Afirmativamente lo creen una gran cantidad de pensadores, por ejemplo Quine, el cual lo considera un corolario de su crítica a la distinción analítico-sintética.
Pero podríamos tramitar una respuesta diferente, tal vez más entendible, si reconsiderásemos la cuestión ayer planteada de si Segismundo, habiendo tenido por único lugar habitado su torre y siguiendo aún allí, ¿podría alcanzar a descubrir alguna verdad sobre el mundo?.
A priori, podríamos juzgar que aún no pudiendo validarse empíricamente las hipótesis planteadas sobre el mundo, al menos sí que se podría acotar el potencial abanico de las mismas al punto de poderse aseverar que, sin ir más lejos, "O bien existen animales de formas equinas con un cuerno en la cabeza, o bien no existen". Es decir, Segismundo podría asegurar que la proposición recien enunciada es verdad y que ésta es una verdad sobre el mundo que no necesita del concurso de la empiria.
Nada más lejos de la realidad (nunca mejor dicho), porque el lenguaje no podemos considerarlo a priori (ni a posteriori) un cazador de fenómenos; sino que hay que entenderlo como nomás un instrumento coordinador de conductas acoplables al entorno cuyo ámbito, por tanto, se circunscribe a lo humano y cuya efectividad, en consecuencia, devendrá, no de forma incuestionable e irrefutable, sino aceptable en la medida en que nos permita generar comportamientos adaptables a un mundo que, en el caso de Segismundo, no sabemos todavía si posible.
Pensemos que la proposición antes mentada es gramaticalmente correcta pero si sabemos que tiene sentido, es porque hemos verificado empíricamente que dicha forma o estructura gramatical se adapta a lo real mas no hay modo de dirimir racionalmente y sin recurrir a la empiria, si una frase, siendo gramaticalmente correcta, tiene sentido o no, se adapta al mundo o no, ¿o es que acaso Segismundo podría determinar, sin salir a la calle, que no tiene sentido la proposición que defiende la posible existencia del color más grande habido en los híbridos gelatinosos de las sintáxis deconstruidas?
Pero podríamos tramitar una respuesta diferente, tal vez más entendible, si reconsiderásemos la cuestión ayer planteada de si Segismundo, habiendo tenido por único lugar habitado su torre y siguiendo aún allí, ¿podría alcanzar a descubrir alguna verdad sobre el mundo?.
A priori, podríamos juzgar que aún no pudiendo validarse empíricamente las hipótesis planteadas sobre el mundo, al menos sí que se podría acotar el potencial abanico de las mismas al punto de poderse aseverar que, sin ir más lejos, "O bien existen animales de formas equinas con un cuerno en la cabeza, o bien no existen". Es decir, Segismundo podría asegurar que la proposición recien enunciada es verdad y que ésta es una verdad sobre el mundo que no necesita del concurso de la empiria.
Nada más lejos de la realidad (nunca mejor dicho), porque el lenguaje no podemos considerarlo a priori (ni a posteriori) un cazador de fenómenos; sino que hay que entenderlo como nomás un instrumento coordinador de conductas acoplables al entorno cuyo ámbito, por tanto, se circunscribe a lo humano y cuya efectividad, en consecuencia, devendrá, no de forma incuestionable e irrefutable, sino aceptable en la medida en que nos permita generar comportamientos adaptables a un mundo que, en el caso de Segismundo, no sabemos todavía si posible.
Pensemos que la proposición antes mentada es gramaticalmente correcta pero si sabemos que tiene sentido, es porque hemos verificado empíricamente que dicha forma o estructura gramatical se adapta a lo real mas no hay modo de dirimir racionalmente y sin recurrir a la empiria, si una frase, siendo gramaticalmente correcta, tiene sentido o no, se adapta al mundo o no, ¿o es que acaso Segismundo podría determinar, sin salir a la calle, que no tiene sentido la proposición que defiende la posible existencia del color más grande habido en los híbridos gelatinosos de las sintáxis deconstruidas?
1 comentario:
Un no tajante y definitivo.
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