Es verdad que la vida no suele acaecernos en nítidas unidades llamadas "acciones", ni nos es dado que nos ocurra así. Pero al parecer anhelamos esa clase de configuración coherente de la experiencia. En las breves anécdotas conversadas, en las grandes épicas orales y en la concentración temporal de los cuentos, nos hemos creado un sentido de movimiento narrativo y significado moral que tiene una forma discerniblemente completo en la escala de los hechos humanos. No se ha descubierto ninguna cultura sin narradores que registren y recapitulen la vida de una tribu. Como evidencia complementaria de nuestra añoranza de historias coherentes, todas las culturas han producido alguna forma de "cuento chino", un relato camelístico de acontecimientos en que se improvisan incidentes sin forma ni dirección. Este tipo contingencia pura nos mueve a risa. Queriendo ser originales, algunos escritores modernos y "posmodernos" han cultivado esta carencia de forma.
Más allá de la vía sensorial a través de la cual tiene lugar una experiencia, y más allá de las circunstancias bajo las cuales ocurre, su clasificación como una percepción o una ilusión es una caracterización de ella que un observador hace a través de una referencia a otra experiencia diferente que, otra vez, sólo puede ser clasificada como una percepción o como una ilusión a través de la referencia a otra experiencia sujeta a las mismas dudas.
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