Mi abuelo me contó en cierta ocasión cómo de pequeño se quedó maravillado de los peces que había en el río de su pueblucho. Uno, en especial, de colores chillones, vivos, variados, que nadaba feliz, ignorante de todo estrés, de toda obligación, pero, ay, pescarlo resultaba una odisea porque era cogerlo con la mano y de puro rápido y mojado se te escapaba de los deditos de las manos, así que cuando alcanzó por fin a aquel maravilloso pececito, lo hizo con tanta temerosa fuerza que el animal terminó con los ojos saliéndose de sus cuencas, las entrañas erupcionando de sus carnes, todo él pura argamasa informe de espinas, vísceras, escamas y sueños; y mi abuelo, que volvió del frente con cicatrices, algunas visibles, otras no, justo a tiempo para la boda de la mujer a la que estérilmente había sonsacado una promesa de amor antes de la contienda civil; y mi abuelo, que a base de cinturones, gritos y amenazas, intentó en vano que sus hijos se hicieran doctos y licenciados; y mi abuelo, que después de atender y proteger con paternal devoción a su esposa, fue abandonado por ella en la senectud; y mi abuelo, que aún con una dieta espartana como único equipaje, nunca tuvo fuerzas para esquivar una anemia crónica; y mi abuelo, en fin, que había vivido tanto y tanto tiempo, en su última cama de hospital, al narrarme aquella frustrada pesca del pez de colores, con feroz extrañeza me consignó que aquel había sido el momento más triste y más patético de toda su vida, porque en cierto modo el único, porque el resto: burdas copias.
7 comentarios:
Me parece forzoso anotar que el posiblemente hecho más inverosímil de la historia: un pez desojado y desviscerado de puro apretarlo, es un hecho real que de veras perpetró mi padre cuando era un niño y consiguió por fin alcanzar a pescar un pez con las manos.
Siempre me gustó la historia.
Conozco a un amigo que una las mayores pérdidas que sintió en su vida fue la pérdida de un aparente miserable boli de la marca Bic. Con él pudo realizar unas duras y largas oposiciones que finalmente ganó. En mitad de su carrera profesional un traslado de despacho acarreó este para él fatal desenlace. Era, hasta cierto punto patético, visible la faz de tristeza de este hombre que ni en los peores momentos de su vida ninguno de nosotros recuerda haberle visto.
Rafael
Hemos permutado las aventuras de la escasez por las de la abundancia. Mi padre jugaba a los soldaditos con cagarrutas de oveja y bellotas. Mi primer pez de colores murió asfixiado cuando le dí de comer, pellizco a pellizco, una barra de pan.
Curioso. Pensé que iba a sacarle algún provecho filosófico a la historia, lo que no era difícil. De hecho, estaba pensando en algo así como una metáfora de lo que ocurre con las ideas y el lenguaje. Pero el resultado, sin duda, me gusta mucho más :)
Eso, y no otra cosa, es tener sensibilidad estética.
Hacer eso, Sierra, sería perpetrar ni más ni menos que una alegoría pero no un microrrelato y efectivamente no sería difícil la alegoría, v.gr: la creación literaria: la inspiración es encontrar en el deambular por el pensamiento ese río de palabras y emociones prestas a ser pescadas pero para ello se necesita que uno se arremengue y se siente en su escritorio y trate de ordenar ese fluir creativo y entender que a veces habrá la derrota de un mal adjetivo o un verbo que no llegue que nos haga escapar vivo el texto pero otras, las más, tendremos que conformarnos con buscar una expresión hecha, un adjetivo hiperutilizado y aunque parte de la magia se queda demacrada por el camino, algo de valor, siquiera poco, se conseguirá recoger. Peces sacados impolutos del agua apenas se lo he visto hacer a un par de genios.
En lo que sí tenía duda es en bajar de grado la abstracción del texto y así dejar incolúmes otros significados igual no tan dramáticos pero sí más filosóficos, por ejemplo, y es que un Kafka, sin ir más lejos, hubiera obrado tal que así, es decir, dejando la historia justo donde el pez desentrañado y manteniendo el relato como signo difuso a no se sabe qué. Preferí, como digo, amputar cierta hermeneútica para no arriesgarme aún más a haber perpetrado un bluff. No sé si eso sí es perder sensibilidad estética, es decir, no sé si esto es rebajarle el embriagador octanaje al texto....
¡No, no, al contrario! Es cierto que Kafka lo hubiese dejado en ese punto, pero ese tipo de microrrelatos kafkianos no me gusta nada. Hay unos francamente estúpidos, con los que los críticos se arman unas de miedo: ¡que si los símbolos! ¡Que si la metáfora sublime de la post-cualquiercosa! ¡Que la alienación del hombre! Todas chorradas a partir de que Kafka escribió lo primero que se le vino a la cabeza como mejor podría hacerlo cualquier borracho. Sostengo, incluso, que a Kafka se le daba muy mal el cuento breve, pésimamente. Cosa que, si consideramos que dejó inconclusas dos de tres novelas, es bastante interesante.
De todos modos, la última frase del micro, eso es a lo que me refería con sesisibilidad estética. Y, por cierto, no era un cumplido tanto para el autor como para el personaje (por lo que, si el personaje es verídico y no ficticio, ¡el autor no tiene ninguno! XP) Que a alguien a quien le suceden todas esas cosas, propias de una vida bien vivida, aún le parezca lo más triste imaginable el episodio del pez, es... no sé... no kafkiano, ciertamente; pero tampoco necesariamente Proust... Es muy Baricco, no sé si lo ha leído: está vivo (como todo el mundo sabe, para un autor, eso es un insulto).
No, no, la razón por la que me ha gustado tanto este microcuento, es que no es nada sino exactamente lo que es. Y eso, amigo mío, eso es literatura. Lo demás: ¡panfletos!
No sé, no sé, desde luego tienen una fuerza extraña los micros kafkianos o alla kafka y permiten esas segundas lecturas más filosóficas... Estaría bien un tercer comentador a propósito del tema.
p.d: Ya he precisado que lo del pez espachurrado es machada de mi padre. El resto: puro brindis al sol
Publicar un comentario