martes, 26 de enero de 2010

Pequeño elogio al Maestro Cortázar

Llevo estos días en mi blog intentando hacerle ver inútilmente a un hembruno lector el cómo las figuras de omisión lejos de ser un raro recurso estilístico constituyen primeramente una lúcida economización verbal, segundamente una deseable eufonía, etceteramente lo que la imaginación del escritor logre regalarnos.

Es en este último punto en donde más se solazan soberbios escritores como Cortázar que al leerle ayer un cuento y teniendo en carne viva la polémica, no pudo sino saltarme a los ojos su magnífico uso de los zeugmas u omisiones de palabras.

El cuento, Las Ménades; el texto, el siguiente:

Algo como una mancha roja me obligó a mirar hacia el centro de la platea, y nuevamente vi a la señora que en el intervalo había corrido a aplaudir al pie del podio. Avanzaba lentamente, yo hubiera dicho que agazapada aunque su cuerpo se mantenía erecto, pero era más bien el tono de su marcha, un avance a pasos lentos, hipnóticos, como quien se prepara a dar un salto.

El primer zeugma, el habido entre "hubiera dicho que" y "agazapada", zeugma porque ahí debiera estar una expresión verbal del tipo "lo hacía" o directamente "avanzaba"; es un recurso que economiza el texto así como lo musicaliza mejor.

El segundo, empero, merece primero un aplauso y a continuación un estudio.

Es un zeugma complejo, y de esto hablamos de cuando al final de una serie de elementos del mismo nivel sintáctico se introduce una función gramatical diferente, que actúa como factor sorpresivo y de ruptura y resulta sorprendente porque lo que hace es juntar una expresión verbal con el sujeto de la anterior frase ya olvidada de forma que lo que había comenzado como una impresión subjetiva de una escena inenarrable, poco a poco se va resolviendo en acciones descriptibles de por lo tanto emocionar menos grotesco. Pero hete aquí que de repente se nos introduce un zeugma, otra vez se vuelve a perder la caracterización asimilable y como en una fragmentada escena cubista, de la imagen se nos quiebra su visión total, holística, se nos ha escamoteado la perspectiva con que la mirábamos y de nuevo nos encontramos con la frustrante incertidumbre del principio que pensabámos ya esquivada. Urge repensar la situación, recaracterizar la real relatado.

De este modo y gradualmente, sin aspavientos llamativos, es como el maestro nos va entretejiendo un relato de realismo fantástico, de cotidianedad misteriosa y exigiéndonos para su discriminación, la atención creativa que es, nos dirá, el auténtico modo de leer lo escrito pero también lo en general habido.

Y al ver este magnífico loop cortazariano y en general sus textos -tiene más casos de idéntico proceder- no puedo sino comparar su gordiana sintáxis, su embrujada escritura, su fantástica inventiva, con las imágenes de Escher como aquella donde el agua sube hasta un punto y luego, sin que veamos cómo, baja y si el quehacer de éste pretendía cuando menos servir de ilustración del carácter necesariamente infiel de toda construcción pictórica bidimensional entonces, incluso desde el -llamémosle- modus escribendi del argentino, bien podría haber idénticas ambiciones para con toda construcción verbal y comprobar así que lo sobrenatural y lo insólito, lo fantástico y lo misterioso, todo ello tan afín al espíritu cortazariano, tan en fin, nuestro mundo real, erupciona desde el mismo magma del lenguaje con que nos construimos el suelo y sobre el cual decidimos ovejunamente posar el "simplemente un día más" hasta que llega el momento, porque llegará, en que todo estalla bajo nuestros ciegos pies.