Dexter es una serie de TV sobre un asesino. Un hombre con irrefrenables deseos de asesinar que encuentra en un particular código deóntico del buen criminal el modo en que sus obras sean hasta socialmente productivas.
La razón es simple y es que Dexter sólo matará a aquellas personas de probada naturaleza criminal pero que por alguna u otra razón, la más de las veces leguleya, ha escapado de las garras de la justicia. A la postre será un corrector de la justicia.
Asesinos, pederastas, violadores, toda un pléyade de inmundicia es barrida de las calles por nuestro protagonista que, llegado el momento, al final de la segunda temporada, se preguntara si bueno o malo, para finalmente dejar de lado esa respuesta por imposible mientras conmina al espectador que le responda si capaz.
En esa misma temporada, un agente del FBI, que tenía por misión atrapar a Dexter, cuando se descubren todos los cadáveres de éste y cuando los forenses al identificarlos descubren que estamos ante criminales y cuando el equipo policial frena parte de su ímpetu ajusticiador por empatizar con esa suerte de protopolicía, recordará que toda violencia no venida del estado es y será terrorismo, independientemente de la intencionalidad que lo origine.
Esta advertencia es algo que se olvida fácilmente. Al estreno de la película de Batman, hubo liberales que encontraron en el hombre murciélago una emocionante apología de la justicia privada. Pero la admonición del agente del FBI es válida también para los personajes de la Marvel.
Entendámoslo, no es a quién hace y lo que hace Dexter algo que necesariamente convoque nuestro rechazo moral sino la falta de garantías procesales que toda persona modernamente ha de vestir cuando a la justicia va. Y ese descentralizado e impersonal proceso de ajusticiamiento, es algo que, redoble de tambores, sólo puede proveer una sociedad con una institución que tenga el monopolio de la violencia y que a su vez esté corregentada por toda la sociedad.
Inferir esto es trivial si se conoce la esencia de la justicia, la cual, paradójicamente, no se cifra exclusivamente en imponer lo justo sino que su quehacer debe ser, a su vez, intersubjetivamente verificable e intersubjetivamente verificado. Ambas cosas. Y sí, puede darse el caso de que se facture un acto bueno –v.gr: una merecida venganza- y que no sea justo pero porque en puridad la justicia no es una ética puesta en práctica sino una práctica social que excede la esfera personal, esto es, no buscará el aplacamiento de una conciencia sino el mantenimiento de la convivencia.
La razón es simple y es que Dexter sólo matará a aquellas personas de probada naturaleza criminal pero que por alguna u otra razón, la más de las veces leguleya, ha escapado de las garras de la justicia. A la postre será un corrector de la justicia.
Asesinos, pederastas, violadores, toda un pléyade de inmundicia es barrida de las calles por nuestro protagonista que, llegado el momento, al final de la segunda temporada, se preguntara si bueno o malo, para finalmente dejar de lado esa respuesta por imposible mientras conmina al espectador que le responda si capaz.
En esa misma temporada, un agente del FBI, que tenía por misión atrapar a Dexter, cuando se descubren todos los cadáveres de éste y cuando los forenses al identificarlos descubren que estamos ante criminales y cuando el equipo policial frena parte de su ímpetu ajusticiador por empatizar con esa suerte de protopolicía, recordará que toda violencia no venida del estado es y será terrorismo, independientemente de la intencionalidad que lo origine.
Esta advertencia es algo que se olvida fácilmente. Al estreno de la película de Batman, hubo liberales que encontraron en el hombre murciélago una emocionante apología de la justicia privada. Pero la admonición del agente del FBI es válida también para los personajes de la Marvel.
Entendámoslo, no es a quién hace y lo que hace Dexter algo que necesariamente convoque nuestro rechazo moral sino la falta de garantías procesales que toda persona modernamente ha de vestir cuando a la justicia va. Y ese descentralizado e impersonal proceso de ajusticiamiento, es algo que, redoble de tambores, sólo puede proveer una sociedad con una institución que tenga el monopolio de la violencia y que a su vez esté corregentada por toda la sociedad.
Inferir esto es trivial si se conoce la esencia de la justicia, la cual, paradójicamente, no se cifra exclusivamente en imponer lo justo sino que su quehacer debe ser, a su vez, intersubjetivamente verificable e intersubjetivamente verificado. Ambas cosas. Y sí, puede darse el caso de que se facture un acto bueno –v.gr: una merecida venganza- y que no sea justo pero porque en puridad la justicia no es una ética puesta en práctica sino una práctica social que excede la esfera personal, esto es, no buscará el aplacamiento de una conciencia sino el mantenimiento de la convivencia.
6 comentarios:
Encantadora sintaxis.
Hola qué tal? estuve viendo algunas cosas en tu blog. Trabajo con posicionamiendo web y tengo una propuesta de publicidad : 50 euros cada mes por incertar pequeños links de nuestros anunciantes. Son 50 euros mensuales para cada blog que se registre con nosotros.Es compatible con publicidad de google-
Saludos -comunicate-
Finalmente, Sierra, después de 170 entradas, lo conseguí :)
Oiga, a mí la serie Dexter me parece sublime, y el personaje de Dexter, maravilloso. No me provoca repugnancia esa justicia a medias, pues, en mi opinión, esa justicia a medias no es el centro neurálgico de los conflictos de Dexter: él mata, y si mata a asesinos es simplemente porque su padre/tutor así se lo inculcó (para protegerle, en parte: más vale que mate a indeseables, como una especie de disciplina que nunca viene mal para no despistarse y meter la pata, que a cualquiera; cuando mata a "cualquiera", le surgen dudas, pero aún está por ver cuán hondo le calan); la disciplina, la norma, el estilo, como una especie de canalización de su psicopatía.
Por otra parte, lo interesante de la serie (en verdad, entre muchos otros aspectos) es cómo en la figura de un psicópata se personifican conflictos políticamente incorrectos que perfectamente puede experimentar el expertador en su propia vida, no siendo psicópata; principalmente, el yo secreto, el mal menor de la familia, con su agridulce estabilidad, rutina y "asquerosa confianza" (en fin, una crítica de las instituciones sagradas; cómo para estar bien ahí dentro uno ha de renunciar a tantas cosas), la represión de los instintos o de los propios gustos Ç(recordemos los comienzos de la relación sexual Dexter-Rita), la, en última instancia, siempre soledad, la incapacidad última de comprender o ser comprendido, la desigualdad de compromiso e implicación en la pareja, etc. En definitiva, una suerte de comprensión íntima de algo ciertamente pestilente, frío: entre la resignación y la hipocresía burguesas.
Ayer videé el capítulo 11 de la cuarta temporada (la mejor) y, caray, no sabéis qué deliciosos 40 y pico minutos pasé; en series, desde luego de los mejores de mi dilatada experiencia en visionado de series de personajes marginales curiosamente empatizables aunque, casi siempre, moralmente reprobables. Dexter, House, los Adorables Frikis Alexitímicos de The big bang theory...
Spiderman siempre atrapaba a los malos "in fraganti" o en defensa propia. Después de vencerlos los inmovilizaba con su tela de araña y los entregaba a la justicia. Creo que eran así más o menos todos los súper héroes que leía de niño.
Berti,
Sí, si suscribo todo lo que dices, incluso en lo referido a qué es lo mejor de la serie. Lo que pasa es que pareciéndome bien lo que hace Dexter -yo lo haría en su lugar- no me parece, sin embargo, que una sociedad pueda permitirse el lujo de dejarle hacer, de no juzgarle si le pillan y reflexionando sobre esa paradoja pues escribí el post en donde hago hincapié en la diferencia entre hacer el bien y repartir justicia para justificar la aporía.
(Yo sólo he visto hasta la tres. La dos la mejor y la serie también (después de Perdidos, Monk y Psych))
Ferreira,
Pues sí pero yo pensaba en la última de Batman donde, a diferencia de las pelis de Disney, los malos a veces en los lances sí mueren y en donde se vindica el quehacer del hombre murciélago como un legítimo complemento a una corrupta e ineficiente policía estatal.
A mi me parece que tal apología comienza una peligrosa cuesta abajo hacia a la anarquía.
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