Siguiendo con la serie de elogios vacíos empezada el otro día, hoy quiero despotricar con una variación del mismo, a saber: el escritor amoral.
En este caso se acierta en parte pero se explica con mal arte y dado que este caso se aplica a parte importante de escritores pero sobre todo al más importante, mi crítica entonces parte desde lo personal.
Efectivamente, en Shakespeare no hay juicios inquisitivos contra los personajes de sus obras pero eso no hace al cisne de Avon un amoral, un cínico, un descreído, un puto psicópata, un sade antes de Sade, un incapaz de ver límites entre lo tolerable y lo reprochable y en este punto hay que anotar además que ni sería único ese proceder, ni de serlo sería reseñable. Efectivamente, ¿acaso no es un terrorista, un pederasta, un criminal o un maldito psicópata la materialización perfecta de un ser amoral? Entonces, ¡joder!, aún de ser cierto que Shakespeare -o cualquier otro- pudiera ser incluible en esa lista de infames, ¿a qué considerarlo elogiable? ¿a qué aplaudirlo con orejas de burro?
Sí, es obvio, es más, es merecedor de un aplauso, el que el cisne de Avon no juzgue a sus personajes, a la manera de pongamos Tolstoi, pero eso no lo hace cómplice de los mismos, seamos serios, sino que con ello se demuestra, a bote pronto, un par de cosillas y estas son, en primer lugar, que cada personaje se quiere bastar a sí mismo para justificarse, que de hecho, ese bastarse a sí mismo, ese hercúleo esfuerzo de comprenderse a sí mismo por qué hace lo que hace cuando lo hace y pensemos en Macbeth, es lo que nos emociona, lo que rompe nuestros jodidos esquemas de palabras hechas, masticadas y por otros recetadas, es lo que nos invita ser menos criaturas kantianas y más criaturas humanas sensibles a los contextos e insensibles a textos, panfletos, decretos que a la postre moralistas y sectarios.
Como segunda explicación, no excluyente antes bien, concurrente, anotaría el hecho de que Shakespeare respeta nuestra dignidad moral y no nos tiene que decir que cuando alguien es malo malísimo, es malo malísimo; y respeta nuestra dignidad intelectual y no nos tiene que hacer creer que cuando alguien es malo malísimo, el destino con él será también malo malísimo porque, macho, el que a hierro mata, hierro muere es un bonito refrán y punto. De veras, y punto.
En total, lo que se llama amoralidad en el escritor más grande, imposible no verla, pero también lo que se llama amoralidad en cualquier otro escritor grande, no apunta a algún tipo de lesión moral -en principio- sino al mismo juego que necesita la literatura desplegar si emocionar quiere y no adoctrinar prefiere. No obstante, en última instancia, con seguridad y salvo el que se suicida (y aún así no necesariamente), todo el jodido mundo tiene una serie de acciones ordenadas en preferencia ascendente para con ciertas personas, para con ciertos animales, incluso objetos y dioses o ideologías y lugares, por lo que la idea de un ser vivo amoral me es tan concebible como un silencio ruidoso, un fuego helado, un círculo cuadrado, y curiosamente, a veces es tan aplaudida en un escritor que pareciera más bien haber inventado una imposible máquina de movimiento perpetuo en vez de haber lanzado un reto al lector inteligente.
En este caso se acierta en parte pero se explica con mal arte y dado que este caso se aplica a parte importante de escritores pero sobre todo al más importante, mi crítica entonces parte desde lo personal.
Efectivamente, en Shakespeare no hay juicios inquisitivos contra los personajes de sus obras pero eso no hace al cisne de Avon un amoral, un cínico, un descreído, un puto psicópata, un sade antes de Sade, un incapaz de ver límites entre lo tolerable y lo reprochable y en este punto hay que anotar además que ni sería único ese proceder, ni de serlo sería reseñable. Efectivamente, ¿acaso no es un terrorista, un pederasta, un criminal o un maldito psicópata la materialización perfecta de un ser amoral? Entonces, ¡joder!, aún de ser cierto que Shakespeare -o cualquier otro- pudiera ser incluible en esa lista de infames, ¿a qué considerarlo elogiable? ¿a qué aplaudirlo con orejas de burro?
Sí, es obvio, es más, es merecedor de un aplauso, el que el cisne de Avon no juzgue a sus personajes, a la manera de pongamos Tolstoi, pero eso no lo hace cómplice de los mismos, seamos serios, sino que con ello se demuestra, a bote pronto, un par de cosillas y estas son, en primer lugar, que cada personaje se quiere bastar a sí mismo para justificarse, que de hecho, ese bastarse a sí mismo, ese hercúleo esfuerzo de comprenderse a sí mismo por qué hace lo que hace cuando lo hace y pensemos en Macbeth, es lo que nos emociona, lo que rompe nuestros jodidos esquemas de palabras hechas, masticadas y por otros recetadas, es lo que nos invita ser menos criaturas kantianas y más criaturas humanas sensibles a los contextos e insensibles a textos, panfletos, decretos que a la postre moralistas y sectarios.
Como segunda explicación, no excluyente antes bien, concurrente, anotaría el hecho de que Shakespeare respeta nuestra dignidad moral y no nos tiene que decir que cuando alguien es malo malísimo, es malo malísimo; y respeta nuestra dignidad intelectual y no nos tiene que hacer creer que cuando alguien es malo malísimo, el destino con él será también malo malísimo porque, macho, el que a hierro mata, hierro muere es un bonito refrán y punto. De veras, y punto.
En total, lo que se llama amoralidad en el escritor más grande, imposible no verla, pero también lo que se llama amoralidad en cualquier otro escritor grande, no apunta a algún tipo de lesión moral -en principio- sino al mismo juego que necesita la literatura desplegar si emocionar quiere y no adoctrinar prefiere. No obstante, en última instancia, con seguridad y salvo el que se suicida (y aún así no necesariamente), todo el jodido mundo tiene una serie de acciones ordenadas en preferencia ascendente para con ciertas personas, para con ciertos animales, incluso objetos y dioses o ideologías y lugares, por lo que la idea de un ser vivo amoral me es tan concebible como un silencio ruidoso, un fuego helado, un círculo cuadrado, y curiosamente, a veces es tan aplaudida en un escritor que pareciera más bien haber inventado una imposible máquina de movimiento perpetuo en vez de haber lanzado un reto al lector inteligente.
4 comentarios:
Demasiada rabia, Héctor, cálmese. Está igual que yo cuando me embrutecía contra el Nobel y contra los políticos: las personas sensatas saben que son imbéciles, los demás no tienen remedio.
Por lo demás, nunca he entendido los juicios, en general, sobre Shakeapeare. Es decir, no, evidentemente, los del tipo «Shakespeare mola», sino como «Shakespeare es inmoral». La voz de Shakespeare no la conocemos: ¡era dramaturgo! No sabremos nunca lo que él mismo pensaba sobre sus propias obras... Solo oímos a sus personajes.
Pues lo de los nobel es otro caso más de terrorismo intelectual que merece su diatriba. Por lo pronto el que se tenga que adjudicar un premio con periodicidad anual y que, para más inri, no se deba repetir premiado ya da cuenta de la calidad de los afortunados pero es que además ese premio no es más que o bien una suerte de turismo intelectual folklórico o bien un premio al izquierdista de turno.
Premio de izquierdas de turno.
Pero, para ir a lo de fondo, ¿qué hay del periodismo cultural?
"unabinsi"
Oh, sí y algunos casos de propaganda dan auténtica grima pero bueno, supongo, que entendido el llamado periodismo cultural como marketing puro y duro el misterio se desvanece y con él prestigio.
Temo que aún no se producido dicho desvanecimiento en el caso del nobel
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