martes, 23 de junio de 2009

Vindicación de una ética humanista

De los sugestivos comentarios sesudos del anterior post ha surgido un interesante tema a propósito de a quién y por qué considerar a alguien sujeto moral.

Una cuestión que a continuación trataré de responder.

Resumidamente lo que defiendo es una ética estrictamente humanista mas no en el sentido de sólo considerar como digno de atención a los seres humanos sino en el de considerarnos como aquellos seres que primeramente tenemos que preservar sin que nadie dispute ni iguale nuestra privilegiada condición.

Olvidar esto puede acabar descarrilándonos de la vía que precisamente nos hizo convertirnos en seres con moral.

Para argumentarlo primeramente señalaré que tenemos un instinto que está diseñado para proteger a la especie humana. Instinto que surge cuando se da un reconocimiento morfológico de uno de nuestra especie por lo que como efecto colateral hemos acabado teniendo cierta empatía, aunque no en igual grado, con animales de similar apariencia.

Nótese que cuando digo diseñado quiero decir que su permanencia se ha dado gracias a que el instinto al enfocarse a dicha finalidad, la de proteger a los seres humanos, ha resultado adaptativo pero lo importante aquí es que al apuntarlo a cualquier otro animal ello hace que el fenotipo se vuelva exaptativo mas no necesariamente algo peligroso para nuestra supervivencia dado nuestro actual modus vivendi.

Lo que se colige de todo ello es que lo natural -en el sentido de aquel comportamiento que no será excluido de la Naturaleza- es que enfoquemos nuestro instinto moral hacia el ser humano, es decir, que le consideremos como el ser de valía más alta en nuestra jerarquía de valores éticos sin menospreciar, claro está, la natural empatía que sentimos con los otros seres.

Ahora bien, ¿acaso una especie alienígena de comportamiento inteligente, ni que decir afable, no merece nuestro respeto moral? Y si es así en qué momento una especie que, como todas, sigue evolucionando, se haría digna de ser incluida en nuestra moral? Tal y como se nos pide plantear en este post: ¿dónde consideraríamos que reside la distinción empírica que nos permite establecer un estatus moral idéntico al nuestro a una nueva especie?.

En mi opinión, cuando dejara de ser varelse para convertirse en ramen y con ello me refiero a que dicha especie fuera capaz de una comunicación de conceptos abstractos sólo siendo posible gracias a ello el hacerles partícipes de un código moral que es la condición sine qua non de la efectividad de la ley por ende del sostenimiento de las sociedades.

Con los humanos, no obstante, ya sabemos que dada nuestra naturaleza biológica esto es posible, lo único que le exigiría a un candidato humano para entrar en nuestro círculo moral es que dispusiera ya de una arquitectura neuronal perfectamente dispuesta a partir de la cual pueda aparecer -o no- una consciencia.

Y digo o no porque, siguiendo a Edelman en su magnífico libro El Universo de la consciencia, lo que diferencia a una persona soñando en fase REM de una persona consciente es que en el primero los disparos neuronales se hacen de forma conjuntada mientras que en el segundo existen núcleos diferenciados que como en un concierto para un instrumento tocan o disparan neurotransmisores a un ritmo diferente y en contraste con la orquesta; se entiende: con el resto de neuronas del cerebro.

El epiléptico que pierde la consciencia, el comatoso, el etcétera se parecen al de sueño profundo en la unicidad rítmica de sus disparos neuronales por lo que carece de sentido otorgar/quitar derechos o privilegios a personas en función de cómo le esté sonando su música cerebral y tiene más sentido que todos, desde los conscientes hasta los comatosos pasando por los que tienen pesadillas -aunque acaso todos estemos realmente soñando una pesadilla-, tengan privilegios por el mero hecho de tener una orquesta neuronal perfectamente ensamblada independientemente de la calidad estética de su sinfonía cognitiva.

Todo lo dicho hasta ahora nos sirve para recordar por qué el ser humano, y cuándo el ser humano, es receptáculo de las más altas consideraciones éticas lo cual no obsta para que en una jerarquía de valores éticos queramos preservar también -aunque insistamos: no al mismo nivel del ser humano- la vida de otros animales.

Sólo que en tal caso yo no hablaría de extender nuestros derechos a los animales, ni siquiera hablaría de derechos porque el hacerlo nos adentra irremisiblemente en una suerte de esencialismo platónico empíricamente inmanejable dado que yo no puedo vislumbrar de forma a priori que cualquier derecho sea inviolable sin haber agotado previamente toda casuística, visión que necesita de la empiria y una vertiente empírica que sólo tiene sentido introducir en la moral si estamos dispuestos a corregir nuestros preceptos éticos, no aferrarnos a unos estáticos derechos inviolables que vetan toda correción de la moral en su acoplamiento con la realidad.

Sin ir más lejos, a pesar de liberal yo no creo que exista un derecho absoluto de la propiedad pues puede haber situaciones en las que ésta pueda y deba ser violada siendo por ello que las éticas rothbardianas -deudoras de la visión lockeana de que el derecho de propiedad es sagrado, por tanto inviolable- me parecen atroces a la par que dogmáticas. (Sí, he sido redundante en la adjetivación.)

Mutatis mutandi pasa algo parecido con, por escoger uno, el derecho a la vida: ¿Se puede asumir apriorísticamente que en todos los casos en que la vida de un ser humano ha de ser preservada otro tanto pasará con la del simio?

Mucha asunción me parece y sin embargo ello forma parte de la letra pequeña de la idea contratada con la expresión derechos de ciertos animales a la vida.

3 comentarios:

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Debemos, en primer lugar, proteger a los humanos porque son los únicos con los que podemos reproducirnos y, por ende, perpetuar nuestros fines, cometido éste de las disciplinas morales.

En segundo lugar, porque nada posibilita tanto la felicidad del individuo como la felicidad del grupo en la que se incluye, y cuya armonía es objeto de la ética.

En tercer lugar, porque todo precepto injusto contra un hombre es susceptible de ser aplicado contra la humanidad, lo que es materia del derecho en cuanto se ocupa de la justicia.

En cuarto lugar, porque el amor de sí es imperfecto y odioso si se plantea en oposición al amor al prójimo, contraviniendo la religión.

Igualar siquiera parcialmente al hombre con otras especies animales es igualarlo por lo bajo. Impedir la instrumentalización de lo no humano u objetar reparos a la explotación de criaturas serviles es presuponer un fundamento común para hombres y bestias, que sólo puede ser un bajo fundamento y un fundamento servil (la sensibilidad, los procesos cognitivos elementales, etc.). Así, no se puede renunciar a la supremacía humana sin degradar al hombre, lo que conlleva relativizar sus fines, minar su felicidad, cuestionar su supervivencia y reducir sus méritos.

Héctor Meda dijo...

Gracias por el sabio comentario irich.

En el último párrafo apuntas una idea que ya he defendido en este y en el anterior post. De hecho, el título de esta anotación se debe a la creencia por ti señalada de que subyaciendo a estas equiparaciones morales está un profundo desconocimiento de u odio incluso a lo hecho por los humanos.

Todo viene, por cierto, de este increíble texto naturalista.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Gracias, Hector.

Increíble, sí, pero a mi juicio en el peor de los sentidos.

Un saludo,