En el principio...fue la línea de comandos (descargable en PDF) de Neal Stephenson es un largo ensayo acerca de los sistemas operativos y compañías de software/hardware más populares -MacOS/Macintosh y Windows/Microsoft- y no tan populares -BeOS/Be-, así como también del movimiento del Software Libre -que no necesariamente gratis- lo cual no obsta para que sus conclusiones tengan resonancias más allá del cerrado ámbito de los sistemas operativos.
De este moderadamente recomendable ensayo quisiera hacer un breve análisis crítico.
En el libro se pergeña una pequeña cronología desde mediados de los años 80 hasta finales de los 90 donde se enseña cómo era la informática en los años en que un par de informáticos la empezaban a popularizar. Se emplea muchas analogías que, en principio, parecen no tener mucho que ver con los sistemas operativos pero que bien entendidas detallan bastante bien las diferentes características más destacables de entre los sistemas comentados.
Hay dos analogías, empero, que creo reflejan y sintetizan lo que Neal Stephenson quiere conseguir hacer notar al lector con su ensayo.
Una es la habida entre coches y sistemas donde nos encontramos con un cruce de carreteras en el que a cada lado una compañía vende coches. Las compañías de coches son las empresas de software/hardware y sus productos, los coches, son los sistemas operativos que ofrecen. Esta analogía sirve para poner de relieve que lo que a los usuarios informáticos les mueve a adquirir un determinado sistema operativo no es que tengan unas determinadas características técnicas sino la imagen social que conlleva utilizar esos sistemas operativos. Esto se debe a que la venta de sistemas operativos en principio es un negocio insostenible dado el software libre que además de generalmente gratuito es técnicamente mejor, por eso Stephenson dice que (pág.118)
De este moderadamente recomendable ensayo quisiera hacer un breve análisis crítico.
En el libro se pergeña una pequeña cronología desde mediados de los años 80 hasta finales de los 90 donde se enseña cómo era la informática en los años en que un par de informáticos la empezaban a popularizar. Se emplea muchas analogías que, en principio, parecen no tener mucho que ver con los sistemas operativos pero que bien entendidas detallan bastante bien las diferentes características más destacables de entre los sistemas comentados.
Hay dos analogías, empero, que creo reflejan y sintetizan lo que Neal Stephenson quiere conseguir hacer notar al lector con su ensayo.
Una es la habida entre coches y sistemas donde nos encontramos con un cruce de carreteras en el que a cada lado una compañía vende coches. Las compañías de coches son las empresas de software/hardware y sus productos, los coches, son los sistemas operativos que ofrecen. Esta analogía sirve para poner de relieve que lo que a los usuarios informáticos les mueve a adquirir un determinado sistema operativo no es que tengan unas determinadas características técnicas sino la imagen social que conlleva utilizar esos sistemas operativos. Esto se debe a que la venta de sistemas operativos en principio es un negocio insostenible dado el software libre que además de generalmente gratuito es técnicamente mejor, por eso Stephenson dice que (pág.118)
(...) el único modo en que Apple y Microsoft lo consiguen [la cuota de mercado] es llevando los avances tecnológicos adelante lo más agresivamente que pueden, y haciendo que la gente crea en, y pague por, una imagen particular: en el caso de Apple, la de un librepensador creativo y, en el caso de Microsoft, la del respetable tecnoburgués. Igual que la Disney, están haciendo dinero vendiendo una interfaz, un espejo mágico. Tiene que estar pulido y perfecto o toda la ilusión se arruinará y el plan de negocios se desvanecerá como un espejismo.
La otra analogía crucial precisamente es la de la de Disney y su mundo artificial: Disneylandia.
Este gran parque de atracciones, uno de los centros turísticos por antonomasia, puede ser considerado como el gran símbolo de la cultura moderna actual: la cultura de la interfaz. Frente a la realidad histórica, por ejemplo, la de un palacio indio y el esfuerzo que implica el ir a visitarlo, el enmarcar su arquitectura, la simbología utilizada en su decoración, el paisaje en el que se acopla, el contexto socio-cultural en el que está inserto, todo ello puede ser obviado gracias a que lo facilita Disneylandia haciendo una réplica en su parque de atracciones. Copia fácil y artificiosa, no hace falta decir, dado que supone menos esfuerzo para contemplar, disfrutar y entender. Es lo que se podría llamar la interfaz sensorial: todo un abanico de sensaciones, ideas, símbolos, culturas, tradiciones que pasan por el tamiz de lo artificioso para acabar estandarizándose de forma que sea accesible a todo el mundo pero sin el esfuerzo que supone hiperenlazarlo todo en un contexto cultural más diverso. Es como si un zoólogo a la hora de hacer una clasificación de los animales eliminase razas de una determinada especie animal para hacerla encajar en su taxonomía. De forma que la cultura queda simplificada y subsumida en un molde estandarizado, un molde cuya razón de ser última nos queda vedado dado que hemos eliminado toda referencia, toda precomprensión, toda contextualización que, a pesar de hacerla realmente explicable, aún más disfrutable, la complicaría.
Sobre este tema Stephenson realizará otras metáforas aún más plásticas de cómo la cultura ha sido sustituido por una interfaz que remite a algo no visible. Por ejemplo, el hecho de que todo el que es apresado por la policía sabe que tiene unos determinados derechos como el de guardar silencio. Unos conocimientos que tienen que ver más con las series norteamericanas de la policía donde constantemente aparecen escenas en las que se les informa a los detenidos de tales ideas, que con un conocimiento real e informado de cuáles son los límites que los policías tienen y deben tener.
Esto le da pie a recoger la célebre división de castas hecha por Wells entre los morlocks y los eloi. En otras palabras, entre los que entienden y tienen el poder y los que no entienden y no tienen el poder, y será porque dependen de los otros para navegar por el mundo.
Empresas como Microsoft, como Apple, como IBM o como Google se aprovechan de esta necesidad de la gente de domesticar el mundo, de hacerlo sencillo, accesible, manipulable por lo que los sistemas operativos acabaan escondiendo su complejidad a los usuarios pero impidiendo así la correcta comprensión del funcionamiento de los mismos y con ello, la posibilidad de saber cómo reaccionar en caso de que el sistema operativo falle. Se pretende, definitivamente, hacer que la complejidad de la informática doméstica quede a la altura de cualquier otro electrodoméstico, por ejemplo una tostadora.
Tal cultura de la interfaz hace que la gente desee adquirir un sistema operativo y a la vez no tener que estar tiempo asimilando cómo manejarlo. Prefiere no aprender a utilizarlo por el método de ensayo/error sino que el sistema obedezca tal y como nosotros queremos que lo haga en el momento en que lo queramos, el modo en que lo deseamos. Prefiere no mirar manuales de uso, prefiere no ir a cursillos, prefiere no gastar tiempo aprendiendo. Pero luego viene la cuestión de las responsabilidades, de las limitaciones del sistema, luego vienen los fallos y resulta que no, no tenemos ningún tipo de responsabilidad para con ellos, que serán otros los que deberán rendir cuentas, sí, bien, pero también, mientras tanto, nos quedaremos paralizados, sin algún quehacer, sin saber qué hacer y todo porque, y ahora nos damos cuenta, estábamos indefensos ante cualquier eventualidad.
En resumen, lo que intenta explicar este libro es que existe todo un empeño por parte de la gente en dejar que los fabricantes de software oculten cómo funcionan realmente los ordenadores. Las metáforas visuales, es decir las interfaces gráficas, simplifican el uso del PC haciéndolo más manejable pero al precio de que se viva la tecnología como algo mágico, es decir algo mistificado que no parece tener conexión causal en su naturaleza. Como opuesto a esta filosofía de entender la informática, y acaso la cultura en general, Stephenson hace hincapié en la filosofía hacking, que se remonta a los orígenes de la informática personal y que nunca ha dejado de usar la interfaz de la línea de comandos. Esta apología de la línea de comandos se debe a un deseo de autonomía, a un afán por no renunciar a la creatividad que implica el saber producir y el saber modificar los símbolos frente al servilismo de que otros hagan por nosotros.
En el fondo lo que Neal Stephenson evalúa es la relación que los ingenieros deben tener con sus clientes, los usuarios, porque la historia de la tecnología se reduce a simplificar la forma en la que los humanos interactúan con el entorno, en este caso, a través de las máquinas. Según los seguidores de la línea de comandos como Neal Stephenson esa simplificación idiotiza al usuario, lo exilia de la comunidad de entendidos, le convierte en un mono que pulsa botones a la espera de que alguien deje caer un plátano. El mono hacker, por el contrario, no es una bestia que apriete un botón sino que es un simio que busca cajas, las apila, las ordena y gracias a la estructura construida es capaz de por sí mismo dar alcance a los plátanos. Con lo cual tenemos un mono más independiente, más autónomo porque conocedor y manipulador del entorno. Un mono autosuficiente, un mono emancipado. Entonces Stephenson no estará de acuerdo, por su inmoralidad, que el ingeniero satisfaga la necesidad del usuario a costa de simplificarle el trabajo, a costa de ocultarle el funcionamiento del servicio que le provee, a costa de hacerlo dependiente. Tal actitud tan perniciosamente paternalista acabará socavando la autonomía del usuario al ser este incapaz de poder decidir si un determinado servicio es mejor que otro, en suma, acabará teniendo una relación de servidumbre con el ingeniero donde éste es el que acaba decidiendo qué conviene y qué no le conviene a aquel.
Y si bien lo dice Stephenson resulta cierto, lo que no hace es seguir preguntándose por qué los usuarios de las tecnologías, en este caso del ordenador, prefieren desentenderse del funcionamiento interno de las máquinas, es más, exigiendo que este sea como una caja negra donde se cumpla una determinada función pero no se sepa cómo, no buscando así un mayor control y no quejándose incluso de la consiguiente dependencia con alguien experto. Y la respuesta es que si, en definitiva, los usuarios prefieren perder un poco de autonomía y dejar que los ingenieros decidan cómo, es porque lo que quieren, siguiendo la analogía antes citada del mono, es el plátano y le importa en general más bien poco el cómo se consiga mientras sea conseguido el objetivo.
Esta actitud puede molestar al ingeniero que quiere conocer y comprender, aquel en definitiva que tiene curiosidad intelectual, pero si el usuario quiere ceder su autonomía tiene, valga la paradoja, la suficiente autonomía para hacerlo.
De hecho esta actitud, está bastante generalizada y es bastante comprensible pues el ser humano no está capacitado para comprender todos los elementos de la sociedad, para sacarle todo su jugo a la civilización si previamente no delega el cómo de ciertos quehaceres. Esto es lo que se conoce como división intelectual del trabajo.
Inevitablemente esto implica que el ingeniero tendrá que ser cauto con lo que hace pues en sus manos está parte de las necesidades del usuario (o cliente) tal que en las manos de un médico están parte de las necesidades (las más de las veces la vida al completo) del cliente (o paciente). Ahora bien, exigir por ello que cada usuario controle, manipule y sepa del funcionamiento de un ordenador es absurdo pues esta táctica autista no es capaz de aprovecharse de las sinergias que pueden aparecer en la sociedad cuando los individuos interactúan bajo un marco común de responsabilidad legal y moral.
Acierta definitivamente Stephenson al argumentar lo que en su momento sentenció más brevemente Arthur C. Clarke , a saber: cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, no obstante yerra al querer olvidar que no hay opción, que, y a pesar de lo que los poperos libros de divulgación científica nos pueden hacer creer, la civilización tiene actualmente en su haber un arsenal de conocimientos que excede a no dudar la capacidad de almacenaje de un solitario individuo por lo cual a éste le urge priorizar y seleccionar, establecer y recoger los conocimientos a tener si no quiere caer en una inanidad bur(r)idiana.
Esto, por cierto y a mi parecer, lanza un pesimista mensaje si decidimos movernos en las coordanadas de la cita de Clarke y es que, lo queramos admitir o no, ya vivimos en una civilización rebosante de magia.
Este gran parque de atracciones, uno de los centros turísticos por antonomasia, puede ser considerado como el gran símbolo de la cultura moderna actual: la cultura de la interfaz. Frente a la realidad histórica, por ejemplo, la de un palacio indio y el esfuerzo que implica el ir a visitarlo, el enmarcar su arquitectura, la simbología utilizada en su decoración, el paisaje en el que se acopla, el contexto socio-cultural en el que está inserto, todo ello puede ser obviado gracias a que lo facilita Disneylandia haciendo una réplica en su parque de atracciones. Copia fácil y artificiosa, no hace falta decir, dado que supone menos esfuerzo para contemplar, disfrutar y entender. Es lo que se podría llamar la interfaz sensorial: todo un abanico de sensaciones, ideas, símbolos, culturas, tradiciones que pasan por el tamiz de lo artificioso para acabar estandarizándose de forma que sea accesible a todo el mundo pero sin el esfuerzo que supone hiperenlazarlo todo en un contexto cultural más diverso. Es como si un zoólogo a la hora de hacer una clasificación de los animales eliminase razas de una determinada especie animal para hacerla encajar en su taxonomía. De forma que la cultura queda simplificada y subsumida en un molde estandarizado, un molde cuya razón de ser última nos queda vedado dado que hemos eliminado toda referencia, toda precomprensión, toda contextualización que, a pesar de hacerla realmente explicable, aún más disfrutable, la complicaría.
Sobre este tema Stephenson realizará otras metáforas aún más plásticas de cómo la cultura ha sido sustituido por una interfaz que remite a algo no visible. Por ejemplo, el hecho de que todo el que es apresado por la policía sabe que tiene unos determinados derechos como el de guardar silencio. Unos conocimientos que tienen que ver más con las series norteamericanas de la policía donde constantemente aparecen escenas en las que se les informa a los detenidos de tales ideas, que con un conocimiento real e informado de cuáles son los límites que los policías tienen y deben tener.
Esto le da pie a recoger la célebre división de castas hecha por Wells entre los morlocks y los eloi. En otras palabras, entre los que entienden y tienen el poder y los que no entienden y no tienen el poder, y será porque dependen de los otros para navegar por el mundo.
Empresas como Microsoft, como Apple, como IBM o como Google se aprovechan de esta necesidad de la gente de domesticar el mundo, de hacerlo sencillo, accesible, manipulable por lo que los sistemas operativos acabaan escondiendo su complejidad a los usuarios pero impidiendo así la correcta comprensión del funcionamiento de los mismos y con ello, la posibilidad de saber cómo reaccionar en caso de que el sistema operativo falle. Se pretende, definitivamente, hacer que la complejidad de la informática doméstica quede a la altura de cualquier otro electrodoméstico, por ejemplo una tostadora.
Tal cultura de la interfaz hace que la gente desee adquirir un sistema operativo y a la vez no tener que estar tiempo asimilando cómo manejarlo. Prefiere no aprender a utilizarlo por el método de ensayo/error sino que el sistema obedezca tal y como nosotros queremos que lo haga en el momento en que lo queramos, el modo en que lo deseamos. Prefiere no mirar manuales de uso, prefiere no ir a cursillos, prefiere no gastar tiempo aprendiendo. Pero luego viene la cuestión de las responsabilidades, de las limitaciones del sistema, luego vienen los fallos y resulta que no, no tenemos ningún tipo de responsabilidad para con ellos, que serán otros los que deberán rendir cuentas, sí, bien, pero también, mientras tanto, nos quedaremos paralizados, sin algún quehacer, sin saber qué hacer y todo porque, y ahora nos damos cuenta, estábamos indefensos ante cualquier eventualidad.
En resumen, lo que intenta explicar este libro es que existe todo un empeño por parte de la gente en dejar que los fabricantes de software oculten cómo funcionan realmente los ordenadores. Las metáforas visuales, es decir las interfaces gráficas, simplifican el uso del PC haciéndolo más manejable pero al precio de que se viva la tecnología como algo mágico, es decir algo mistificado que no parece tener conexión causal en su naturaleza. Como opuesto a esta filosofía de entender la informática, y acaso la cultura en general, Stephenson hace hincapié en la filosofía hacking, que se remonta a los orígenes de la informática personal y que nunca ha dejado de usar la interfaz de la línea de comandos. Esta apología de la línea de comandos se debe a un deseo de autonomía, a un afán por no renunciar a la creatividad que implica el saber producir y el saber modificar los símbolos frente al servilismo de que otros hagan por nosotros.
En el fondo lo que Neal Stephenson evalúa es la relación que los ingenieros deben tener con sus clientes, los usuarios, porque la historia de la tecnología se reduce a simplificar la forma en la que los humanos interactúan con el entorno, en este caso, a través de las máquinas. Según los seguidores de la línea de comandos como Neal Stephenson esa simplificación idiotiza al usuario, lo exilia de la comunidad de entendidos, le convierte en un mono que pulsa botones a la espera de que alguien deje caer un plátano. El mono hacker, por el contrario, no es una bestia que apriete un botón sino que es un simio que busca cajas, las apila, las ordena y gracias a la estructura construida es capaz de por sí mismo dar alcance a los plátanos. Con lo cual tenemos un mono más independiente, más autónomo porque conocedor y manipulador del entorno. Un mono autosuficiente, un mono emancipado. Entonces Stephenson no estará de acuerdo, por su inmoralidad, que el ingeniero satisfaga la necesidad del usuario a costa de simplificarle el trabajo, a costa de ocultarle el funcionamiento del servicio que le provee, a costa de hacerlo dependiente. Tal actitud tan perniciosamente paternalista acabará socavando la autonomía del usuario al ser este incapaz de poder decidir si un determinado servicio es mejor que otro, en suma, acabará teniendo una relación de servidumbre con el ingeniero donde éste es el que acaba decidiendo qué conviene y qué no le conviene a aquel.
Y si bien lo dice Stephenson resulta cierto, lo que no hace es seguir preguntándose por qué los usuarios de las tecnologías, en este caso del ordenador, prefieren desentenderse del funcionamiento interno de las máquinas, es más, exigiendo que este sea como una caja negra donde se cumpla una determinada función pero no se sepa cómo, no buscando así un mayor control y no quejándose incluso de la consiguiente dependencia con alguien experto. Y la respuesta es que si, en definitiva, los usuarios prefieren perder un poco de autonomía y dejar que los ingenieros decidan cómo, es porque lo que quieren, siguiendo la analogía antes citada del mono, es el plátano y le importa en general más bien poco el cómo se consiga mientras sea conseguido el objetivo.
Esta actitud puede molestar al ingeniero que quiere conocer y comprender, aquel en definitiva que tiene curiosidad intelectual, pero si el usuario quiere ceder su autonomía tiene, valga la paradoja, la suficiente autonomía para hacerlo.
De hecho esta actitud, está bastante generalizada y es bastante comprensible pues el ser humano no está capacitado para comprender todos los elementos de la sociedad, para sacarle todo su jugo a la civilización si previamente no delega el cómo de ciertos quehaceres. Esto es lo que se conoce como división intelectual del trabajo.
Inevitablemente esto implica que el ingeniero tendrá que ser cauto con lo que hace pues en sus manos está parte de las necesidades del usuario (o cliente) tal que en las manos de un médico están parte de las necesidades (las más de las veces la vida al completo) del cliente (o paciente). Ahora bien, exigir por ello que cada usuario controle, manipule y sepa del funcionamiento de un ordenador es absurdo pues esta táctica autista no es capaz de aprovecharse de las sinergias que pueden aparecer en la sociedad cuando los individuos interactúan bajo un marco común de responsabilidad legal y moral.
Acierta definitivamente Stephenson al argumentar lo que en su momento sentenció más brevemente Arthur C. Clarke , a saber: cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, no obstante yerra al querer olvidar que no hay opción, que, y a pesar de lo que los poperos libros de divulgación científica nos pueden hacer creer, la civilización tiene actualmente en su haber un arsenal de conocimientos que excede a no dudar la capacidad de almacenaje de un solitario individuo por lo cual a éste le urge priorizar y seleccionar, establecer y recoger los conocimientos a tener si no quiere caer en una inanidad bur(r)idiana.
Esto, por cierto y a mi parecer, lanza un pesimista mensaje si decidimos movernos en las coordanadas de la cita de Clarke y es que, lo queramos admitir o no, ya vivimos en una civilización rebosante de magia.
5 comentarios:
Como programador y ocasional colaborador de software de código abierto, me acerco a agregar algunas cosas.
Por un lado, no es verdad que el "software libre (...) además de generalmente gratuito es técnicamente mejor". La gente que escribe software libre usualmente lo hace en su tiempo también libre. Tal vez son buenos programadores, pero tal vez son programadores que hacen sus primeros trabajos y desean colaborar con el movimiento o tener cierta exposición. Hay mucho software libre de mala calidad: el dinero compra los mejores programadores, el altruismo es más democrático con la distribución del talento. Finalmente, la dedicación a tiempo completo y los trabajos estructurados suelen ser la excepción dentro del movimiento. Esto contrasta fuertemente con una empresa que dedica, por ejemplo, 43 personas pagadas con los mejores sueldos del mercado para decidir (no para implementar) el menú que se utiliza para apagar la PC (http://moishelettvin.blogspot.com/2006/11/windows-shutdown-crapfest.html). Por otro lado, no hay que subestimar otro problema grave del software libre: las tecnologías privadas hacen una buena parte de un sistema operativo y cuando los dueños de esas tecnologías no cooperan o lo hacen a desgano, la calidad del sistema como un todo se resiente. Linux en este momento tiene problemas con la construcción de código abierto de hardware que es por decisión corporativa cerrado (notoriamente las placas de video más populares), o con tecnologías de software como el Adobe Flash Player, o la compatibilidad 100% con documentos de Microsoft Office. Es difícil la ingenieria inversa, no se puede culpar a los entusiastas programadores de código abierto por esto, pero por estas razones (y otras), el software libre no es necesariamente "técnicamente mejor", aunque en algunas áreas puntuales suela serlo, como la de seguridad o la de las tecnologías de internet (navegadores, servidores).
Last but not least, en las distribuciones de Linux hoy se tiende cada vez más a la simplificación de la interfaz de usuario. Linux, que en un principio era un sistema operativo para geeks, para entendidos, para hackers, comenzó a aspirar ser para todos. Ubuntu fue quien más se acercó a esta realidad, y lo hizo a través de los lineamientos de simplicidad extrema que propuso Gnome (http://library.gnome.org/devel/hig-book/stable/principles.html.en). La esencia tras de estas decisiones fue "Linux es para personas"; la idea romántica de que el software libre debía quedarse entre los entendidos se perdió hace algunos años atrás. La batalla por el escritorio hoy se da por perdida, en cualquier caso, y los problemas que esbocé en el primer párrafo son en general la razón de ese fracaso. Paradójicamente, hoy un Ubuntu se ve tan bello como un Windows o un Mac; los problemas son de fondo, no de forma.
Hola Leandro,
Me alegra mucho que te pases por estas páginas.
Yo también soy informático aunque por la cantidad de links que me lanzastes, no me supone ningún problema admitir que menos informado del tema que tú.
Mi impresión personal, de dentro del mundillo geek, es que resulta ya casi blasfemo cuestionar el software libre por lo que su uso se ha convertido en un cliché irrenunciable, esto es, ya no se puede decir que uno usa internet explorer, ms office o windows.
Mi jefe, sin ir más lejos, también informático, por cierto, dice que si algún informáctico le manda un curriculum en .doc no lo lee porque ello demuestra que el candidato desconoce los problemas del sotfware no libre .
¿Razones de este elitimos? Desde luego están las razones técnicas, está que mientras detrás de un programa "libre" hay una enorme comunidad entera, detrás de un programa privado hay sólo un equipo de programadores aunque eso no le impida acumular claros triunfos al software privado (por ejemplo los ERPs tipo SAP) y como tú bien dices incluso haciendo balance tal vez el tópico de software libre como el mejor software se cae. No lo sé.
No obstante, he oído defenderlo por otras varias razones y sin ánimo de ser exhaustivo sí diré que tales razones podrían ser:
1) lo insinuado antes en la anécdota sobre mi jefe: es deseable que los archivos de un determinado programa estén a disposición de que los pueda abrir cualquier programa (v.gr: los .doc sólo los puede abrir con seguridad bien los microsoft word. ¿Cómo saber que mi destinatario tiene dicho programa?).
2) los derechos de autor que mucho bohemio empieza a deplorar no existen en una comunidad libre. Todo gratis.
3) la filosofía hacking de "yo tengo el control porque sé cómo funciona" que sólo es posible si el código fuente está a disposición de todos.
Y con este último punto volvemos al ensayo porque es cierto que Stephenson en el libro reseñado presupone mayor calidad técnica al software libre pero su vindicación, digamos romántica, es que sólo desde un quehacer hacking es posible una sociedad de individuos autónomos.
Mi perspectiva, por cierto y aunque brevemente anotada al final, apunta justo a lo contrario, a incluso una defensa del software privado como resultado natural de la división del trabajo, sólo que no puedo sino estar de acuerdo con Stephenson en que una proliferación de software "cautivo" sí que lapida la autonomía del usuario porque se le apantalla ciertas realidades -como programador ya sabrás la obsesión cuando se pica código de hacer siempre transparentes las funciones- y en consecuencia se le hace un poco más mágico el mundo.
Es claro que el software hoy tiene un componente ideológico, además de un componente técnico. Hay la idea de defender una cierta utopía, los ideales que uno quisiera para el software. ¿No hay una versión en español? Yo puedo colaborar. ¿Necesito que haga X? Yo puedo colaborar, o al menos contactarme directamente con quien lo hizo para conversar con él la posibilidad. Necesitamos estándares abiertos, no sólo código abierto. Internet Explorer reniega de ellos, Microsoft Word reniega de ellos. En mi casa utilizamos Linux, mayormente por ideología. La ideología subyacente es compleja, y tiene un varios componentes, como dijiste: uno humano (apoyar al underdog), otro comunitario (lo hacemos entre todos para todos), otro financiero (es gratis), otro ético (es gratis y no es ilegal), otro político (no apoyamos al capitalismo salvaje), otro vindicativo (odiamos a Microsoft), etcétera. Y los que apoyamos al software libre sostenemos el mito de la calidad superior basados en que queremos despegarnos del mal software propietario y decir "se puede hacer mejor", aunque eso en muchos casos también significa que todavía, aunque se pueda, nadie lo hizo mejor. Es una bandera más, una que levantamos, por ejemplo, con el Firefox, claro, hasta que llegó Chrome, pero creo que es una bandera que todos sabemos en el fondo no siempre verdadera y que cuidamos de no cuestionarla demasiado en voz alta. Y eso queda en evidencia cuando hoy, con los avances de interface hacia el "usuario común" que hizo Ubuntu, las razones para no migrar a Linux son notoriamente técnicas: no todo anda perfectamente, y como dije antes, hay problemas en comunicarse con los formatos cerrados de Microsoft, Adobe, nVidia, etc.
Quizás, en cualquier caso, esta discusión también se esté desfasando en la historia. Hoy habría que discutir del código de Google, no del código de Windows o de Ubuntu. Google tiene un nuevo sistema operativo donde hay realmente poco más que un navegador, y allí en la nube de internet todo es público y todo es privado a la vez: la magia que se esconde detrás del desnudo total de la información, del ruido, del invisible soporte de lo demasiado visible.
También hay que considerar que el libro de Stephenson es de 1999, lo cual hace que tenga más sentido para su época, hace once años.
PS: Siempre paso por estas páginas, pero, como te dije alguna vez, nunca me siento a la altura para decir nada, jaja.
Totalmente de acuerdo con lo dicho. De hecho, me acabo de dar cuenta que, efectivamente, lo dicho por Stephenson merece también una lectura ideológica y sí, ciertamente el libro ya es viejo en el análisis de un siempe cambiante tecnomundo pero su espíritu sigue expandiéndose luego vigente.
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