Disputatio theologica
A los mongoles les gustaban las competiciones de todo tipo por lo que incluso organizaban debates entre religiones rivales análogos a los combates de lucha.
En cierta ocasión, y aprovechando la llegada de unos misioneros cristianos, Mongke Khan ordenó celebrar una discusión ante tres jueces (uno cristiano, uno musulmán, uno budista) que sólo tendría una norma limítrofe: Prohibido pronunciar palabras destempladas.
Los debatientes, so pena de ser castigados con la muerte, deberían competir basándose exclusivamenten en sus ideas sin usar ni las armas, ni las amenazas, ni las palabras de nadie a modo de matonil respaldo. Silogimos, pruebas, razonamientos por toda persuasión de ideas.
El mal frente al bien, el alma frente a la muerte, Dios frente al diablo, lo divino frente a lo humano: esas cosas refirió, tal vez, la disputa.
Pero sucedió que como en los combates de lucha, entre una ronda y otra, los atletas mongoles bebían leche de yegua fermentada; en imitación venerable a este proceder, después de cada ronda del debate, los eruditos hicieron paréntesis desde donde beber tranquilamente mientras se preparaban para el siguiente duelo.
Y como pasado el tiempo ningún bando convencía a alguien de algo y como los efectos del alcohol empezaron a hacerse más presentes y cómo no podían violentarse, ni violentar a nadie: los cristianos, frustrados, dejaron de intentar convencer a base de palabrería y recurrieron al canto; los musulmanes, en respuesta, empezaron a recitar en voz alta el Corán; y los budistas, en venganza, retirarónse a una meditación silenciosa. Finalmente, demasiados borrachos como para sostenerse en pie, acabaron todos por quedarse dormidos.
Se cuenta que, luego de ver el resultado de la discusión, el cómo había derivado en un sucesión de cánticos, luego de ver a los debatientes acurrucados, mansos, durmiendo por el influjo del alcohol, del calor del debate; Mongke Kan preguntó con sarcasmo si, después de todo, a eso se reducía toda la sofisticada teología religiosa: a un par de nanas para bebés.
En cierta ocasión, y aprovechando la llegada de unos misioneros cristianos, Mongke Khan ordenó celebrar una discusión ante tres jueces (uno cristiano, uno musulmán, uno budista) que sólo tendría una norma limítrofe: Prohibido pronunciar palabras destempladas.
Los debatientes, so pena de ser castigados con la muerte, deberían competir basándose exclusivamenten en sus ideas sin usar ni las armas, ni las amenazas, ni las palabras de nadie a modo de matonil respaldo. Silogimos, pruebas, razonamientos por toda persuasión de ideas.
El mal frente al bien, el alma frente a la muerte, Dios frente al diablo, lo divino frente a lo humano: esas cosas refirió, tal vez, la disputa.
Pero sucedió que como en los combates de lucha, entre una ronda y otra, los atletas mongoles bebían leche de yegua fermentada; en imitación venerable a este proceder, después de cada ronda del debate, los eruditos hicieron paréntesis desde donde beber tranquilamente mientras se preparaban para el siguiente duelo.
Y como pasado el tiempo ningún bando convencía a alguien de algo y como los efectos del alcohol empezaron a hacerse más presentes y cómo no podían violentarse, ni violentar a nadie: los cristianos, frustrados, dejaron de intentar convencer a base de palabrería y recurrieron al canto; los musulmanes, en respuesta, empezaron a recitar en voz alta el Corán; y los budistas, en venganza, retirarónse a una meditación silenciosa. Finalmente, demasiados borrachos como para sostenerse en pie, acabaron todos por quedarse dormidos.
Se cuenta que, luego de ver el resultado de la discusión, el cómo había derivado en un sucesión de cánticos, luego de ver a los debatientes acurrucados, mansos, durmiendo por el influjo del alcohol, del calor del debate; Mongke Kan preguntó con sarcasmo si, después de todo, a eso se reducía toda la sofisticada teología religiosa: a un par de nanas para bebés.
Comentarios
Sí, cierto y añadiría que no hay un firme criterio de demarcación entre ideas y creencias sino que sólo hay una larga colección de objetos con algunos de los cuáles somos más (o menos reacios) a considerar la posibilidad de que dejen de amueblar nuestra vida
Sierra,
Yo siempre digo que el discutir nos obliga y nos consigue hacernos más convicentes las razones que sostienen nuestro pensar.