De una carta de Bertrand Russell del 2 de noviembre de 1911 (el "ingeniero alemán" es Wittgenstein):
"Creo que mi ingeniero alemán está loco. Opina que no es posible conocer ninguna cosa empírica. Le invité a que admitiese que no había ningún rinoceronte en la habitación, pero se negó".
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Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo)son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes [el Memorioso]. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez.
Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.
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4 comentarios:
Mi profesor contaba que Russel no se atrevía a echar a Wittgenstein de su casa, porque pensaba que se iba a suicidar en cuanto se quedara solo, pero que le resultaba muy difícil soportarlo hasta altas horas de la noche, hablando y hablando...
Llamarlo "ingeniero alemán", por otra parte, resulta muy grosero.
Y reconozco que no entendí la relación entre las dos citas...
Si, lo del suicidio lo había oído pero tengo para mi que esa salida y otras similares como la que recién anoté no eran más que estragemas de Russell para hacer de menos a alguien que juzgaba inteligentísimo y en desacuerdo con él.
Witti tenía talento para la filosofía, Russell, como se demuestra en su costumbrista respuesta, simplemente trataba de formalizar el sentido común pero ¡ay! me temo que el mundo es más complejo.
Y en cuanto la relación de las dos citas pues curiosamente pensé que éste diálogo intertextual sería demasiado evidente para mis lectores asiduos. Al fin y al cabo el recurso a Funes para vindicar el nominalismo y por extensión el constructivismo es ya un lugar común en mis intervenciones y ésta no es la excepción ya que simplemente le vengo a decir a Russell -pena que esté muerto- que tal vez el ingeniero alemán vería al rinoceronte pero Funes no y eso desmonta perfectamente su patético recurrir al sentido común para defender lo que a la postre no es sino una postura metafísica: el realismo medieval
Por cierto, convendría tener alguna idea de si Funes es físicamente posible. A mí me parece razonable esperar que todo sistema cognitivo tenga limitaciones para las cosas que puede percibir y recordar.
Pues al límite al que Borges lleva a Funes, límite en donde sólo se da en la actividad cognitiva la percepción empírica, es obvio que la cognición perdería así su capacidad adaptativa porque volvería la realidad percibida un río siempre cambiante y sin lugar donde anclar el pie o poner una meta.
Pero es precisamente ahí a donde sospecho quiere llegar Borges, a decir que no se puede dar la percepción pura sin el concurso creativo ("Pensar es abstraer..."), no sólo expectante, de la mente.
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