martes, 21 de diciembre de 2010

Cocinando el pensamiento

En cualquier caso cocinar ha sido un gran invento, un fenómeno único y distintivo de la especie humana. Invento con el que el hombre no sólo encontró un nuevo placer, sino también una palanca poderosa con la que transformó casi definitivamente su propio cerebro. Cocinar los alimentos significa predigerirlos de forma tal que con ello se ahorra una buena cantidad de tiempo en el proceso de la digestión y ello, en su momento, debió tener una ventaja evolutiva muy considerable. Frente a las cinco o seis horas que tarda un chimpancé en masticar y digerir sus alimentos, el ser humano solo necesita una hora al día. Cocinar los alimentos significa, de una manera rápida y sin gasto de energía, prepararlos para una más fácil y mejor absorción, desde las proteínas hasta los carbohidratos. De hecho, los instintos humanos, comparados con los de los chimpancés, son mucho más cortos. En el proceso evolutivo ha habido un acortamiento de los intestinos paralelo al agrandamiento de cerebro, tanto que el tracto gastrointestinal humano es sólo el sesenta por ciento del tamaño que tiene el de un primate de peso de cuerpo equivalente, siendo, sin embargo, su cerebro más de tres veces mayor. La energía ahorrada en el proceso de digestión o desmenuzamiento de los alimentos ha sido aprovechada a lo largo de la evolución para alimentar un cerebro en proceso de expansión.

Página 67, del libro El científico curioso, de Francisco Mora.

Con frecuencia, los lingüistas nos advierten contra la falsa creencia de que las personas que pertenecen a la clase trabajadora o a las capas menos educadas de la clase media hablan un lenguaje más empobrecido o simplificado. Sin embargo, esta es una perniciosa ilusión que se debe al lenguaje más descuidado que se emplea en la conversación. El lenguaje ordinario, lo mismo que la visión en color o la locomoción, es un paradigma de precisión ingenieril, una tecnología que funciona tan bien que a menudo el usuario da por sentado sus resultados, sin preocuparse de descubrir la compleja maquinaria que se oculta bajo los paneles. Para construir frases tan "sencillas" como No se me ha perdido o Al tío que vimos ayer se lo han cargado, que cualquier hablante es capaz de producir automáticamente, hay que utilizar docenas de subrutinas para organizar las palabras de forma que puedan expresar un significado. Pese a los esfuerzos dedicados a ello desde hace años, no existe un solo sistema de artificial de lenguaje que sea capaz de replicar el lenguaje que usa el hombre de la calle(...).

Página 28, del libro El instinto del lenguaje, de Steven Pinker

2 comentarios:

Sierra dijo...

Pues el argumento en el primer texto me parece muy precario. De «cocinar los alimentos significa un ahorro de energía» a «la energía sobrante se utilizó en el cerebro» hay un considerable trecho argumental.

Héctor Meda dijo...

Ese regusto se siente típicamente luego de haber tratado de digerir un argumentación bioevolutiva