miércoles, 17 de marzo de 2010

Diálogo dominguero sobre las jerarquías entre deportistas

(Escenario: Un domingo a la tarde en una terraza. Dos amigos: Horacio y Martin.)

Martin: (Está leyendo el periódico y de repente levanta la vista asombrado): ¡Increíble, tío! Raikonnen deja la fórmula uno. ¡Qué pena! De todas formas este año estará de lo más interesante: el Hamilton, el Button, el payaso éste de Asturias y el mejor piloto de toda la historia

Horacio: Y no te olvides de Schumacher

Martin: Lo acabo de nombrar

Horacio: Hombre, entendí que al hacer referencia el mejor piloto de toda la historia querías mentar a Alonso

Martin: ¿Estamos bobos o qué? El mejor piloto de la fórmula uno es Schumacher. No es algo discutible. Los datos están ahí y el palmarés de Schumi no tiene parangón

Horacio: Una cuestión: ¿se podría decidir quién es el mejor jugador de futbol de la historia sin haber visto jamás un partido de futbol?

Martin: Eh... Creo que te veo venir pero, en fin, venga, diré que no.

Horacio: Convengamos en que sería un juicio carente de todo realismo

Martin: (suspirando) Síiiii...

Horacio: Entonces, no logro explicarme por qué tanta gente, tú sin ir más lejos, juzga a Schumacher el mejor piloto de F1 de la historia justo EN BASE a parámetros, como el palmarés, para cuya consulta curiosamente no hace falta haber visto jamás una carrera de la fórmula uno.

Martin: Pero, a ver, si no nos basamos en datos objetivos, como el número de títulos, entonces uno puede decir lo que le de la santa gana. TÚ sin ir más lejos. Por ejemplo, si queremos dar el Balón de Oro a un futbolista, ¿en qué nos basamos para hacer el juicio? ¿Miraremos hacia dónde sopla el viento o nos fijaremos en parámetros objetivos que den rigor al juicio?

Horacio: Efectivamente, cuando se determina quién es el mejor jugador del año; entonces es moneda común comprar la conclusión con el argumento de que ha sido aquel que ha ganado tal título, ha metido potosí de goles o ha asistido taitantas veces, en definitiva, es común realizar el juicio amparándose en parámetros de valor no fiduciario pero para cuya consulta, una vez más, no hace falta haber visto jamás al jugador en acción. Obviamente tales juicios no son más que convenciones para salir del apuro.

Martin: ¿Convenciones? Entonces, ¿qué hacemos? ¿Dejamos que sólo una élite hiperexperta decida quién es el mejor jugador del mundo y los demás que callen porque no saben?

Horacio: Si queremos dar pátina de rigor a un premio habrá que hacer parecer como objetivo un juicio pero lo que yo trato de transmitirte es que, en el fondo, dicho juicio no es razonable, o sea, que no tengo que aceptarlo como premisa ineludible en cualquier discurso racional.

Martin: Te estás haciendo la picha un lío, colega. El problema es que no ves que la definición de "mejor" es ambigua y que lo que precisamente hacemos al basarla en datos objetivos es dar una definición manejable y no jodidamente etérea del concepto.

Horacio: Te equivocas pero porque confundes la naturaleza epistemológica del lenguaje

Martin: ¡Acabáramos! Eres como un pervertido ¡ves metafísica en todos partes!

Horacio: Te explico

Martin: ¡¿Cómo no?!

Horacio: Respondiendo a tu pregunta diré que podemos determinar sin hacer uso de verborrea alguna que Messi es "mejor" jugador que Fulanito pero porque nuestra aprehensión de los conceptos, en este caso "mejor", no necesita de definiciones exactas dado que no se producen por una suerte de consulta a un diccionario extra-mental sino por un uso socializado que da lugar a ciertas prácticas lingüísticas comunes que son las que verdaderamente acotan el alcance semántico de una palabra, la cuál, por su propia forma de haber sido y seguir siendo significada, nunca tendrá una definición clara, precisa, perfectamente acotada. Bueno, salvo en un laboratorio y realmente ni allí.

Martin: Dicho así, yo puedo sentenciar místicamente que Schumacher es el más grande o que Messi no sólo es mejor que Fulanito sino que Cristiano Ronaldo.

Horacio: Es que justo esa falta de nitidez de la que te acabo de hablar da lugar a que existan hechos cuya etiquetación no será nunca definitiva, imponible. Así, si cogemos a Messi y a Cristiano Ronaldo, efectivamente, tal vez nos veamos obligados a barajar ciertos parámetros con el objetivo de lograr articular un común juego de argumentaciones que haga germinar un juicio razonable a la par que asumible por cualquier contendiente. Es decir, sabemos que "ser mejor" NO es "ganar tal o cual, meter esto o lo otro" pero RE-DU-CI-EN-DO a ESO el concepto "ser mejor" tal vez logremos un acuerdo, una traducción que nos convenga a ambos. Es como cuando decimos que "arrivederci" no significa exactamente "adios" pero en un contexto determinado sí que puede valernos esa reducción connotativa. Siempre se dice que traducir es traicionar, ¿no?.

Martin: Pero si queremos que una palabra signifique algo común, necesariamente necesitaremos de dichos parámetros objetivos. Si no, la palabra significará lo que cada uno quiera.

Horacio: Ya te he dicho que no es verdad, que no hace falta el recurso a un diccionario común para el uso eficaz de una palabra. El uso bastará y si estamos en un caso límite, entonces puede que no haya acuerdo pero es que éste no se tiene por qué dar, es decir, no hay ninguna razón por la que deba existir, ni ninguna razón por la que se deba conducir dicho acuerdo por un cauce u otro. Al fin y al cabo hablamos de traducciones de una palabra significada por el uso a una palabra significada por un diccionario en cuyas definiciones sólo se haga referencia a datos, datos que también significados por el uso. Umberto Eco tiene un libro cuya tésis es que la traducción es un proceso de NE-GO-CIA-CI-ÓN. Si el acuerdo es necesario entonces haciendo uso de datos empíricos como títulos o goles, podría lograrse un minimax de insatisfacción con este modus operandi.

Martin: ¿Y cuál es el problema de buscar esa negociación? Quiero decir, si el que Alonso no sea el mejor piloto de la historia no es negociable entonces apaga y vámonos. La cuestión es que si quieres abrir tu mente, tienes que estar abierto a claudicar con unos datos en la mano.

Horacio: Pero es que si acepto la claudicación de los datos, se dará entonces el caso curioso de que cuando queramos definir con criterios objetivos lo que significa ser el mejor jugador del mundo, necesitaremos, a no dudar, de parámetros que hagan innecesario el juicio realista, o sea, necesitamos que unos parámetros nos permitan evaluar al jugador sin necesidad de verlo en acción o, dicho de otro modo, que necesitaremos parámetros que nos permitan evaluarlo a ciegas.

Martin: Así funciona el lenguaje. Si traduzco al castellano, por seguir tu cochambrosa analogía, la obra Guerra y Paz, entonces lo que se propone es que podamos entender la obra sin necesidad de leerla en ruso. Quedaremos ciegos a esa obra en ruso. No veo el problema

Horacio: Parece que no lo acabas de entender, yo no demerito ninguna traducción sino hago ver cómo ésta es una copia útil de, pero ciega a, lo traducido. Ten en cuenta que siempre podremos decir, nosotros que lo vivimos, que el Messi futbolista de finales de la primera década del milenio fue algo más que "X" goles, "Y" pases, "Z" robos, algo más que un mero formulario de estadísticas eficientemente rellenado, porque fue algo más emocionante, bello y vibrante. Que esa emoción, belleza y vibración no sea reducible exclusivamente a goles, títulos o pases; no hace los hace menos ingredientes de lo que llega a cocinar un crack cuando sabe jugar al futbol.

Martin: Pero, ¿a dónde quieres llegar?

Horacio: Me conformo con que admitas, por lo menos, que hay muchas variables, no traducidas en el recuento de títulos de Schumacher como el tener una escudería a su servicio o rivales inútiles, que hacen cuestionable que basten dichas variables para establecer con tanta alegría una jerarquía entre pilotos de fórmula uno.

Martin: O sea que Alonso es el más grande y punto. Me parece que después de todo lo que pasa es que estás enamorado de ese rancio

Horacio: (Riéndose) Un poco sí la verdad, ¿celos?

Martin: No gracias, estoy bien servido.

(Se cierra el telón mientras Horacio y Martin apuran sus cervezas entre risas)

6 comentarios:

Sierra dijo...

Está decidido: Horacio y Martín me caen, ambos, intensamente mal.

Héctor Meda dijo...

Bueno pero es lo normal, quiero decir, Martín tiene que parecer que padece de desidia y Horacio de verborrea. No quiero alter ego alguno y sí mostrar, un poco, aunque sea difícil, cómo ciertas pautas lingüísticas son subyacentes a ciertos patrones cognitivos.

Tema muy interesante, por cierto, el de los personajes antipáticos. Para epatar es contraproducente. Justamente estuve viendo ayer el último capítulo emitido de Lost y sigo pensando que la antipatía de los personajes -admitida como deliberada por los propios guionistas- lastra algo la serie.

Sierra dijo...

Lo de las pautas cognitivas que subyacen a los patrones cognitivos tiene algo de cierto; pero el asunto de fondo es que me dan ganas de quebrar botellas de cerveza sobre la cabeza de ambos. Las explicaciones demasiado sutiles no... aciertan al problema. Justo, de lo que trata el diálogo.

Y la observación sobre Lost no es admisible: Doctor House tiene un enorme éxito, y aunque solo he visto un par de capítulos, parece evidente que la intención es hacer de House un cretino. Y Sheldon, ya sabe, hasta inspira ternura.

Dios, veo demasiada televisión...

Héctor Meda dijo...

No sé, a mi me pasa que justamente no veo House porque el protagonista, que lo es todo en la serie, es insufrible y en la gente qué sé que la ve, la percepción es justo la contraria.

Por cierto, House es muy como Martín.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Esto me recuerda a la tesis (de Putnam) de la "división del trabajo lingüístico": no hace falta ENTENDER los conceptos para manejarlos correctamente (o por lo menos, no hace falta entenderlos todos). Así, p.ej., todos "sabemos" que el Everest es la montaña más alta sobre el nivel del mar, sin tener mucha idea de cómo medir esa altura (o sea, siendo INCAPACES ABSOLUTAMENTE de medirlo nosotros). O sabemos que las células tienen ribosomas (aunque no tengamos ni puta idea de qué es un ribosoma... y una célula, asín, asín). Simplemente, la división social del trabajo cognitivo nos permite CONFIAR en lo que digan otros que sí que saben.

Héctor Meda dijo...

¡Hombre! Muy bueno el concepto de Putnam. ¡Bien visto! Es justo lo que intuía andaba detrás del tema de elegir al mejor jugador.