Me fascinan, no lo voy a negar, esas duras infancias que a ojos de la mayoría tanto contextualizan sino justifican las felonías postreras de aquellas víctimas impúberes. En tales casos, y a modo de paradigma, no puedo evitar recordar la niñez de un personaje singular que tuvo también complicadas circunstancias como las que paso a anotar.
Si bien vivió en el s.XIX, tenemos redundante constancia de sus acciones, de sus vivencias, de sus ambiciones y, de este modo, sin ir más lejos, sabemos, gracias al diario de la hija del panadero de su familia, que desde muy pequeñito recibió una dura educación por parte de un padre deseoso de que su hijo fuera un gran músico -becerro de oro de por aquel entonces-, por lo que éste, cuando apenas siete añitos, era atado a un piano para que ahorrara técnica y lograse así pagar en el futuro a la hetaira gloria.
Con tal biografía no debiera extrañarnos que pasados los años sufriera las burlas de los niños por llevar un abrigo abotonado hasta el cuello en pleno verano o, más preocupantemente, fuera amonestado por curiosear a través de las ventanas de los vecinos, entre otras anécdotas retratistas del estado de su cordura y, muestra irrefutable de su brutal impacto en la sensible sociedad de la época, fue el carácter multitudinario de su funeral como si cada uno de los allí presentes no acabara de convencerse de que aquel anormal ser estuviera bien muerto.
Difícil enhebrar, para un servidor, una tierna descripción, de veras comprensiva y abarcadora de su vida madura que no devenga en jirones incoherentes, que no se haga con esos retazos amarillistas que en absoluto logran abrigar verdad alguna. En estos casos, hay que conformarse igual con hacer ver esa nota grotesca que alcanza todo lo perpetrado por alguien del que a uno le cuesta imaginarse como realmente humano.
Sin embargo, probaré con un retal aislado mas ejemplo ineludible de que nunca escondió lo que pretendía hacer, de que no esquivó mostrar con vehemente honestidad lo singular que era y lo especial que se sabía; hablo de cierta anécdota que protagonizó cuando aún no había hecho nada de lo que le haría merecedor de estas líneas, cuando con voluntad, con firmeza, con valor, después de sufrir la importuna descortesía de un tal conde Razumovsky, Rasmussen o Rasnoséqué, al que daba clases de piano en la época en que aún era capaz de hacerlo; no tuvo reparos en recordarle quién verdaderamente era él, no tuvo reparos en espetarle aquellas ya célebres palabras de Señor, tráteme con máximo respeto que condes hay muchos pero Beethoven sólo uno.
La historia, efectivamente, le dio la razón.
Si bien vivió en el s.XIX, tenemos redundante constancia de sus acciones, de sus vivencias, de sus ambiciones y, de este modo, sin ir más lejos, sabemos, gracias al diario de la hija del panadero de su familia, que desde muy pequeñito recibió una dura educación por parte de un padre deseoso de que su hijo fuera un gran músico -becerro de oro de por aquel entonces-, por lo que éste, cuando apenas siete añitos, era atado a un piano para que ahorrara técnica y lograse así pagar en el futuro a la hetaira gloria.
Con tal biografía no debiera extrañarnos que pasados los años sufriera las burlas de los niños por llevar un abrigo abotonado hasta el cuello en pleno verano o, más preocupantemente, fuera amonestado por curiosear a través de las ventanas de los vecinos, entre otras anécdotas retratistas del estado de su cordura y, muestra irrefutable de su brutal impacto en la sensible sociedad de la época, fue el carácter multitudinario de su funeral como si cada uno de los allí presentes no acabara de convencerse de que aquel anormal ser estuviera bien muerto.
Difícil enhebrar, para un servidor, una tierna descripción, de veras comprensiva y abarcadora de su vida madura que no devenga en jirones incoherentes, que no se haga con esos retazos amarillistas que en absoluto logran abrigar verdad alguna. En estos casos, hay que conformarse igual con hacer ver esa nota grotesca que alcanza todo lo perpetrado por alguien del que a uno le cuesta imaginarse como realmente humano.
Sin embargo, probaré con un retal aislado mas ejemplo ineludible de que nunca escondió lo que pretendía hacer, de que no esquivó mostrar con vehemente honestidad lo singular que era y lo especial que se sabía; hablo de cierta anécdota que protagonizó cuando aún no había hecho nada de lo que le haría merecedor de estas líneas, cuando con voluntad, con firmeza, con valor, después de sufrir la importuna descortesía de un tal conde Razumovsky, Rasmussen o Rasnoséqué, al que daba clases de piano en la época en que aún era capaz de hacerlo; no tuvo reparos en recordarle quién verdaderamente era él, no tuvo reparos en espetarle aquellas ya célebres palabras de Señor, tráteme con máximo respeto que condes hay muchos pero Beethoven sólo uno.
La historia, efectivamente, le dio la razón.
4 comentarios:
Cuidadito, ¿eh?
Entre los que portaban a hombros el féretro estaba Franz Schubert. El años siguiente falleció y fue enterrado junto a su admirado compositor.
La verdad es que éste es un microrrelato pero no una microficción porque todos los hechos aquí enumerados son verídicos así que, estimado Sierra, guarde por favor la pistola que me está asustando.
Rafael,
A punto estuve de anotar el hecho que registras, el cual tiene un misterioso encanto, lo que pasa es que al hacerlo se hubiera destapado la identidad del personaje antes de la penúltima línea.
Hay una admirable regla sobre lo sacro, expresada inmejorablemente por Kundera, que va básicamente así: Dios no caga. De aquí se sigue que nada divino pueda ser, tampoco, relacionado con el baño. Somos los mortales, simples y estúpidos, quienes tenemos esas urgencias, y atribuirle a Él, a Beethoven, la caca como cualidad suya es inadmisible, herético, apostásico, brujería diabólica.
Los únicos defectos Suyos que se pueden mencionar son aquellos que engrandecen todavía más su figura enorme, con lo cual ya no son defectos sino virtudes.
Pero por seguridad, es mejor que solo yo —como presidente del club de fans— pueda mencionarlas. No queremos dañar Su imagen.
Los hechos verídicos son los que el partido dice que son hechos verídicos, Héctor, me extraña que no lo sepa aún.
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