Escrito a cuatro manos con DeepSeek: Cuerpos en busca de una narrativa sin biopoder

¿Puede uno viajar a Marte a la buena de Dios? ¿Y puede uno llevarse consigo a una sociedad a Marte sin ejercer un poder pastoral sobre cómo aclimatar nuestro cuerpo a nuestra estancia allí?


¿Se podría evitar ejerce un biopoder si acudimos a Marte, colonizamos el espacio?

El biopoder es aquel ejercido por los estados modernos a la hora de explotar numerosas y diversas técnicas en pos de subyugar los cuerpos y controlar la población.

El biopoder se conduce por patrones conductuales en la red de estímulos y controles en pretendida búsqueda de maximizar la utilidad biológica bajo marcos institucionales.

¿Puede una sociedad --en la gran competición geopolítica-- evitar ejerce un biopoder -- así, a secas? ¿Sería incluso moral no advertir --impugnar incluso-- la peor aclimatación de ciertos sectores poblacionales al entorno moderno?


Empecemos con cuidado. Cuando se habla de la patologización del cuerpo por medios de dispositivos de poder disciplinarios, no se debe negar el rango homoestático en el que efectivamente nuestra biología debe estar hospedado.


Recordemos:

Homeostasis (clásica): Se refiere a sistemas que mantienen un punto fijo de equilibrio mediante mecanismos de retroalimentación negativa (ej.: temperatura corporal en humanos ~37°C, pH sanguíneo ~7.4). El rango es estrecho y el sistema corrige desviaciones

Alostasis: Es la capacidad de cambiar el punto de equilibrio (no solo el rango) en respuesta a demandas ambientales o fisiológicas. Por ejemplo: La fiebre eleva temporalmente el "set point" homeostático de temperatura (ej.: de 37°C a 39°C) como respuesta inmunitaria.


Los 42°C al alza o 34°C a la baja son menos una ley alostática que una constricción termodinámica de la carne (desnaturalización de proteínas a >42°C, colapso metabólico a <34°C): el organismo no elige sus límites, pero los usa para significar supervivencia.


NO es que no haya prácticas insalubres (lo hay: hay insalubridad en nuestras sedentarias prácticas modernas y es necesario hacer discurso de ello).

 

El biopoder debe evitar el feyerabendiano "todo vale" en su búsqueda de impugnar el biopoderoso discurso mecanicista.


Esto nos viene a cuidado para entender que sí hay cuerpos que se devienen insalubres (o inadaptados al entorno para ser más precisos, o todavía para ser más precisos: efectivamente hay situaciones en que un cuerpo simplemente colapsa). 

Un humano en Marte respirando a pleno pulmón. 

En jerga evolutivo-biológica, podrías describir a este espécimen humano de este modo:

"Un fenotipo fuera del rango de reacción normativa de su nicho evolutivo ancestral, exhibiendo desajuste adaptativo agudo (evolutionary mismatch) debido a la desconexión entre sus rasgos conservados (p. ej., dependencia de O₂ a 1 atm) y las presiones selectivas del ambiente novel (CO₂, baja presión). Su fisiología opera en estrés homeostático irreversible, con altas probabilidades de fallo sistémico (fitness 0)."


¿Esta jerga es un régimen de verdad? Sí, lo es. Pero no falla en transmitir una acción disuasoria ("no vayas a Marte a la buena de Dios sin más preparación") sino en expeler una discursividad cuya fijación peligra ritualizar nuestras prácticas cotidianas.


Me explico.


Los Hadza. Los hadza (también llamados hadzabe) son un pueblo indígena cazador-recolector que habita en el norte de Tanzania, concretamente en la región cercana al lago Eyasi, en el Valle del Rift. Son uno de los últimos pueblos cazadores-recolectores que mantienen una economía no agrícola, de hecho, cazan todavía con arco y flechas (principalmente pequeños animales, como dik-diks o aves) y recolectan tubérculos, bayas y miel.

Su preservada ancestralidad nos ha permitido una ventana al pasado y por tanto una orientación a cómo serían los nichos evolutivos que nos originaron y por extensión las conductas en torno a las cuales y para las cuales nuestra genética brotó.

Además, ellos no padecen de las dos primeras causas de muerte en las sociedades industriales: Enfermedades cardiovasculares y cáncer. Tampoco la tercera: la iatrogenia. La iatrogenia es al sistema médico lo que el "collateral damage" a la guerra. Estudios como el de BMJ Quality & Safety (2013) o el informe "To Err is Human" (1999) la estiman entre el 3º y 4º puesto en mortalidad.


No es un régimen de verdad (salvo escepticismo pirrónico) el hecho de que estos atávicos (en el buen sentido de la palabra) individuos tengan un régimen de vida más sano que el nuestro.


¿Pero cómo incorporamos entonces su biopoder evolutivo? Bien. Desde un punto de vista discursivo, se puede prescribir de una manera caricaturescamente confuciana este tipo de vida, ritualizando sus hábitos e injertándolas sin solución de continuidad en nuestro ecosistema propio.


Semejante proceder, a la postre, levantaría un dispositivo poder semejante a un policial: un determinado perfil con rasgos atributivos (sub specie aeternitatis) resulta esbozado y se criba y detecta aquellos que lo (in)cumplen para ser resaltados y/o amonestados mediante redadas estadísticas. Convertimos así nuestra salud en un hoja de cálculo que nos evita ver el partido y el estrecho contacto.


Este dispositivo de biopoder en donde todo aquel que no se comporte como un hadza sería acusado de llevar una vida insana.


Desde la perspectiva de Havelock, Platón (en el contexto de la escritura alfabética) desvincula el saber de lo sensorial: las Formas (eidos) son esencias estáticas ("Justicia en sí") fuera del tiempo en contraste con la cultura oral homérica en donde se opera en un flujo perceptivo y narrativo: los conceptos se expresan a través de acciones concretas .


Recordamos a Havelock para fijar esto: La especie eternitatis es el triunfo de la abstracción sobre la narración.

O formulado en en términos quineanos: 

La species eternitatis constituye una regimentación ontológica que sustituye la inducción narrativa por términos abstractos de designación rígida, operacionalizando así el marco conceptual necesario —aunque no suficiente— para la posterior reducción quineana de lo biopolítico a patrones de estímulo-respuesta dentro de un espacio lógico de posibles estados fisiológicos.


Lo que hoy sabemos, sin embargo, es que no se puede deshilachar ninguna conducta de los hadza y elevarlo a fetiche sin que por el trasplante se pierda la externalidad de red que la hace plausible y por tanto la vivifica un tanto sino todo.

Ellos pueden dormir menos de siete horas, por ejemplo, pero su cronotipo y sincronización cicardiana, su dieta no ultraprocesada o su actividad laboriosa constante, convierte su dormir en una actividad ininterrumpida y eficiente de manera que su "puntaje" de sueño no se puede replicar meramente mimetizando su "cantidad" de sueño habida cuenta de nuestro sedentarismo, luz azul y urbanidad en general.


Podemos esto extrapolarlo a otros múltiples ámbitos de sus vidas y encontrar iguales dificultades de transplantación: la salud psicofísico opera en un continuo ecológico, en un devenir, que no puede discrecionalizarse en categorías estanco impertubables al operar de actividades vecinas en un régimen tal que podamos, apenas viendo tal o cual indicador, tener certeza absoluta de por dónde anda mal o bien un cuerpo.


Es desde el mismo momento en que juzgo a una persona de manera atributiva (bajo un dispositivo de biopoder, vale decir, haciendo diagramas de Venn con sus indicadores de salud) corro el riesgo de hacer "profiling" por no haber historizado previamente al paciente.


La species eternitatis (a Platón el mérito)  es el compromiso ontológico último: un término teórico que regimenta el desorden narrativo en variables ligadas, allanando el camino para que el biopoder reduzca lo viviente a esquemas estímulo-respuesta en el espacio de estados fisiológicos posibles.


Lo que quiero ilustrar es que el actual discurso del biopoder estructurado en los gurúes de la buena salud o en las prescripciones médicas genéricas, no hacen sino platonizar unas prácticas enredadas en fetiches ritualistas en la creencia de un species eternitatis que lo fundamente. No en vano, La República es el primer manual de biopolítica: define no solo qué cuerpos deben existir, sino cómo deben moverse, reproducirse y hasta morir en función de un modelo trascendente.


Es la vuelta a una homericidad narrativa del contacto estrecho entre persona y paciente, lo único que puede encarrilar una reapropiación de los cuerpos por parte de los propios cuerpos y no otra cosa puede ser la salud, nunca una idea platónica, repito.


Las redadas estadísticas (biomarcadores de salud) pueden ayudarnos al contacto a la manera de los puntos focales prescritos por Schelling ("si dos turistas separados en New York que deben encontrarse están separados y no tienen modo de coordinarse, podrían acudir a Times Square en la convicción de ser éste un punto focal plausible de encuentro"), vale decir, como una modo de cercar y acercar un encuentro con el paciente que debe ser cara a cara, y última instancia, para facilitar, si cabe, el encuentro del paciente consigo mismo, con sus sensaciones y su propia salud interna interiorizada.


Aquí no se trata de jugar a ser Barón de Münchhausen y creerse fuera de cualquier biopoder, sino ilustrar cómo aquel otro paradigma, el discursivo, esto es, el platónico, acaba por descarrilar el devenir natural y salubre de cualquier persona. No solo crea marginados: enferma a los sanos.


Esto se ve no sólo en la disciplina ejercida contra cuerpos marginales sino contra los propios cuerpos sanos según la propia lógica clasificacionista del biopoder. El sesgo del hombre sano.


El sesgo del hombre sano es un artefacto de la regimentación ontológica en epidemiología observacional: al cuantificar sobre individuos auto-seleccionados como ‘sanos’ —una clase mal definida por su opacidad modal frente a variables ambientales ocultas—, se introduce un error sistemático en la asignación de valores de verdad a los condicionales estímulo-respuesta que modelan la salud poblacional.

Efectivamente. El sesgo del Hombre Sano ilustra también cómo los dispositivos normalizantes perjudican a la gente propiamente sana a través de la prescripción ritualística de prácticas, en el mejor de los casos, inanes.

Estamos hablando un bio régimen que no solo hace enemigos sino que ni siquiera se hace amigable a sus propios amigos.


La medicina platónica (conceptualista) no "descubre" normas biológicas; las produce al convertir correlaciones estadísticas en imperativos categóricos corporales.



Por eso, el gran drama del biopoder actual y actuante no se ciñe solo a que muela la autoestima de un puñado de personas con cuerpos no normativos, sino ser el origen o promotor del tercer causante de mortandad: la iatrogenia. 

Tal cual.

Al "curar" todo enfermedad por el ataque a su sintomatología se pone un dedo al sol a aquellas causas profundas que el cuerpo, por medios homoestáticos, se ha obligado a "nacar", como una ostra, para evitar la carne viva y en el entretanto hacer emerger un síntoma que es "consecuencia de" y no "causa de".


Al intervenir en la salud, no por su devenir paciente a paciente de manera paciente sino por diagramas de Venn que hacen redadas estadísticas, terminamos por atacar justamente aquello que el cuerpo usa para sobrellevar un insano estilo de vida (que no nace de una voluntad incondicionada, por cierto, sino del nado en las circunstancia inmersas).


La tensión alta, el colesterol, la fiebre o la inflamación son recursos estratégicos (entre otros tantos que podría nombrar) que el cuerpo ha desarrollado para eludir un primer "jaque" y que no debemos simplemente desobstruir con medicación y considerar con ello que la salud se recobró. (Obviamente, las estadísticas y analíticas pueden servirnos de "huellas" de una narrativa)


De fondo --y una vez más: Havelock-- subyace el entendimiento de que nuestro cuerpo de ahora es cosecha de una narrativa sembrada a base de conductas propias y estímulos externos para los que se ha desarrollado una estrategia envolvente por parte de nuestro propio cuerpo y no es fruto de unos desafortunados desajustes ocasionales sin un largo recorrido previo.


La salud no se recobra tapando con el dedo luminosos síntomas sino recobrando una narrativa que encarrile nuestra estrategias, vale decir, estilo de vida, hacia prácticas, NO ritualizadas --como si un gesto pudiera existir sin efecto de red--, sino aquellas que nos acondicionen nuestra condición y condiciones a nosotros mismos.


¿Podría uno hacerse al paso de una Zona de Paso saludable sin desmoronarse en dispositivos de biopoder o es esta ambición una ilusión perspectivista fruto de la dimensionalidad de nuestro pensamiento?

¿Se puede realizar prácticas saludables sin quedar atrapado en un dispositivo de biopoder que nos aprese en su horizonte de eventos? 



Hace poco vi a un usuario preguntar al LLM de Twitter, Grok, a ver qué tal era mejor --así en general, de manera categórica y por tanto fundante de un dispositivo de biopoder-- si una dieta a base de cereales o cetogénica. 

El usuario que hacía esa pregunta, quería defender la preeminencia en términos de salubridad de la dieta cetógenica frente a la estandarizada por la OMS que, ciertamente, está fatalmente sesgada hacia los cereales.


Ahora bien, la misma formulación en sí misma de la pregunta, sólo posible bajo la erección de discursos alla platónica, vale decir: conceptuales, lleva de suyo el estigma de cualquier redada estadística, cualquier despliegue de un dispositivo de control policial: falsos positivos (Inocente condenado ).


Sí, es más que posible, a modo de primer contacto, que una dieta cetogénica sea preferible a otra estrictamente cerealista pero, por recoger el conocimiento médico estadístico conocido, decir que la cetosis aumenta la excreción de sodio, potasio y ácido úrico, sobrecargando riñones débiles, por lo tanto, una dieta basada en cereales integrales (con moderación proteica) suele ser más segura para nefropatías, trastornos metabólicos raros, Diabetes tipo 1 descontrolada, trastornos psiquiátricos con riesgo de hipoglucemia reactiva o para deportistas de resistencia (ultramaratón, ciclismo). 

En general.


¿Por qué tenemos que lanzarnos a una u otra dieta de seguro sólo con mirar desde la aguileña vista panorámica de la estadística y sin aterrizar finalmente en un historia del paciente con nombres y apellidos que nos permita estrechar el contacto y mirar a ciencia cierta, caso concreto, la casuística que nos enfrentamos?

Por el prurito del discurso abstracto.

Si nos abocamos a estos lanzamientos, como digo, a este tipo de afirmaciones genéricas es, desgraciadamente, porque tenemos interiorizada la discursividad abstractiva que, como Havelock anotó, se inauguró de manera estandarizante en la obra platónica: este hablar de conceptos Sub specie aeternitatis sin mayor implicación histórica ni preocupación por el devenir de lo observado.


Debemos, si queremos hacer una aproximación estratégica a modo orientativa, poblar nuestros discursos con mosquetones retóricos ("es probable", "suele suceder", "no sería descartable", etc.) que otorguen fiabilidad epistémica a nuestro discurso e inviten a un mayor contacto, ya en cara a cara, para quien necesita una precisión en su diagnóstico y no una redada estadística que en última instancia es un billete de lotería y no una evaluación clarividente.



Repetiremos entonces otra vez la pregunta antes formulada: dada la indeterminación de la traducción entre manuales de 'salud' (médico, wellness, tradiciones críticas), ¿existe un protocolo observable —libre de compromisos ontológicos con dispositivos biométricos— para practicar la salud sin ser valor de una variable en el cálculo biopolítico?


Parafraseemos a Kissinger en su distinción entre USA y China: El modelo biomédico clásico —heredero de la lógica clausewitziana y éste a su vez del conceptualismo platónico— concibe la enfermedad como un enemigo con estructura categórica identificable y en consecuencia ataca sus ‘centros de gravedad’ (tumores, patógenos) mediante choques frontales (antibióticos, cirugía). 

En cambio, la medicina holística —afín al devenir narrativo— operaría sobre redes de vulnerabilidad: no solo neutralizando los daños visibles, sino también a base de modular el terreno biológico (microbioma, inflamación crónica) y conductual (estilo de vida, estimulación externa) para reducir el potencial patogénico. 


La primera busca aniquilar; la segunda, asfixiar las condiciones que permiten a una enfermedad regenerar su capacidad ofensiva.


El concepto de lo "sano" piensa en colas gaussianas y prácticas ritualizadas. Las prácticas saludables nos orientan, en cambio, por gradientes de posibilidad y potenciales de acción. 

Un discurso identifica piezas (que no pacientes) a base de redadas estadísticas. 

El otro orienta al paciente en la corrosión de condiciones no empoderantes o reactivas. 


Y este cambio en nuestros artefactos observacionales no es baladí: Lo que la medicina llama 'enfermedad' es el valor asignado a una variable dentro de un manual de traducción, por lo tanto, cambiar el manual (ej.: de anatomopatológico a ecológico) es redefinir la ontología del cuerpo por medio de una sustitución paradigmática. 


¿Se puede viajar a Marte la buena de Dios? No. Pero hay prácticas, y prácticas y discursos.

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