martes, 18 de octubre de 2011

Lectura habermasiana de Hamlet (2/2)

(Se viene de acá)

Líbreme dios, huelga decirlo, de cometer la anacrónica desfachatez de adjudicar a Shakespeare un registro minucioso de tipos de acción y líbreme el lector inteligente de pretender la impostura intelectual de confundir una ficción con un amueblamiento filosófico pero sí quisiera hacer notar cómo Hamlet elabora contra-acciones en función de la génesis del comportamiento de sus adversarios y es que, sobre todo de una parte hacia aquí, desde T.S Eliot y su miopía literaria más concretamente; se lee mal, muy mal Hamlet pues se lee como un drama no logrado en donde mezclan inarmónicamente un drama de venganza -y la locura será señuelo y estratagema a la par- y un drama sobre la culpa materna y la angustia que ésta supone a su hijo Hamlet.

Pero en realidad, Eliot (y U.Eco y otros tantos al secundarle en su lectura), leen mal, muy mal, insisto, puesto que -y como apunta James Wood (pág.182) a través de Greenblatt- el dramaturgo inglés en sus tragedias reducía sistemáticamente la cantidad de "explicaciones causales que necesita una trama trágica para funcionar de una manera efectiva, y la cantidad de explicaciones psicológicas racionales que necesita un personaje para resultar convincente ", se quiere decir, "Shakespeare se dio cuenta de que podía ahondar muchísimo en el efecto de sus obras y provocar en el público y en sí mismo una intensidad de respuesta especialmente apasionada si eliminaba un elemento explicativo fundamental, entorpeciendo así la base, motivación o principio ético que iba explicando la acción que iba desarrollando", estamos en la táctica de esconder datos para, entiéndase bien, no "elaborar una adivinanza que había que resolver, sino crear una opacidad estratégica" gracias a la cual, me atrevería a decir, se evita una comprensión algorítmica -una reducción formulativa- de la narración, se obstaculiza una lectura aplantillada, en resumen, se veta una lectura informativa y con esto reitero la batalla contra el paradigma de la información y la insistencia en visibilizar los hechos en torno a horizontes preconstituidos, vamos, formas de vida.

Hay que fijarse bien, liberados de suelo firme sobre el que germinar soluciones gramáticales que lo clasifiquen; los personajes literarios se emocionan e inteligen el entorno de una manera novedosa (hasta cierto punto, lógicamente) y a nosotros, como lectores, se nos obliga a aprender de forma ostensiva dicha emoción intelectiva a la manera de como cuando somos niños ya que podemos imaginarnos que todo el uso de palabras es uno de esos juegos por medio de los cuales aprenden los niños su lengua materna, nos dice Wittgenstein en el páragrafo 7, razón por lo cual, decide llamar a estos "juegos" juegos de lenguaje y así buscar, con dichos juegos, destruir toda búsqueda esencialista de lo que no son sino parecidos de familias entre diferentes elementos, esto es, contra el avance coagulante del pensamiento causalista (el cuál, es válido -instrumentalmente eficiente- en otros ámbitos, huelga decir), el aprendizaje de nuevos juegos de lenguaje de parecido familiar con otros, nos sensibiliza en la percepción individualizada a la manera en que un músico entrenado, a fuerza de musicar, acaba por notar más fácilmente las notas desafinadas -y con independencia de que la percepción de una nota nueva en vez de ya la otra desafinada, sea una cuestión eminentemente instantanea en tanto que cognitiva preconsciente.

De ahí, la opacidad estratégica, de ahí que Wittgenstein diga (en el parágrafo 654) que nuestro error es buscar una explicación allí donde deberíamos ver los hechos como "protofenómenos", es decir, donde deberíamos decir: "este es el juego de lenguaje que se está jugando", y de ahí la opacidad estratégica, insisto, de ahí que luego diga Wittgenstein (en el siguiente parágrafo) que no interesa la explicación de un juego de lenguaje mediante nuestras vivencias, sino la conclusión de un juego de lenguaje, y de ahí que aciertan los novelistas del siglo XX al luchar con la concepción denimonónica del personaje literario "redondo" como aquel del que se tiene más información y por tanto una noción del mismo más vívida.

Cuando se lee Romeo & Julieta, uno percibe, por ejemplo en Romeo, cómo lo que a éste -fruto de su sensibilidad hiperromántica (por abstraerlo etiquetadamente en un nombre)- le sucederá, de algún modo, como si fuera una semilla presta a encontrar su adecuada climatología, está ya presente en la percepción que el personaje extrae de lo real, esto es, en la manera en que se enfrenta a lo habido mediante el pensamiento, el diálogo consigo mismo, el lenguaje solo que, desgraciadamente, (porque seguramente aún novel el dramaturgo inglés), la contundencia arrolladora de la trama no nos invita a ver al personaje como una entidad autónoma sobre la cuál acaecerán situaciones trágicas por él mismo buscadas sino por ser marioneta de un destino caprichoso.

Y esa impresión, ese reencauzamiento de la mirada del lector, quiere corregir Shakespeare en sus futuras tragedias, las llamadas (no casualmente) de madurez. Lo viene a decir, de hecho, el propio James Wood (en la misma página citada antes) al preguntarse ¿Por qué hace Lear una prueba a sus hijas? ¿Por qué Hamlet no puede vengar de manera efectiva la muerte de su padre? ¿Por qué arruina Yago la vida de de Otelo?, y se responde irónicamente al hacernos notar que Los textos que fuente que leía Shakespeare proporcionaban todos respuestas transparentes (Yago estaba enamorado de Desdémona, Hamlet habría tenido que matar a Claudio (quien apostillo y aclaro, es insinuado amante prenupcial de la madre de Hamlet, quiere esto significar, su posible padre), Lear se sentía entristecido por el inminente matrimonio de Cordelia). Pero, insistamos, Shakespeare no estaba interesado en tal transparencia, de hecho, Wood quiere hacer ver, luego más tarde y en relación a esto, que justamente por esto la novela se libró del aspecto juvenil de las tramas en favor de las "historias no consumadas" para así lograr una posible contribución de la novela al deseo de Bernard Williams de complejidad en la filosofía moral en tanto en cuanto se evita el tratamiento discursivo de la moral y consecuentemente se elude a la inverosímil criatura kantiana en sustitución de una concepción procesual de la intelección moral.

Por consiguiente, no es una preocupación policíaca digna de investigar la inacción de Hamlet, se quiere decir, digna de investigar policíacamente; y ni mucho menos su ocultamiento es una torpeza estilística como el emocionado T.S.Eliot afirmó, antes bien, constituye una movimiento axial dentro de la estrategia textual seguida por Shakespeare en aras de hacernos sensible a la idiosincrática "forma de vida" del príncipe danés.

Pero es que además, la causa racional del comportamiento de Hamlet -y lo sabemos por otras versiones-, es intuible como ya no sucederá en tragedias posteriores (de no ser por tener a mano las versiones primerizas), y con esto se quiere decir que aquel no da en matar a Claudio por considerarle amante de su madre antes del matrimonio de ambos ("Creo que la reina promete demasiado", afirma la reina de la actriz-reina cuando ésta jura amor para siempre) luego, no hace falta decirlo, considera a Claudio su posible propio padre, es decir, que incluso a la manera policíaca, esta obra no es contradicctoria ni ecléctica como pretende Eliot. No obstante, insisto, no se ha de seguir ese camino sino el de sus propias impresiones, vamos, la vía que nos insta a seguir el autor -si nos fijamos bien en su estrategia textual- en aras de lograr ver la particular forma de vida hamletiana.
Él mismo dice que se siente turbado, pero no quiere hablar de cuál sea la causa. Tampoco le encontramos dispuestos a que se le inquiera, pues se escabulle con demencias sutiles cuando le apremiamos a que confiese su verdadero estado.
Y lo que sorprende en Hamlet, primeramente, es la diversidad enloquecida de gestos y acciones, esto es, con Ofelia se comporta de forma despechada; con Polonio, un atolondrado observador de nubes; con Guildersten, un resentido de la sociedad; con su madre, un devoto amante de padre; con un largo etcétera por enumerar dejo de hablar pero porque creo queda claro, ya está bien reseñado, hay una estrategia disuasiva.

Pero, hay que fijarse bien, cuando por ejemplo Ofelia le lanza sus obsequios haciendo la vez de amante despechada, entonces, como un camaleón, un actor reflejando el mismo papel de la persona tenida en frente; Hamlet se aviene a improvisar el mismo rol de amante despechado;
Podría hacer de intérprete entre vos y vuestro amante, si pudiera ver de cerca el juego de marionetas
y, cuando se encuentra a un cortesano veleta como Polonio, no sabrá si las nubes son elefantásticas o esponjosas
¡Hace referencias a la teta antes de mamarla! Así hacen todos los de su pollada. Por lo que veo, con esto se derrite de gusto este siglo nuestro. Van en sintonía con los tiempos que corren, y copian lo superfluo de la cortesía. Tal hace la espuma que filtra invadiendo con el absurdo las buenas ideas, pero que desaparecen si las soplas, como pompas de jabón
y cuando se encare a un energúmeno como Laertes en el duelo por su hermana, en otro tanto le imitará y superará
¿Quién es ese cuyo duelo suena con tanto enfásis? ¿Quién es ese cuya aflicción conjura a las estrellas hasta detenerlas haciendo que le escuchen con estupor?... ¡Aquí estoy! ¡Hamlet de Dinamarca!
y así una y otra vez, toda vez que interaccione con alguien el príncipe danés, transluciéndose en toda ocasión, cierta desidia frente a las artificiales maneras dramatúrgicas con las que se comportan en el escenario del mundo sus contertulios.
Mucho me duele, buen Horacio, haber llegado a ese extremo con Laertes, pues en la imagen de mi causa se refleja la suya. Intentaré conseguir sus favores. Cierto que el enfásis que puso en su dolor me calmó de ira
y siendo esta la razón última de su sádica parodia.

Porque todas las actuaciones de Hamlet no comportan una mera acción estratégica sino que asimismo son acciones dramatúrgicas (recuérdese a Habermas y utilícese, huelga decir, como escalera a subir y luego desechar)que vienen a parodiar y humillar y a la vez repudiar, de las formas irreflexivas y ya deshumanizadas de sus actores acompañantes,
¡Dejad de retoreceros las manos! Os lo ruego, sentaos, que yo os retorceré el corazón -¡ya lo creo!- si está hecho de materia prenetrable, y si la costumbre del mal no lo ha endurecido y dejado a prueba de todo sentimiento
y si bien esta veta hermenéutica resulta aventurada, queda justificada (frente al seguidismo alla Eliot de considerar mero disfraz estratégico el comportamiento del príncipe danés), a mi ver, desde la escena metafictica en donde unos actores quedan instruidos por el actor principal de la obra, esto es, Hamlet, cuendo éste advierte muy severamente que todo buen actor se debe a cierta mesura, en el fondo existencial, en todo desempeño por el escenario,
Decid los versos, os lo suplico, como yo los he recitado, que salgan con naturalidad de vuestra lengua. Si los declamáis a la manera que usan muchos actores, mejor sería dárselos a un pregonero para que los recitara. Ni hagan de sierra vuestras manos como queriendo cortar el aire...antes bien, usadlas con delicadeza. Pues en el torrente -por así decirlo- de vuestra pasión, habéis de hacer alarde de templanza, de mesura.
y es ahí donde empiezan a chirriar entonces los comportamientos de Hamlet frente a Ofelia despechada o Laertes en duelo o etcétera porque no nos imaginamos en modo alguno a Richard Burbage perfomando mesuradamente tales escenas (y aquí la falta de acotaciones introduce una perversa ambigüedad), antes bien, si nos dejamos seguir por el texto, Hamlet le gritará Ofelia que se vaya al convento, le gritará a Laertes que quiere ser enterrado con su hermana (mientras a la vez con los brazos sierra el aira), se mirará a un espejo -seguro que daga en mano- preguntándose si ser o no ser (no olvidemos, por lo que le insinúa a Ofelia luego y por incluso afirmar del más allá como lugar de donde no ha vuelto viajante alguno; que Hamlet se sabe vigilado por Claudio y Polonio en esta escena), y etc. y lo hará -cómo si no- histriónicamente al decir de con quienes comparte escenario pues estos, invariablemente, lamentan la locura del príncipe danés.
Laertes, mira que está loco.
Impresión imposible de persuadir, si se actúa mesuradamente.
Por Dios, Laertes, déjale.
Y así es como va procediendo el protagonista, y lo hace contrastando con la locura quijotesca pues si Quijote era (repitiendo la disyunción de Wagner y Debussy) un actor modulando tan sutilmente su rol de cuerdo y de loco de una forma tal que anula la distinción (a la manera en que Debussy despoja la sensación de tonalidad por defecto); Hamlet procede de modo contrario, esto es, acumulando moduladamente distintos roles (a la manera en que Wagner despoja la sensación de tonalidad por exceso) y confundiendo así a propios y a extraños para crujir así, y de qué manera, la propia noción de personalidad como esencia estable (y de paso provocando una lectura desquiciada a Eliot y adláteres).

Hamlet asemeja esto, a mi ver, parodiando distorsionadamente -aunque de forma reconocible para un espectador ajeno- a todo actor con el que comparte escenario, y así el príncipe se asemeja a aquel paciente de Tourette, visto por Oliver Sacks, que iba de un lado de la acera a otro, vamos, caminando por un paso de cebra cuando el semáforo en verde y parodiando e imitando a todo peatón que se acercara a él y haciéndolo, además, en un estado de automatizado paroxismo contorsionista que, en el caso del enfermo descrito por Sacks, resulta superior a sus fuerzas y por tanto irrenunciable excepto, eso sí, como pudo darse cuenta luego Oliver, excepto, como digo, cuando lograba -por agotamiento, por circunstancias- alcanzar una calle, quedarse a solas y allí, como si rebobinara todas sus gestas, repetir una a una y de forma acelarada todas las imitaciones hasta entonces atesoradas; y ese encuentro a solas, consigo mismo, sin nadie a quien imitar, con quien jugar; lo tendrá Hamlet en todos sus monólogos donde, y de ahí su carácter abisal, este todo y nada se encuentra impedido de parodiar e impelido a actuar,
Qué pedazo de asno soy -¡oh!- y qué gallardo, que siendo el hijo de un padre asesinado, azuzado a venganza por cielo e infierno, debe, como ramera, abrir con palabras mi corazón
donde se ve obligado a imponerse la sensibilidad y papel de vengador y eso y a pesar de que, a poco, ha acabado por desistir de toda actuación, ha acabado por considerarla algo más que gesto y nadería autohipnotizante
Ni mi manto oscuro, ni el traje obligado de luto solemne, ni los suspiros vaporosos y profundos, ni el abundante río de lagrimas, ni la expresión abatida del rostro, a más de todas las formas, modos y clases del sufrimiento, pueden descubrir mi estado de ánimo. Todo son cosas que "parecen" en tanto acciones que el hombre interpreta [play]. Pero hay en mi intención algo más que apariencias o atavíos del dolor
algo más que una forma, arbitraria como cualquier otra más, de concebirse alguien olvidado de estar en un escenario creyéndose alguien
Me falta ambición

¿Cómo? ¿No tenéis la palabra del propio rey para sucederle en Dinamarca?

Lo tengo, señor, pero "mientras crece la hierba muere el caballo". Es un proverbio que casi huele
peleándose por el reesamblaje de un tiempo desencajado que no hace sino instaurar un orden cósmico igual de ilusorio por cuanto a él no logra comprometerle,
¡Ejemplos hay, palpables como la tierra misma, que me exhortan: he ahí ese ejército tan numeroso e imponenete dirigido por géntil y delicado príncipe cuyo espíritu, henchido por la gloria de la ambición, hace mofa del incierto porvenir exponiendo lo que es frágil y mortal a la misma muerte, fortuna y peligros; y todo por una cáscara de huevo! Verdaderamente ser grande no consiste en atormentarse por nada. Muy al contrario: ser grande es batirse por la más leve causa cuando el honor está en juego. ¿Y yo? ¿Qué haré yo?... Mi padre asesinado, mi madre deshonrada, motivos para la razón o la sangre. Duermo... sólo duermo, mientras contemplo, para mi vergüenza, la muerte segura de veinte mil soldados, sólo por la ilusión de un día de gloria, caminando hacia su tumba como hacia un lecho, peleando por un trozo de tierra, en el que apenas hay sitio para las fosas de los que allí caigan muertos
pero si bien sabemos (gracias a la trampa de leer las versiones pretéritas, insistamos) que es el dilema moral de asesinar a su posible padre lo que inicia su inactividad, es ese obsesivo revolcarse sensual en la acción dramatúrgica
Dime, amigo, si todo me fuera adverso en el futuro, ¿no crees que con esto y con un bosque de plumas, a más de rosas de Damasco en mis zapatos hechos añicos, podría yo tener una parte en una troupe de cómicos [players]?
lo que sin duda incentiva sus diletantes actuaciones hasta que, empero, tanto cambio de vestuario acaba por dejarle desnudo
¿Qué es el hombre, si el mejor uso y disfrute de su tiempo es dormir y comer? No más que una bestia
y a la vez incapaz de no irritarsele el alma por cada disfraz existencial al que de nuevo se acoge
La mano que menos trabaja, tiene más delicado el tacto
a por cada papel que haga su desempeño en el escenario un trayecto reconocible, disolvente de la incertidumbre existencial
-¡Otra más! ¿No podría ser la calavera de un abogado? ¿Dónde quedan ahora sus sutilezas, argucias, sus cartas, títulos y sus trucos? ¿Cómo tolera ahora que ese patán le golpee la cabeza con esa sucia pala? ¿Por qué no le demanda por agravios? ¡Hum! Seguro que este individuo era un terrateniente con escrituras, contratos, dobles garantías, protocolos y finanzas. ¿Esto es todo lo que las garantías le garantizaron al final de sus finanzas? ¿Tener rellenos de fino barro sus finos sesos? ¿Le garantizarán sus garantías, dobos o no, un pedazo de tierra del tamaño de las dos mitades de una escritura? Sus títulos de propiedad apenas cabrían en esta caja -en la que él cabe-. aunque poca herencia será esa para su heredero.

-Poca, mi señor, muy poca

-¿No se hace el pergamino de la piel del carnero?

-Sí, mi señor, y la del ternero también, mi señor

- Carneros y terneros son los que buscan su seguridad de esa forma.
de modo que, finalmente, solo queda un amargo escepticismo porque atrás quedaron bien descubiertos los sencillos mecanismos típicos de la rétorica, de la personalidad, de la la actuación de reyes, amantes, conquistadores y amigos; y acabado uno y sin función, el resto es la nada,
el resto es silencio
o abrir solidarios otra arbitraria vez el telón
Horacio, yo muero. Tú, que vivirás, refiere la verdad y los motivos de mi conducta, a quien los ignora.

18 comentarios:

Sierra dijo...

La verdad es que me está costando mucho entender esta entrada. Tendré que hacer otro intento.

Rafael dijo...

Muy sencillo, Sierra. Planificar, esquematizar si quieres, el comportamiento de las personas, lleva a lecturas erradas por simplistas. La visión sobre los personajes de ficción, a la estirilización de sus protagonistas y la desertización de sus tramas. Y esta misma visión sobre las personas, a la psiquiatrización de sus almas.

Sierra dijo...

En mi opinión, hay dos tipos de tragedia shakesperiana: la ejemplificada por Hamlet y , y la ejemplificada por Coriolano y Macbeth. Solo El rey Lear se alza entre ambos grupos, con su inmensidad.

Viniendo de la tradición griega, siempre he preferido el grupo de Coriolano. En esto creo que sí hay que darle la razón a Eliot: se piense lo que se piense, Coriolano es una obra maestra arquitectónicamente, un logro insuperable. El general romano no le llega a las rodillas al príncipe; pero la obra es de una perfección diamantina.

Rey Lear me parece la mejor obra de Shakespeare porque en ella se combinan la perfección de la obra con la enormidad del personaje.

Cualquiera que sea el juicio final, Hamlet es un bicho raro. Quizás por eso da tanto que hablar (y con justicia).

Hace unas semanas releí el primer acto, debería seguir. Y le daré vueltas al tema.

Sierra dijo...

(el segundo ejemplo del primer tipo de tragedia shakesperiana, que no sé por qué se borró, es Antonio y Cleopatra).

Héctor Meda dijo...

Bueno, Sierra, creo que se dicen muchas, tal vez demasiadas, cosas en este post. Apunta bien, Rafael, al decir cómo la opacidad estratégica busca una incentivar una observación del personaje no secuencialista sino que, en una mirada más holista, digamos, nos pide fijarnos en su sensibilidad intelectiva, en su particular modus cognoscendi y nos insta a mirarlo, a aprenderlo, como si fuera un lenguaje y no un enigma resoluble mediante el descubrimiento de un acontecimiento biográfico. Piénse, por ejemplo, en un asesino en serie: ¿desvelaría algo sobre su "esencia" el hecho de que registráramos que de niño era maltratado? Contra esa vía investigativa creo polemiza Shakespeare a tenor de sus estrategias textuales, las cuales, por cierto, permanecen invariables, a mi ver, en todas sus tragedias (hasta Antonio Y Cleopatra por lo menos)

En el caso concreto de Hamlet, por lo demás,

Héctor Meda dijo...

En el caso concreto de Hamlet, por lo demás, a lo que insto, resumido malamente, es a leerlo como un director de escena que explícitamente instruye la actuación de los actores del acto ¿III? y implíctamente los de todos los demás. No sé, recuerde alguna situación, con alguno seguro habrá pasado, en donde su interlocutor se ha lanzado a describir alguna anécdota, alguna situación, pongamos, poner el coche a tropocientos por hora; y mientras le escucha va pensando en la fatuidad de este personaje que quiere impresionarle y para hacerlo recurre a una escenificación, a una retórica infántil de puro simple. Al rato seguro se sintió solo o como si lo estuviera o como si estuviera ante un papagayo.

Esa especie de aislamiento, o de comunicación quebrada, es lo que intuyo ver en la melancolía del príncipe danés cuando se burla de Ofelia haciéndose la despechada (al tirarle sus obsequios de amor), cuando se burla de Laertes haciéndose el mártir (al lamentar tan ruidosamente la muerte de su hermana), cuando se burla de Polonio haciéndose el educado (al requerir al príncipe para emboscarle y a la vez mantener sus gestos protocolarios); y así una y otra vez.

Incluso se podría pensar que su aprecio a Horacio (al elogiarle su mesura: "Dame un hombre que no sea esclavo de sus pasiones, y yo le colocaré en el centro de mi corazón"), tiene que ver con la idea de sér este el único que actúa con mesura tal y como le pide al actor-cómico que hay que actuar.

Cabe imaginarse a Hamlet, insisto, como un director de escena hastiado de la torpeza actoral, de la simpleza dramatúrgica, gramatical, con la que sus acompañantes (auto)escenifican sus emociones.

No sé si tendrá tiempo a continuar la lectura de Hamlet y si esta lectura le ilumina. Pruebe a ver.

Sierra dijo...

Ionesco, bicho raro que era, se sentía horrorizado por el teatro. Decía que ir al teatro era una de las experiencias más horribles a las que se podía someter: decía ver los "hilos" que movían a los personajes, como marionetas, y se escandalizaba de que nadie más pareciera verlos.

Ayer vi (trozos) de una película llamada La guardia nocturna, sobre el cuadro homónimo de Rembrant. Al final, un crítico le reprochaba al pintor haber abandonado la tradición de los cuadros de escenas militares, en los que las figuras saben perfectamente que están en un cuadro, siendo observadas. En La guardia nocturna Rembrant parece haber querido pintar una escena tal como sucedió, en el proceso de suceder: como un teatro, en el cual los actores están especialmente entrenados para pretender que no son observados.

Ionesco trató de cortar esos hilos: los personajes saben que son observados, saben que actúan. Saben que es teatro.

En cualquier caso, tendría más cuidado al afirmar que cualquiera de estas cosas era la intención de Shakespeare mismo. En la historia del teatro, Shakespeare representa ese momento un par de minutos después del big bang en que el universo comienza a enfriarse y aparecen las primeras partículas; difícilmente me lo imagino pensando en estrategias textuales para presentar el modus cognoscendi de sus personajes. Lo que quiero decir con esto es, meramente, que podría menos énfasis en tratar de adivinar lo que quería el autor, y más en conjurar la forma en que nosotros vemos Hamlet.

Sierra dijo...

Ahora bien, el aislamiento, la comunicación quebrada, es propio de todo Shakespeare, y no solo de Hamlet. Recuerdo algún post pasado de este blog en que en un comentario se decía de Shakespeare que lo propio de sus personajes es no escucharse unos a otros, y muchas veces ni siquiera a sí mismos. No hay comunicación efectiva, solo procesos internos desencadenados, como en el caso de Macbeth, por oírse hablar a sí mismos.

El caso de Hamlet (el príncipe, no la obra) representa un problema porque es la aparición del Espéctro o que lo pone en movimiento. El mensaje del espéctro es atroz no porque pida venganza —lo que es normal en su patrón de valores—, sino porque pide una venganza similar a la que se le pide a Orestes, en la saga de la casa de Atreo. Por un lado hay un imperativo moral difícil de ignorar, por otro lado, cumplir con ese imperativo tiene sus propios problemas. Esta disyuntiva (la propiamente trágica, cuando se considera la tragedia en su dimensión moral) se deja normalmente de lado en atención al carácter de Hamlet, que hace pasar todo lo demás a segundo plano.

Pero, como bien apunta Bloom, el Espéctro y Hamlet representan también un gran salto en términos de patrón moral. Hamlet padre es un militar de vieja escuela, medieval, empeñado en el honor y en la venganza; Hamlet hijo es un universitario intelectual, un miembro del renacimiento: sus valores son otros. Hay un choque valórico que no puede ignorarse.

La importancia de esto, me parece, es que el conflicto de Hamlet no es tan interno como podría parecer. Fuerzas externas lo ponen en movimiento y chocan en él valores antiguos y valores modernos. En las versiones primitivas de Hamlet sabemos que el retraso de la venganza se debía meramente a la dificultad práctica de realizarla, y no por otra razón fingía locura el príncipe. Sabemos que el ur-Hamlet era simplemente una tragedia de venganza.

Es plausible que Shakespeare quisiera una transición desde esta tragedia primitiva y simplona a una obra más compleja, en la cual las fuerzas en conflicto no fuesen solo prácticas. Pero viendo la enormidad que implica el salto, la hipótesis de Eliot de que Hamlet es un fracazo artístico, si bien exagerada, no es completamente descabellada. No diría que se trate de un fracazo, pero sí de un afortunado accidente. Shakespeare pudo bien no saber con exactitud lo que estaba haciendo, y las opacidades estratégicas tener su origen no en un plan del autor, sino en la ignorancia del propio Shakespeare. De otro modo, tendría poco sentido que después volviera Shakespeare a personajes más simplones, como Coriolano o la totalidad de los personajes de La tempestad.

Pero esta discusión es más o menos irrelevante. ¿Qué pensaba Shakespeare? Nunca lo sabremos, e incluso entonces podría no ser demasiado interesante.

Sierra dijo...

Ahora bien, comparada Hamlet con Coriolano —y esta es también la compareción que hace Eliot—, no cabe duda de que la primera tiene serias deficiencias arquitectónicas, si tenemos la tentación de considerar a las obras de arte como edificios de líneas puras. Mientras que Coriolano realiza un arco perfecto de impecable simetría, Hamlet tiene bulbos y protuberancias por todas partes. Hay mucho que "no viene a cuento".

Viene a cuento, desde luego, porque nos habla de Hamlet, de su carácter. "Modus cognoscendi" me parece un vocabulario un tanto más elaborado de lo necesario para hablar de lo que ocurre aquí. Shakespeare no es un filósofo de la conciencia, en sentido moderno. Que sus obras alcancen tales alturas que hasta hoy nos apabullan no es contradictorio con que su principal interés, como creo natural, fuese vender entradas con un buen espectáculo. Hoy en día, cuando un artista, sobre todo un dramaturgo, quiere hablar "en serio", parece que no puede hacerlo sin alienar al público. Consideremos, en cambio, que Hamlet era un espectáculo popular, incluso parte del folklore nacional.

Dicho espectáculo tiene dos raíces: por un lado, el conflicto, que nos mantiene atentos; por otro lado, los personajes, que hacen que nos importe el conflicto en primer lugar.

En Hamlet, Shakespeare, como es habitual, basó el conflicto en el carácter. De hecho, el conflicto de Hamlet es entre su carácter y el mundo que se ve forzado a habitar. Pero tanto el carácter como el conflicto son poco claros: de ahí que la obra sea "bulbosa": una sola línea de desarrollo no podía bastar para presentar a Hamlet en toda su magnitud, para mostrarnos la vastedad de su sufrimiento. Hamlet podría estar encerrado en una cáscara de nuez y contarse rey del universo, porque su carácter trasciende, es más grande, que las circunstancias en las que se encuentra. Necesitaba, por tanto, un espacio enorme para desplegarse.

El carácter de un Macbeth es unívoco: la atmósfera de la obra, acorde, es monótona. Esto debe contarse por un logro artístico, porque la monotonía de la obra nos induce horror por lo que vemos. La naturaleza dobla la rodilla ante el carácer de Lear: él se identifica con el universo. Pero Hamlet abarca la totalidad del universo sin identificarse con él; es más, se siente alienado en él.

Hamlet no podía ser sino una obra confusa, llena de oscuridades, porque el carácter-conflicto que trata de representar no es uniforme.

Tal intento debe contarse entre los grandes logros artísticos de la humanidad. Pero provoca, al mismo tiempo, la pregunta: ¿en qué medida es un éxito?

Héctor Meda dijo...

Por partes:

Cuidado, no rebajemos a Shakespeare, bajo el paraguas de estar en otra época, a un incapaz de sutilezas acordes con nuestro tiempo: la literatura no es física y Shakespeare no es Newton: justo por eso re-leemos aquel.

Y esto porque, en primer lugar, las estrategias (textuales, en este caso) pueden darse sin que el autor de las mismas sea consciente (piénsese en las estrategias evolutivas) y, en segundo lugar, porque un literato no dibuja un sistema filosófico presto a actualizarse mediante información sino que desarrolla un juego de lenguaje propio que resulta familiarizable con otros juegos presentes y futuros (v.gr: el (discutido, vale) parecido familiar de la "forma de vida" Lear con Beethoven, es decir, Shakespeare no dibujaría un personaje beethoveniano (un suponer) en base a una definición/información esencialista de lo que es Beethoven, sino que Shakespeare lograría dibujar una sensibilidad tal que a partir de la cual reconocemos a gente similar, del mismo modo que Kafka no inventó lo kafkiano sino que nos lo hizo reconocible o del mismo modo que las constelaciones no se hicieron tal que así sino que su dibujo, luego de hacerlo, nos junta esas estrellas de una forma familiar reconocible, es decir, quien inventa una constelación no junta estrellas sino que nos permite identificar a un conjunto de ellas en torno a una figura ya familiar.

Decir, por ejemplo, que Lear (o Coroliano) es Beethoveniano no es adjudicar clarividencia a Shakespeare sino reconocer la sensibilidad o constelación de sensibilidades que el dramaturgo inglés inauguró y, en la misma línea de razonamiento, adjudicar metateatralidad alla Ionesco (aunque no lo he leído) a Hamlet no es (otra vez) "adjudicar clarividencia a Shakespeare sino reconocer la sensibilidad o constelación de sensibilidades que el dramaturgo inglés inauguró"

Pero por cierto, Pirandello sí llegó a declarar herencia de Shakespeare.

Luego sigo, mientras tanto, se puede continuar la conversación, claro.

Sierra dijo...

Sí, estoy completamente de acuerdo. Lo que sí disputo es adjudicarle a Shakespeare un vocabulario e intenciones que no le serían propias, como "modus cognoscendi", "estrategia textual", etc. Estas cosas ciertamente pueden encontrarse en Shakespeare, pero atribuírselas como una intención explícita puede llevar al error. Y si bien pudo señalar constelaciones en el cielo, difícilmente sabía que se trataba de enormes bolas de gas a miles de años luz de distancia.

Dicho de otro modo: pensar en un vocabulario tan impropio de Shakespeare podría llevarnos a alienar la interpretación de sus obras de su contexto. El contexto es fundamental para comprender una obra de arte, y me da la impresión de que el vocabulario que usa para hablar de Shakspeare a veces elimina un poco ese contexto (cf. Gadamer).

No es que vea errores de fondo en ninguno de sus argumentos, pero esta forma de hablar podría llevarnos a cometerlos. Un exceso de herramientas conceptuales puede ser perjudicial. Mantengámonos simples.

Héctor Meda dijo...

Continuo->

Respecto a la anacronicidad del kit conceptual, por cuanto es tan profuso y tan moderno; yo también he llegado a dudar pero aquí sería buena distinguir entre oído literario y partitura filosófica pues, como recién leí a Philip Ball, nuestro oído (en puridad, nuestro cerebro) lleva incorporada la capacidad de distinguir conceptos musicológicos tan complejos como el de intervalo, es decir, La gente que fundamentalmente escucha música occidental tiene "compartimentos" mentales con etiquetas metafóricas tales como "segunda mayor" o "tercera mayor" con independencia de que desconozca (como yo) tales conceptos, o sea, que tienen un oído capaz de percibir lo que pensábamos sólo se podía percibir desde la partitura. Otra cosa es, lógicamente, que el uso de la partitura, como cualquier tecnología, permita estabilizar un concepto de la misma manera que el lenguaje nos permite estabilizar ideas preverbales.

Luego, era Harold Bloom (si mal no recuerdo) quien observaba una estructural incomunicación entre los personajes shakesperianos y sí, resulta común en todas sus obras, pero también en Cervantes, en Quijote y Sancho cuando aquel se sanchifica y éste se quijotiza y por tanto sólo se encuentran como de pasada pero también, y en definitiva, como la vida misma y este mismo blog, este mismo post, pivotando alrededor de una obra comúnmente leída, da igual cuenta del coste cognitiva de una comunicación no estandarizada, o sea, no sobreentendida.

O por decirlo, en los términos impuestos en este post: los personajes shakesperianos entienden el mundo desde sus horizante propio, desde su propios mundos de vida husserliano y si en Shakespeare, conjeturo, sobredestaca tanto la incomunicación, tal vez sea por su habilidad para hacer distintos en sensibilidad intelectiva a sus personajes.

Donde ya no sé si seguir a Bloom es en su creencia de que Hamlet atiende una visión normativa del mundo distinta al resto, a su padre ejemplarmente. Es decir, no acabo de lograr una lectura Hamlet en donde sus protagonistas se muevan por (recuperando a Habermas) acciones normativas máxime cuando en sus monólogos, en sus encuentros consigo mismo, lo que realiza Hamlet no es una queja genérica de la realidad social sino un intento de engalanarse de sentimientos vengativos, o sea, una hipnótica autoescenificación y, además, lo que valora de su gran amigo Horacio no es el detentar tal o cuales valores sino el de performar sus emociones con delicada mesura y, además y termino, lo que dice detestar del chilló de Laertes o del bravucón de Fortinbrás y etcétera, no son sus valores sociales (mismamente se identifica en su sed de venganza con Laertes) sino su enloquecedor entusiasmo, en resumen, yo sigo viendo una sobreatención a la acción dramtúrgica en la obra Hamlet y más desde la escena axial del metateatro (Este post, a decir verdad, continua sin solución de continuidad aquel de la Metaficción)

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Héctor Meda dijo...

Termino:

Por último, disiento en que Shakespeare no sea un filósofo de la conciencia puesto que es así como rebautizaría el calificativo que siempre se le ha dado, a saber: explorador del alma humana y, por cierto, baste leer las escenas referidas a la llegada de los actores para saber (o al menos intuir) las opiniones shakesperianas sobre el entretenimiento.

Ejemplos:

"Me acuerdo de haberte oído en otro tiempo una relación que nunca se ha representado al público, o una sola vez cuando más... Sí, y me acuerdo también que no agradaba a la multitud; no era ciertamente manjar para el vulgo. Pero a mí me pareció entonces, y aun a otros, cuyo dictamen vale más que el mío, una excelente pieza, bien dispuesta la fábula y escrita con elegancia y decoro. "

O también:

"Polonio
Es demasiado largo [el monólogo del actor].

Hamlet
Lo mismo dirá de tus barbas el barbero. Prosigue. Éste sólo gusta de ver hablar o de oír cuentos de alcahuetas [hoy día Dan Brown], o si no se duerme. Prosigue con aquello de Hécuba".

(Acto II, escena X)

Esto, por cierto, vendría a discutir la noción de "Lector Modelo" de U.Eco donde el autor sabe bien precisamente quién y cómo va a ser su lector ideal y para tal trata de escribir, por contra, en Shakespeare escribió una obra que "no era ciertamente manjar para el vulgo" (mismamente Hamlet tiene una extensión tan enorme que es imposible su representación total en el escenario de entonces y aún (casi) de ahora) y que serán leídas por lectores con instrumental tecnológico (caso de nosotros con Habermas, por ejemplo) que él no era capaz de concebir, o sea, escribió lo que sintió que tenía que escribir y punto, y eso le bastó.

Yo sí estoy con Bloom en que no hay que leer a Shakespeare como si fuéramos más inteligentes que él sino partir con humildad y luego encontrar si acertamos (como hasta ahora me ha pasado a mi), es decir, si ganamos algo con ello o no

Héctor Meda dijo...

Un apunte (tangencial) más sobre lo de filósofo de la conciencia: En un libro de Wood (ya citad) se lamente la sobrevaloración que cierta gente (me incluiría ejemplarmente si me conociera jeje) atribuye a los personajes y pasa a criticar la supuesta grandeza literaria de personajes "redondos" frente a otros más "planos" pero, por el contrario, más literariamente estimulantes (creo que si lee el cómo Romeo se identifica en una sola frase y basta eso, la crítica de Wood no sólo la concedo sino que la comparto: no es información lo que caracteriza a un carácter literario)

Pero, curiosamente, un capítulo más tarde habla de la conciencia y de cómo ésta se ha ido emulando de forma distinta y continuada a lo largo de la literatura de forma que, si bien el s.XX luchó y borró la noción decimomónica del personaje literario, fue tradicional continuista en su exploración formal de cómo expresar la concincia humana.

Decía en sus notas, Sierra, si aún recientemente no lo olvidé, que series TV y películas podrían ser el medio artístico del futuro, tal vez, en lo que se refiere a popularidad, pero en lo referido a la instropección de la conciencia (no al desarrollo de neurofilosofías y/o taxonomías psicológicas alla Freud, ojo) desde luego que la literatura sigue siendo el medio expresivo más dúctil y por tanto eficaz y, en ese sentido, Shakespeare, lejos de ser una excepción (o un primerizo) es, a mi ver, su mejor exponente.

Sierra dijo...

Decía que Shakespeare no es un filósofo de la mente/conciencia en sentido moderno. De hecho, me parece que la moderna filosofía de la mente es bien... extraña, desde un punto de vista humanista. Shakespeare es sobre todo un humanista, y por eso está muy bien utilizada la palabra "alma": Shakespeare es un investigador del alma, como dice, cosa muy distinta.

Lo que dice sobre la crítica de Hamlet al entusiasmo de los demás personajes me da una idea: precisamente, es que Hamlet percibe que la exigencia moral que se le impone es compleja. El entusiasmo, por principio, destruye la complejidad de aquello que es su objeto. Un entusiasta de la eutanacia difícilmente notará los muchos matices morales que conlleva, y que la hacen más difícil de aceptar. Pero lo que hay al fondo de esta disputa es, precisamente, un debate moral.

En cuanto a la relación de Shakespeare con el público: bueno, sería mejor, sin duda, dejárselo a los historiadores. Leyendo a Shakespeare difícilmente nos haremos una idea de cómo reaccionaba el público ante las obras. Sin embargo, la idea de "manjares demasiado sutiles para el vulgo" existe desde Eurípides, al menos, o desde que las obras de arte están también en diálogo con una tradición que el público no siempre conoce.

Lo que sí me parece una idea puramente moderna es que haya obras de "elite". Hemos tenido esta conversación muchas veces: pero la escisión entre el arte popular y el arte intelectual nace con Beethoven y se va intensificando hasta llegar al arte conceptual de estos días. Aunque Shakespeare haya escrito muchas obras que seguramente no estaban pensadas para disfrute del gran público, no creo que haya escrito nunca en contra del público. En cualquier caso, la relación de todo gran artista con el público es siempre demasiado compleja como para calificarla así no más de lo uno o lo otro.

En cuanto a mi comentario en las notas... Ciertamente, la pantalla (grande o chica) no podrá nunca emular a Proust, a Musil o a Joyce. Pero, por otra parte, todo arte tiene su tiempo, y me parece claramente que el tiempo de los proust pasó. Ya nadie lee esas cosas. Y escribir para una comunidad pequeña y endogámica no es tan divertido como llegar al público "principal". Un género artístico crece y se desarrolla mucho más, y más vitalmente, cuando está en contacto con ese público. Es muy discutible que la novela siga estándolo.

En cuanto a Shakespeare: seamos honestos, usted y yo, y un par de pelagatos más, nos damos la molestia de leerlo. Para la inmensa mayoría del público, aun el público que lee habitualmente, Shakespeare es una figura de mausoleo. Que eso sea bueno o malo es irrelevante: Shakespeare está menos vivo que una serie de televisión cualquiera.

Y sería un error subestimar el potencial artístico de este material. También el teatro fue, cuando lo tomaron los isabelinos, una cosa vulgar, indigna de las personas refinadas. Series como Mad men, que sé que ha visto, muestran cuánto potencial tiene el medio.

La prosa novelística, por poder flirtear tan fácilmente con la prosa filosófica, tiene a su disposición muchas de las herramientas de esta última. La televisión, por ser esencialmente dramática, quizás tenga a su disposición muchas de las herramientas que utilizó o inventó el propio Shakespeare. Y lo que sin duda sería un error, es pensar que Shakespeare escribió para ser leído: recordemos que el teatro es una cosa que sucede sobre las tablas.

Héctor Meda dijo...

Sí es Shakespere humanista pero como también Brecht -con toda su beligerancia progresista- lo es, como también Thomas Mann -con toda su beligerancia conservadurista-, como también muchos otros autores pero, característico de (no únicamente en -huelga decir-) Shakespeare es su preocupación por la interioridad psíquica, su imbricación con el lenguaje, su implicación en la interacción social; y es precisamente esa perspectiva la que encauza ciertas interpretaciones, por ejemplo, moralistas pues si en Hamlet hay convicción moral la hay internamente, medrando únicamente en su particular ecosistema mental y a despecho de no poder introducir esquejes en la mente de otros, a despecho de poder ser persuasivo, porque en él, en todos los personajes shakesperianos, insistamos, la comunicación es siempre fallida: no se comparten formas de vida y no hay intención de aprender nuevos juegos de lenguaje y es por eso que me parece verosímil un distanciamiento con el público pero porque, no nos engañemos, la masificación de una obra sólo suele comportar un uso fungible de la misma, quiero decir, no se puede ver a un -pongamos- libro como un sólido producto de funcionalidad homogénea sea cual sea su lector usuario, antes bien, como ya se ha dicho tantas veces, la experiencia estética es procesual y justamente por esto: un libro no es un producto que se consume, no, un libro es -si insistiéramos en la metáfora empresarial- un servicio que se habilita para que el lector, con todo su bagaje instrumental (experiencias biográficas, equipaje cultural, etc.) interactúe en tanto que el libro le deje y por tanto no da igual ganarse un lector que otro y eso se ve, por ejemplo, en aquellos que vieron Seinfeld y percibieron una interacción con, por ejemplo, George Constanza en tanto que reflejo antiheroico de un ligón y justamente luego por eso, deploraron la simplicidad retórica del donjuanesco Joey de Friends, esto es, no consumieron el mismo producto -pero porque no lograron la misma interacción- los televidentes que vieron Seinfeld y luego disfrutaron Friends que los que que vieron Seinfeld y luego deploraron Friends y es así que, ciertamente hay algo en común en todas las obras maestras: todas son capaces de ofrecer un servicio deluxe, interactivo, durante toda la vida ejerciendo de atractor sobre el que pivotar varias y complejas experiencias vitales pero resulta que sí, es cierto, algunas obras de estas obras maestras resultaron y resultan ser populares pero nomás porque entre los múltiples servicios que ofrece está uno que resulta trivial para la gente sin instrumental como, por ejemplo, la lectura de la Odisea como narración de aventuras, es decir, como estupefaciente cualquiera: aquí tienes tu noción "intelectualizada" de adrenalina, ahora, no es esta una perspectiva estrafalaria típica del Arte Aristocrático, todo lo contrario, lo vemos mundanamente cuando nos damos cuenta -si somos perceptivos- que una mayor cartera de amigos no implica necesariamente una red social interactiva más compleja, quiero decir, que saludar a tropecientos amigos con la mano o enarcando una ceja nada tiene que ver con la capacidad de establecer una compleja interacción, más intimista, más estable, más profunda, con una o varias personas y, claro está, por seguir con el ejemplo, claro está que no es posible establecer una estimulante relación con alguien si no se tiene primeramente, superficialmente, una red de amigos a modo de obertura, quiero decir, y por poner un ejemplo grotesco pero ilustrativo: un niño selva aislado de todo y de todos, lógicamente se mostrará incapaz de luego saber cómo profundizar una relación ya que ni siquiera principió ninguna y es por esto, a mi ver, que las poses aristocráticas pecan de una pasmosa ingenuidad y es por esto, también, que Proust arremete contra la amistad: acabada la relación con su madre, convencido de no poder replicarse ésta nunca más en nadie más;

Héctor Meda dijo...

Proust arremete contra la amistad: acabada la relación con su madre, convencido de no poder replicarse ésta nunca más en nadie más; sólo queda el libro como medio onírico en el que establecer virtualmente una interacción pero porque ningún escritor de fuste escribe para sí mismo, bueno, mejor dicho, ningún escritor de fuste que haya decidido publicar obras escribe para sí mismo, ahora, todo escritor escribe para sí mismos y todo lo demás, el inventar un lector estandarizado, lleva a eso, a estandarizar una comunicación, a llenarla de clichés reconocibles y funciones fácticas, esto es, a convertir en un producto más lo que podría haber sido una obra personal: la pérdida que sintieron todos los que lloraron la muerte de Michal Jackson, por ejemplo, no fue sino del mismo jaez de quien perdió de poder adquirir en lo sucesivo un determinado estupefaciente de propiedas hipnóticas (véase el uso que la gente hace de la música masificada de un Pit Bull o una Shakira) y de ahí el fetichismo objetual de aquellos pero nada como el sentimiento de haber perdido a un íntimo desconocido cuya obra se había introducido estructuralmente (no ocasionalmente, no ritualmente: "me levanta el ánimo escuhar esto") en sus vidas.

Héctor Meda dijo...

Bueno, una apostilla, entiéndase como exageración hiperbólica el último apunte sobre Jackson, vamos, seguro que a alguno se le supuso un útil servicio su música, después de todo, toda música desde el mismo momento que se distingue del sonido, ya no digamos del ruido, presupone una estructura reconocida que incita a la escucha frente al mero oír pero asimismo hay músicas, insisto, que institucionalizan los estilemas en aras de hacer reconocibles sus mecanismos, músicas, artes en general, que acaban ritualizando sus gestos estilísticos para que no se despiecen analíticamente a la manera de, como decía Kundera, el oyente romantizado escucha apenas una nota aguda del violín y ya eso le basta para llevarse la mano al pecho encogido en un gesto dramatúrgico de retórica pret-a-porter-izada (justo contra eso, vuelvo a decirlo, polemiza Hamlet) que no tiene otra función lingüística que la fáctica, la de establecer un reconocible canal de comunicación, como la charla climatológica de ascensor, como interactuar con un ordenador que sabe responderte a lo que sabe que puedes preguntar y es ahí donde, hay que repetirlo, la preocupación por el aforo carece de sentido si todos van a procesar tan burocraticamente la obra y, ni que decir tiene, cuanto más grande el aforo y más heterogéneo el espectador precisamente más estandarizado debe ser el gesto comunicativo: se habla del tiempo porque es lo único que seguro siempre funciona, por no hablar, por supuesto, que la actitud estética de analizar el gesto estilístico ("¿Por qué me llevo la mano al corazón si apenas sonó una nota?") sigue sin estar masificada.