En la película de Harry Potter se presencia un singular hecho fantástico cuando el mago jefe de nombre impronunciable es capaz de sacarse, como si una excreción cualquiera, cierta sustancia viscosa de su cabeza. Lanzada a un mágico cuenco de agua se revela como un recuerdo ahora visible para todos.
Acabada la siempre pronta caduca sorpresa, uno serenamente entiende que fuera de la teatral presentación, nada hay de extraordirnario en un recuerdo objetualizado: cuántas veces habremos asociado una relación de pareja anegada con una canción pluviosa, una amistad extinta con una camiseta vetusta, una dulce infancia con una sabrosa magdalena.
Lo grostesco entonces es la sensación de observarse a uno mismo como a vuelapájaro, como alguien que fue pero que ya no es, como una antigua adivinanza resuelta pero hoy arcana, como con una familiaridad hermética similar a la tenida con los personajes literarios en los que nos reconocemos a pesar de sabernos diferentes.
Toda esta cargante verborrea para justificar el que haya comprado el melancólico último disco de Amaral y aún siendo final de mes y aún estando falto de dinero.
Toda esta burda divagación para casi explicar por qué deseo desesperadamente conseguir que, con el transcurrir lento del tiempo, todas estas sensaciones que tengo me resulten extrañas, arrancadas, expurgadas y aún definiéndome estas y aún siendo esto morirme un poquito más
Acabada la siempre pronta caduca sorpresa, uno serenamente entiende que fuera de la teatral presentación, nada hay de extraordirnario en un recuerdo objetualizado: cuántas veces habremos asociado una relación de pareja anegada con una canción pluviosa, una amistad extinta con una camiseta vetusta, una dulce infancia con una sabrosa magdalena.
Lo grostesco entonces es la sensación de observarse a uno mismo como a vuelapájaro, como alguien que fue pero que ya no es, como una antigua adivinanza resuelta pero hoy arcana, como con una familiaridad hermética similar a la tenida con los personajes literarios en los que nos reconocemos a pesar de sabernos diferentes.
Toda esta cargante verborrea para justificar el que haya comprado el melancólico último disco de Amaral y aún siendo final de mes y aún estando falto de dinero.
Toda esta burda divagación para casi explicar por qué deseo desesperadamente conseguir que, con el transcurrir lento del tiempo, todas estas sensaciones que tengo me resulten extrañas, arrancadas, expurgadas y aún definiéndome estas y aún siendo esto morirme un poquito más
8 comentarios:
El pasado está lleno de objetos proyectados (muchas veces para la vergüenza) en una ligazón emocional con el presente. Otros objetos definen nuestra personalidad para otros para siempre, pese a que ya hicimos votos para dejarlos definitivamente detrás: son como atributos de los que no podemos ya desprendermos, como un karma, o un perrito que alguna vez tuvimos la debilidad de levantar de la calle.
Yo lo sufro a menudo con el blog: me gustaría cada día borrar todo lo anterior y empezar otra vez, sólo para descubrir que lo que acabo de escribir es igualmente pretéritamente embarazoso. Se acumulan las vergüenzas, que siempre algún viajero encuentra, festeja o vitupera. Y yo educadamente respondo, como si fuera yo quien acaba de escribirlo, pero ya casi no me reconozco y hago de cuenta que sí, soy yo ése, me hago cargo de ese otro. En un minuto el visitante se va y ya puedo seguir con la convicción igualmente falsa de que éste del presente es la verdadera versión de mí.
Expresas, y muy bien, todo en lo que había querido hacer pensar tras leer mi post.
En los casos de una bitácora, además, concursan otros fenómenos como el de las ideas que también se nos cambian -afortunadamente- con el paso del tiempo y uno tiene, efectivamente, y con más razón, esa misma duda.
Y a propósito (creo): justo por eso siempre he temido (aunque no exclusivamente por ello, huelga decirlo) a los tatuajes porque ¿quién me va a asegurar a mi que mi yo sexagenario va a tolerar cualquiera de mis gestos de ahora? ¿y cómo hacerlos entonces indelebles?
Por supuesto se me ocurren gestos culturales tan o más apresurados e imborrables que los tatuajes pero tampoco es cuestión de iniciar aquí una crítica moralina a nuestras costumbres sociales. No voy tan lejos. Se ha de entender lo que acabo de decir, y me bastará, como una apología del caminar delicado.
Lo cual demuestra una vez más que en toda relación que establecemos -algo ya dicho en comentarios anteriores- hay trozos de nosotros que a modo de pseudópodos, se añaden al objeto. Pero claro está, quitar, o intentar olvidar, o soslayar, aquello que fue "nuestro" tiene el precio de arrancar, soslayar u olvidar algo de nosotros mismos. En el fondo es un ejercicio de negación de la realidad. La que es, pero también la que fue, y que acarrea el desconociemiento de uno mismo. Pero también es perentorio la ligereza de equipaje, necesaria para rendir buenamente ante los requerimientos constantes del aquí y ahora. A Proust, la magdalena le pudo alimentar el pasado re-vivido pero dificilmente el estomago.
Rafael
Protesto airado por el nuevo formato.
Rafael,
Exacto. Y ya que hablas de pseudópodos, el famoso texto de Cortázar viene a cuento
Sierra,
Nueva vida, nuevo entorno.
Vivir para ver, dios mío, horrores.
De todos modos, iba a hacer una recomendación: ¡Esopo! No sé si ya lo habrá leído, pero ya que lo veo tan dedicado a las fábulas, creo que las de Esopo surtirán un efecto de lo más favorable. Recientemente me devoré la Vida de Esopo con gran placer, es de lo más estupendo.
"ophendog"
Leí de niño a Esopo. Como todo lo griego en arquitectura, filosofía, escultura, literatura, teatro y pintura y excepción hecha con Homero, me resulta indiferente. ¿En qué o a qué tendría que ayudarme?
Algún día me tendría que explicar qué tiene con el espíritu griego que tanto le embelesa pero en cualquier caso, la fábula es la anterior anotación ¡no me mezcle!
Oh, dios mío, me era desconocida esta desagradable situación. No puedo decir que no me fue grato conocerlo, pero comprenderá que después de semejante declaración no puedo seguir frecuentando su blog. Tenga usted buena vida, aunque... siendo ésta, como dice, indiferente a los griegos, no veo cómo podría ser así.
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