¿Saben uds que, cuando vemos la televisión, estamos, en realidad, viendo un punto móvil, un punto que se mueve a tal velocidad que crea la ilusión de una imagen fija en nuestra mente? Supongamos ahora que tuviésemos un tipo de ojo diferente, un ojo que careciera de retención retiniana, de memoria. En tal caso miraríamos la pantalla del televisor y sólo veríamos el desplazamiento de un punto luminoso que no dejaría en nuestra mente rastro ni impresión de imagen alguna.
Mi padre compró un Porsche descapotable. El coche que llevaba la policía era rojo. Este color no le sienta bien. Ella consta de tres cartas. Sin embargo, una carta no es tan rápida como una llamada de teléfono.Viendo este ejemplo queda claro que la conexión que experimentamos en nuestra interpretación de textos normales no está basada en las conexiones entre palabras. Tiene que haber otro factor que nos lleva a distinguir entre textos coherentes que tienen sentido de otros que no lo tienen. Este factor se llama coherencia.
El concepto coherencia no pertenece al lenguaje mismo, sino que está relacionado con algo que tenemos las personas. Somos nosotros los que damos un sentido a lo que leemos y oímos, los que intentamos conseguir una interpretación que cuadre con nuestra percepción de lo que es el mundo.Es más, nuestra capacidad de dar sentido a lo que leemos es probablemente sólo una pequeña parte de una capacidad más general que nos permite darle sentido a todo lo que percibimos o experimentamos en el mundo. Seguramente, a leer el último texto que hemos puesto de ejemplo te habrás dado cuenta de que intentabas hacer que el texto que encajara con una situación o experiencia previa, de forma que los detalles cuadraran. Si nos lo propusiéramos, incluso llegaríamos a encontrar una forma de incorporar todos los elementos dispares que aparecen en ese texto en una interpretación coherente única. Al hacerlo, necesariamente estaríamos participando en un proceso por el que llenaríamos muchos de los "vacíos" que existen en el texto; tendríamos que crear conexiones significativas que realmente no vienen expresadas en las palabras y las oraciones del texto. La activación de este proceso no se limita a entender textos "raros", sino que, de una forma u otra, parece que se produce siempre que interpretamos un discurso.
También es cierto que se produce en la interpretación de nuestras conversaciones cotidianas. Continuamente estamos participando de conversaciones interactivas donde una gran parte del significado no viene en realidad de lo que se dice. Quizá es la facilidad con la que solemos anticipar las intenciones de los demás lo que hace que todo este complejo proceso nos parezca tan poco notable. Aquí hay un buen ejemplo, (...):
Ella: Es el teléfono.Es obvio que en este fragmenteo de discurso no hay enlaces de cohesión. Entonces, ¿cómo hacen las personas para llegar a darle un sentido a lo que les dicen los demás? En principio utilizan la información que contienen las oraciones, pero es obvio que debe de haber algo más implicado en la interpretación. Se ha dicho que este tipo de intercambios se explican mejor si se miran desde la perspectiva de las acciones que de forma convencional realizan los hablantes que participan. Así utilizando los conceptos derivados del estudio de los actos de habla (...), podemos caracterizar esta breve conversación así:
Él: Estoy en el baño.
Ella: Vale.
Ella solicita de él que realice una acción.Si este fuera un análisis razonable de lo que sucede en la conversión, entonces estaría claro que los usuarios del lenguaje saben mucho acerca de cómo funciona la interacción conversacional y que no es conocimiento lingüístico únicamente.
Él declara la razón por la que no puede cumplir la solicitud.
Ella acepta realizar la acción.
En sus reflexiones aparecen continuamente confrontados dos términos: indefinido e infinito. Para el hedonista infeliz que era Leopardi, lo ignoto es siempre más atrayente que lo conocido, la esperanza y la imaginación son el único consuelo de las desilusiones y los dolores de la experiencia. El hombre proyecta, pues, su deseo en el infinito, sólo siente placer cuando puede imaginar que aquél no tiene fin. Pero como la mente humana no logra concebir el infinito, más aún, retrocede atemorizada ante su sola idea, no le queda sino contentarse con lo indefinido, con sensaciones que al confundirse una con otra crean la impresión de lo ilimitado, ilusoria pero sin embargo placentera.
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