El pez de colores
Mi abuelo me contó en cierta ocasión cómo de pequeño se quedó maravillado de los peces que había en el río de su pueblucho. Uno, en especial, de colores chillones, vivos, variados, que nadaba feliz, ignorante de todo estrés, de toda obligación, pero, ay, pescarlo resultaba una odisea porque era cogerlo con la mano y de puro rápido y mojado se te escapaba de los deditos de las manos, así que cuando alcanzó por fin a aquel maravilloso pececito, lo hizo con tanta temerosa fuerza que el animal terminó con los ojos saliéndose de sus cuencas, las entrañas erupcionando de sus carnes, todo él pura argamasa informe de espinas, vísceras, escamas y sueños; y mi abuelo, que volvió del frente con cicatrices, algunas visibles, otras no, justo a tiempo para la boda de la mujer a la que estérilmente había sonsacado una promesa de amor antes de la contienda civil; y mi abuelo, que a base de cinturones, gritos y amenazas, intentó en vano que sus hijos se hicieran doctos y licenciados; y mi abuelo, que después de atender y proteger con paternal devoción a su esposa, fue abandonado por ella en la senectud; y mi abuelo, que aún con una dieta espartana como único equipaje, nunca tuvo fuerzas para esquivar una anemia crónica; y mi abuelo, en fin, que había vivido tanto y tanto tiempo, en su última cama de hospital, al narrarme aquella frustrada pesca del pez de colores, con feroz extrañeza me consignó que aquel había sido el momento más triste y más patético de toda su vida, porque en cierto modo el único, porque el resto: burdas copias.
Comentarios
Siempre me gustó la historia.
Rafael
Eso, y no otra cosa, es tener sensibilidad estética.
En lo que sí tenía duda es en bajar de grado la abstracción del texto y así dejar incolúmes otros significados igual no tan dramáticos pero sí más filosóficos, por ejemplo, y es que un Kafka, sin ir más lejos, hubiera obrado tal que así, es decir, dejando la historia justo donde el pez desentrañado y manteniendo el relato como signo difuso a no se sabe qué. Preferí, como digo, amputar cierta hermeneútica para no arriesgarme aún más a haber perpetrado un bluff. No sé si eso sí es perder sensibilidad estética, es decir, no sé si esto es rebajarle el embriagador octanaje al texto....
De todos modos, la última frase del micro, eso es a lo que me refería con sesisibilidad estética. Y, por cierto, no era un cumplido tanto para el autor como para el personaje (por lo que, si el personaje es verídico y no ficticio, ¡el autor no tiene ninguno! XP) Que a alguien a quien le suceden todas esas cosas, propias de una vida bien vivida, aún le parezca lo más triste imaginable el episodio del pez, es... no sé... no kafkiano, ciertamente; pero tampoco necesariamente Proust... Es muy Baricco, no sé si lo ha leído: está vivo (como todo el mundo sabe, para un autor, eso es un insulto).
No, no, la razón por la que me ha gustado tanto este microcuento, es que no es nada sino exactamente lo que es. Y eso, amigo mío, eso es literatura. Lo demás: ¡panfletos!
p.d: Ya he precisado que lo del pez espachurrado es machada de mi padre. El resto: puro brindis al sol