miércoles, 23 de noviembre de 2011

Nubes y relojes

El conductor al que el policía apostado en la esquina paró, recibió una advertencia
Ecétera, etcétera. Salta a la vista que la mera observancia de la sintáxis no garantiza una fácil compensión. Pero si somos capaces de descifrar oraciones como esa es porque sabemos cómo funcionan las reglas sintácticas, que no solo nos indican cómo hacer oraciones simples, sino que nos permiten construir oraciones complejas que no sean simples ristras de aquéllas. Podríamos decir:
El policía estaba apostado en la esquina. Paró al conductor. El conductor recibió una advertencia.
Pero casi todos los idiomas poseen una sintáxis que permite una estructura más densa y jerárquica sin introducir ambiguedad.

¿La música también es así? Desde luego lo parece. Para empezar, de la misma manera que el lenguaje produce oraciones relacionadas, algunos de cuyos elementos pueden modificarse de forma legítima -es posible, por ejemplo, sustituir un nombre o un verbo por otros-, las notas y los acordes también pueden intercambiarse en determinadas posiciones de una commposición musical. (...)

No solo existen estructuras musico-sintácticas elementales, como las cadencias, cuyo "significado" obedece al orden de las notas o los acordes, sino que el arte de componer música no consiste simplemente en hilvanar esas fórmulas sencillas: también es posible generar una impresión estructural muy nítida de subordinación e intercalación.



Analizándome al atardecer, descubro que mi sistema de estilo asienta en dos principios, e inmediatamente, y a la buena manera de los buenos clásicos, erijo esos dos principios en fundamentos generales de todo estilo: decir lo que se siente exactamente como se siente -con claridad, si es claro; oscuramente, si es oscuro; confusamentem si es confuso-; comprender que la gramática es un instrumento, y no una ley.

Supongamos que veo frente a nosotros una muchacha de maneras masculinas. Un ser humano vulgar dirá de ella: "Aquella muchacha parece un chico." Otro ser humano vulgar, ya más próximo a la conciencia de que hablar es decir, dirá de ella: "Aquella muchacha es un chico." Otro más, igualmente consciente de los deberes de la expresión, pero más animado por el apego a la concisión, que es la lujuria del pensamiento, dirá de ella: "Aquel chico." Yo diré: "Aquella chico", violando la más elemental de las reglas de la gramática, que ordena haya concordancia de género y número entre el sustantivo y el adjetivo. Y habré dicho muy bien; habré hablado en absoluto, fotográficamente, lejos de la vulgaridad, de la norma y de la cotidianidad. No habré hablado: habré dicho.
(...)
Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente. Sírvase de ella quien sabe mandar en sus expresiones.

Página 101, El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa

2 comentarios:

Sierra dijo...

Pues, francamente, lo que dice Pessoa me parece una estupidez. Vulgar será su madre.

Héctor Meda dijo...

A mi también me parece antipática la caracterización de Pessoa pero creo que, más que el solecismo gongorino, lo que vindica es la metáfora mixta, v.gr:

Y descubrir el pulso vertiginoso de la ciudad de New York (visto en un folleto de viajes)

Que no hay quien pueda dormir escuchando mi latir, que parece que está masticando cristales (oído al grupo MAREA)

Arrasa los males los males escritos de la mente (Macbeth a un médico en referencia a un tratamiento de su esposa, de hecho, a Wittgenstein le molestaba bastante las extravagancias metafóricas, las metáforas mixtas, de Shakespeare)