ciertos grupos indígenas se han puesto violentos y absurdamente exigentes, es porque a algún europeo con demasiado tiempo libre se le ocurrió que tenía que exportar la idea de la revolución y de la identidad racial y otras ideas brillantes a un paso de Hitler.

Héctor Meda dijo...

Sierra,

Básicamente estoy de acuerdo y si no firmo in totum el comentario es por el párrafo de la música académica que a mi, como ya le he comentado otras veces, no me parece tan muerta

Malena,

Más o menos lo que comenta Sierra. No se trata que la distinción cualitativa entre lugares legitime el status quo sino que deslegitima, a mi parecer, cualquier curso de acción que olvide la existencia de las fronteras como algo arbitrario a mover según criterios estrictamente pragmáticos.

No es que diga "sí a España" porque en su haber haya territorios similares sino que digo "no a Euskadi" y a cualquier nación que quiera afirmar su identidad porque la considere algo real y no una entelequia histórico-jurídica que ha facilitado y debe facilitar las gestiones político-económicas (v.gr: gracias al euro no tenemos a un presidente tirando por los suelos la moneda española para atajar el paro)

Y no invento la argumentación nacionalista, sé de más casos, sin ir más lejos mis colegas que cuando van a merendar a un monte de por aquí no dejan pasar nunca la oportunidad de comentar, luego de contemplar un paisaje compuesto nomás de montes verdes y caseríos aislados, lo excepcionalmente bello de un lugar como Euskadi y cómo la civilización (lo sé tópico pero ¡juro que real!) lo está echando a perder.

En última instancia, simplemente quería registrar una anécdota y tratar de sacarle el mayor jugo posible, bien sea de sabor humorístico, bien político-filosófico, y siempre sin perder fidelidad a lo realmente acontecido. En su momento pensé que aquella mujer, sobre todo en el metro, registraba ciertos hechos porque asumía que el lugar era diferente y al instante pensé que dicho apriorismo cuasimetafísico es el que acaba generando el nacionalismo.

Sierra dijo...

Tampoco creo que la música académica esté realmente moribunda. Si uno saca cuentas basándose méramente en los números, creo todo lo contrario: se edita mucha música académica, se dan muchos conciertos, y la gente asiste a ellos.

Que esté muerta es un tópico que le gusta a los críticos de dominical, los mismos que van por el mundo clamando la muerte de la novela mientras El código DaVinci vende millones de copias: contradicción absurda.

Pero dicha contradicción parte precisamente de este hecho: Dady Yankee vende miles de copias mientras Stravinski unas pocas cientas. «¡Antiguamente!», dicen, «¡era todo lo opuesto! ¡La gente era más culta!». Lo que dejan de considerar, claro, es que antiguamente la adquisición de música o libros estaba vedada a la mayor parte de la población, que, una vez ganado el acceso, evidentemente no se abalanza sobre Stravinski, sino sobre lo que está al alcance de su cultura.

Baricco usa la analogía del huevo: crece la clara (Dady Yankee), pero también la yema (Stravinsky) aunque permanezca siempre más pequeña que la clara.

De todos modos, yo sí veo una clara amenaza para la música académica en la merma de la interpretación. Es sabido que mi fetiche es el violín: aunque pueda decir excelentes cosas de Perlman y Mutter, es muy poca cosa comoparada con la edad de ero, en que Oïstrakh, Kogan, Heifetz, Milstein, y un muy largo etcétera, daban conciertos por todas partes.

También es amenazadora —aunque esta discución ya la hemos tendio— la vanguardia musical que aún se mantiene mal que mal. La atonalidad, la música serial, la dodecafonía, etcétera, alejan a la música del público y, con eso, la vuelven una antigualla cultural condenada a la extinción —como los tigres dientes de sable— por las propias cualidades que le dan su naturalezaa.

Esto no venía a cuento, claramente, pero...

Sierra dijo...

Meé fuera de tiesto, como de costumbre. Lo que quería decir con el punto sobre la música es lo siguiente:

Si la música académica estuviese realmente en vías de extinción, y si adoptamos respecto de la cultura un punto de vista adapatativo-evolutivo (como se quiera), entonces tendríamos que estar también dispuestos a aceptar que desaparezca. Y no llorar por subsidios estatales para "salvarla". Si está moribunda es porque su público ha desaparecido; luego, ¿por qué habría que salvarla? ¿Tendríaos que volver a las representaciones de Esquilo, sobre coturnos y en máscaras, solo por su valor intrínseco para la cultura? El público ha muerto, debe morir su expresión.

De todos modos, es curioso observar que el público de Mozart, por ejemplo, está muy muerto; pero su música sigue viva en parte porque accede a valores que no son solo los de la clase para la que fue creada, sino valores de una cultura que corre mucho más profunda: la occidental ——no digo «valores humanos», como se ha hecho muchas veces, porque lo creo una conclusión presipitada.

También hay que observar que unos compositores están más vivos que otros: si aplicamos el razonamiento anterior podemos sacar de ello conclusiones interesantes.

Lo mismo se aplica para la literatura; de nuevo podríamos hablar de Esquilo.

Malena dijo...

Sierra:
Compartimos visiones sobre el estado, pero no creo que la música académica haya muerto, en absoluto. Es cierto que no tiene tantos oyentes como la rubia chillona de turno, pero sí sostiene un complicadísimo sistema académico de musicólogos, profesores, papers, músicos, licenciados en artes y trabajadores culturales. Y ocasionalmente alcanza picos de popularidad sorprendentes. ¿Nunca fuiste a las semanas musicales de Frutillar?

El panoccidentalismo es sin lugar a dudas un tema interesantísimo. A mí me resulta mucho más fascinante, de todos modos, el esfuerzo que han hecho nuestros estados a lo largo de su historia por convencer a sus habitantes de que hay algo que los diferencia de todos los países del mundo, que los vuelve únicos y - a veces - mejores. Recuerdo una tarde bastante surrealista en Chile donde me topé con un festejo del "día de la chilenidad". Estaba fascinada viéndolos comer comidas que no se diferencian mucho de las que se comen en otros lugares y bailando cuecas hasta que recordé que aquí en Argentina festejamos con bombos y platillos nuestro Día de la Tradición, con mate, poncho, asado y chacarera, y charlas en las escuelas sobre por qué Borges, Cortázar y Lugones son mejores que cualquier otro escritor. Allá les pasará lo mismo con Neruda, Mistral, Huidobro y tantos otros.
Pero las estrategias estatales (y a veces también privadas) llegan al punto de inventar concienzudamente mitos nacionales que no revisten el menor análisis. El gaucho, por ejemplo, que hemos exportado al mundo como nuestro producto más autóctono, no es más que un invento. Exitieron poquísimos y jamás fueron como nuestros poetas y pintores gustan de retratarlos. Supongo que en otros países sucederá lo mismo. Yo aún no termino de explicármelo.

Hector:

No se trata que la distinción cualitativa entre lugares legitime el status quo sino que deslegitima, a mi parecer, cualquier curso de acción que olvide la existencia de las fronteras como algo arbitrario a mover según criterios estrictamente pragmáticos.

Ya. Bajo ese punto de vista, estamos de acuerdo.

(...) no dejan pasar nunca la oportunidad de comentar, luego de contemplar un paisaje compuesto nomás de montes verdes y caseríos aislados, lo excepcionalmente bello de un lugar como Euskadi y cómo la civilización (lo sé tópico pero ¡juro que real!) lo está echando a perder.

Es sorprendente, pero explicable, si fue justamente el romanticismo el que convirtió a esos tópicos la base para pensar a una nación como un ente metafísico cualitativamente distinguible del resto. En el origen de toda la ficción nacionalista está presente siempre el tema del ubi sunt, del imposible y meláncolico retorno a un momento metafísicamente más puro visible en bobadas como paisajes y aldeas - que perdimos, obviamente, por culpa de la malvada modernización que nos obligó a tomar contacto con otras culturas y nos hizo perder lo que teníamos de "únicos".

Sierra dijo...

Malena:

Sí, estoy completamente de acuerdo. De hecho, ya tuve que corregir lo dicho en mis comentarios anteriores... Trataba de llegar a algo y la supuesta muerte de la música académica es, por así decirlo, un lugar común en el argumento ——pero no, yo tampoco creo que esté muerta la música académica.

Sobre el otro tema (el principal, se supone), los kitchs nacionalistas tienen, como todo, pros y contras. Por una parte, creo que ningún país podría funcionar... orgánicamente sin ellos. Y hay que reconocer que tienen su ternura... En cuanto se extreman se vuelven peligrosos, por supuesto; y siempre son kitch.

Pero no era a eso a lo que me refería cuando hablaba de una cultura panoccidental (que cuando lo escribo así empieza a sonarme un poco snob). Los kitchs nacionalistas son siempre superficiales; pero estoy convencido de que tenemos realmente una cultura, que corre profundamente debajo de nacionalismos y modas pasajeras.

Desde luego, no se trata de algo que haya que defender por las armas, convertir en premisa de Estado ni... de ser preferible, hablar muy fuerte de ello. Pero sí creo que es algo que hay que entender. Y a mí me encanta: debería formar un club de fans de Occidente.

"uletal"

Héctor Meda dijo...

Malena,

Bien visto el ubi sunt. Hay algo nostálgico y a la par ilusorio en todo nacionalismo. Por seguir con el tono anecdotario y anotar un hecho con el que llevo tiempo coqueteando escribir en torno suyo una anotación: camino del trabajo suelo ver en un pared un graffitti en el que pone: "El castellano es un residuo romano".

Siempre me quedo pensando, que si tienen que ir hasta dos milenios hacia atrás para recuperar las esencias se acabará, tiempo al tiempo, revindicando las cuevas como arquitectura folklórica y los taparrabos como atuendo típicamente vasco.

(Por cierto, juro por dios que todas las anécdotas aquí registradas ¡son reales! Sí, parece mentira pero existe en este mundo gente increíble)

Por otro lado, dijiste:y charlas en las escuelas sobre por qué Borges, Cortázar y Lugones son mejores que cualquier otro escritor, No mira ahí te pasaste de frenada porque es verdad, a Cortázar y a Borges habría que ponerles un pedestal. Son increíbles

Sierra,

La metáfora del huevo es francamente buena. Yo, algo más optimista, siempre había dicho que el crecimiento de un gigante del arte es principalmente horizontal mientras que el de un best-seller sólo vertical, es decir, en un año determinado tiene un boom y luego no se le vuelve a oír más. En el caso de las músicas populares de cuando Mozart el ejemplo se ilustra claramente.

Sierra dijo...

Es de un libro que ya le he recomendado antes, Los bárbaros, de Alessandro Baricco. Si consigue encontrar un ejemplar de El alma de Hegel y las vacas de Wiscounsin, por cierto, no dude un segundo en comprarlo. Debiera cambiar su forma de ver la música, ya que estamos en ello.

Pero el huevo, en que la clara crece más rápido que la yema, no excluye su propia interpretación, que también tiene mucho de cierto.

Sin embargo, no es una metáfora, caballero: es una analogía. ;)

"hypnock"