Tenía tanto miedo a morir que fue hasta caritativo ver al diablo aprovechar la oportunidad para proponerle un pacto fáustico.
Con toda la eternidad por delante, bien podría emprender todos aquellos sueños del tenor que sólo la imaginería infante da alegremente en incoar cuando no recibe la censura serena de la madurez.
Así, la gran novela que siempre había querido escribir, por fin logró empezarla pero al tiempo, tuvo que dejarla ya que el acopio homérico de lecturas y reflexiones, experiencias y emociones, en suma, el atesoramiento de materiales que exige tamaña edificación intelectual le empantanaba irremisiblemente en aguas al cabo asfixiantes.
Entonces, reculando, decidió afrontar una tarea más humilde pero también harto deseada: filosofar, pero el no menos exigente anhelo de cultivar una vivificante relación de pareja, le convenció con lucidez socrática de que tales actividades no eran realizables a la par.
Mas para conseguir un terreno desde donde lograr ejercer serenamente tal jardinería, necesitaba desembolsar un dinero que sólo un trabajo estable, a ratos aburrido, a ratos combativo, siempre ineludible, pudo otorgarle; si bien, al precio de tener que desechar la idea de poder ir entre semana a cines, museos, conciertos, bibliotecas, y no consiguiendo entonces ver absolutamente todas esas grandes películas y pinturas, óperas y libros que la humanidad había conseguido legarle.
De su vida de ensueño quedaban los viajes, irrenunciables, hasta que finalmente consiguió entender que la moralmente más prioritaria tarea de acompañar a sus hijos hasta la madurez limitaba y mucho, tamañas ensoñaciones.
Finalmente la vejez: sombra serena y viscosa que acecha a quien se desempeña mortalmente; y la revelación: la muerte no llega realmente en un sólo instante: ésta está actuando constantemente en nuestras vidas, escondida en los resquicios infinitesimales dejados por el tiempo, seleccionando ora un curso de vida, ora otro, y provocando que, ese sumidero de felicidades y esperanzas que es lo contrafáctico, lo que pudo ser, lo que se quiso ser, resulte inalcanzable.
Entendido lo fraudulento del pacto, dio en revocarlo y dicen entonces que su último aliento sonó a suspiro de alivio, como de última batalla librada.
Con toda la eternidad por delante, bien podría emprender todos aquellos sueños del tenor que sólo la imaginería infante da alegremente en incoar cuando no recibe la censura serena de la madurez.
Así, la gran novela que siempre había querido escribir, por fin logró empezarla pero al tiempo, tuvo que dejarla ya que el acopio homérico de lecturas y reflexiones, experiencias y emociones, en suma, el atesoramiento de materiales que exige tamaña edificación intelectual le empantanaba irremisiblemente en aguas al cabo asfixiantes.
Entonces, reculando, decidió afrontar una tarea más humilde pero también harto deseada: filosofar, pero el no menos exigente anhelo de cultivar una vivificante relación de pareja, le convenció con lucidez socrática de que tales actividades no eran realizables a la par.
Mas para conseguir un terreno desde donde lograr ejercer serenamente tal jardinería, necesitaba desembolsar un dinero que sólo un trabajo estable, a ratos aburrido, a ratos combativo, siempre ineludible, pudo otorgarle; si bien, al precio de tener que desechar la idea de poder ir entre semana a cines, museos, conciertos, bibliotecas, y no consiguiendo entonces ver absolutamente todas esas grandes películas y pinturas, óperas y libros que la humanidad había conseguido legarle.
De su vida de ensueño quedaban los viajes, irrenunciables, hasta que finalmente consiguió entender que la moralmente más prioritaria tarea de acompañar a sus hijos hasta la madurez limitaba y mucho, tamañas ensoñaciones.
Finalmente la vejez: sombra serena y viscosa que acecha a quien se desempeña mortalmente; y la revelación: la muerte no llega realmente en un sólo instante: ésta está actuando constantemente en nuestras vidas, escondida en los resquicios infinitesimales dejados por el tiempo, seleccionando ora un curso de vida, ora otro, y provocando que, ese sumidero de felicidades y esperanzas que es lo contrafáctico, lo que pudo ser, lo que se quiso ser, resulte inalcanzable.
Entendido lo fraudulento del pacto, dio en revocarlo y dicen entonces que su último aliento sonó a suspiro de alivio, como de última batalla librada.
4 comentarios:
¡Estupendo, Héctor!
Algunas critiquillas o comentarios:
La primera frase me parece excelente, pero el "que fue hasta caritativo que" me estorbó. El primer 'que' parece imposible de cambiar, pero el segundo podría reemplazarse por un "cuando".
El vocabulario que exhibe a veces siempre me sorprende. Debo confesar que "incoar" ha sido el segundo gran descubrimeinto semántico de la tarde, junto con "chapero". Me encanta. Suena verde como una rana, es tan grotesco como incubar y los matices legulellos le dan el toque final de perversidad. Su vocabulario, como decía, es lo que le da color a sus párrafos —y no hablo aquí del 'color' como de algo pintoresco, sino por una parte al interés que tiene la gramática misma de todo texto y, por otra, a verdaderas impresiones cromáticas.
Me halaga y me aterra a partes iguales que considere a la filosofía una tarea mucho más humilde que la literatura, cosa que puede interpretarse en varios sentidos. ¿Qué quiso decir?
Finalmente, me violenta ese final feliz, cuando hubiese sido tanto más entretenida una eternidad de bien merecidos tormentos. Pero el papel del diablo, en todo este asunto, no queda para nada claro.
Bien vista la cacofonía. Veré cómo la soluciono.
Y, bueno, el tema de la filosofía sabía que iba a traer polémicas así que aclaro antes que nada que fue fruto de una obligación sonora más que un razonamiento pero en la lógica del texto se podría interpretar que la filosofía no exige tanto acopio de material como el de la novela (literario, biográfico, filosófica) porque suele bastar simplemente un bagaje libresco (toda la tradición filosófica) y sobre todo, tiene una finalidad definida (encontrar la verdad), esto es, no se deja atrapar por ambiguos cánticos de sirena (radiografiar una época, penetrar el alma humana, lograr una cosmovosión, otros tópicos)
En cuanto al vocabulario: pretendo no ser estrafalario pero sí que ciertas palabras resuenen un poco. La cuestión cromática está bien vista porque la postura es es<. Y esto, por cierto, para en general cuando escribo y para cuando -me gustaría- leo. Lo que pasa es que el lenguaje castellano está muy transitado, abusa de las colocaciones, y jugar a descolocar continuamente la lengua acaba siendo artificioso -como me temo me pasa las más veces- así que resulta peligroso, ciertamente.
Por último: El diablo queda y tiene el mismo rol que el bufón de Lear. No le dé más vueltas.
Hombre, ¡con decir eso! Me pongo de inmediato a darle vueltas.
Eso de que "suele bastar" con el bagaje libresco para la filosofía no me convence pero ni pizca, aunque en lo demás —y en otras cosas— podría estar de acuerdo con la afirmación. De todos modos, creo que en última instancia es como comparar el violín al saxofón y ponerse a ver cuál es más difícil de tocar.
Sí, sí, como violín y saxofón, pero es que creáme, lo dicho no era para nada una afirmación científica.
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