¿Qué quiere decirnos la gran novela de Cervantes? Hay una abundante bibliografía al respecto. Algunos pretenden ver en esta novela la crítica racionalista del idealismo confuso de Don Quijote. Otros ven la exaltación de este mismo idealismo. Ambas interpretaciones son erróneas porque quieren encontrar en el fondo de la novela no un interrogante, sino una posición moral.
El hombre anhela un mundo en el que sea posible distinguir con claridad el bien del mal porque en él existe el deseo, innato e indomable, de juzgar antes que de comprender. En este deso se han fundado religiones e ideologías. Éstas no pueden conciliarse con la novela sino traduciendo su lenguaje de relatividad y ambigüedad a un discurso apodíctico y dogmático. Exigen que alguien tenga la razón; o bien Ana Karenina es víctima de un déspota de cortos o alcances o bien Karenin es víctima de una mujer inmoral; o bien K., inoncente, es aplastado por un tribunal injusto, o bien tras el tribunal se oculta la justicia divina y K. es culpable.
En este "o bien-o bien" reside la incapacidad de soportar la relatividad esencial de las cosas humanas, la incapacidad de mirar de frente a la ausencia de Juez supremo. Debido a esta incapacidad, la sabiduría de la novela (la sabiduría de la incertidumbre) es difícil de aceptar y comprender.
[El Arte de la Novela, Milan Kundera]
¿Cómo puede configurarse una Ley que, a la vez, sea capaz tanto para un extenso campo de situaciones (privilegios de la granularidad gruesa) como para abstraer o cribar justo las diferencias irrelevantes que hacen heterogéneas esas situaciones (privilegios de la granularidad fina)?
Mi continua impresión es que la Ley sirve para situaciones macrosociales como el robo o el fraude (donde aún así debe haber un juez que defina los términos implicados para ver si hay correspondencia válida con el grueso de una Ley) y la moral sirve para situaciones concretas donde hacer descender conductas desde paradigmas abstractos de comportamiento es como tratar de cazar moscas con una bazoca -y a este respecto pienso en cualquier discusión de pareja donde no hay ninguna ley que reparta la culpabilidad para un solo bando y de pensar lo contrario se acabará lanzando dardos envenenados por quítame allá unas minucias mal acentuadas.
O sea, mi parecer es que, por la propia compleja naturaleza de la sociedad -por extensión la realidad-, la relación dialéctica de moral y Ley está en constante muda, pero como cualquier otra institución, como, por cierto, el lenguaje, como cuando por evolución histórica de los acontecimientos despedazamos un hiperónimo en múltiples hipónimos o como cuando es al revés, como cuando condensamos una variedad de hipónimos en un constelar hiperónimo -y la etimología da cuenta de estos inevitables vaivenes.
A veces los conceptos de un nivel casan con los del otro, es cierto, pero otras tantas veces las estructuras de una dimensión y otra cambian de modo que si yo quiero cartografíar (o reconocer) la costa de Inglaterra desde la perspectiva espacial, me bastará hacer uso de figuras euclídeas con sus ángulos y líneas rectas, ahora, a pie de campo, mapa en la mano, más vale que la línea aparecida sea quebradiza y fractal pues de lo contrario se puede acabar cayendo al despeñadero, es decir, y cubo de Necker, no siempre se pueden simultanear las dos vistas y los conceptos en uno no tienen por qué valer en el otro, o por seguir la analogía de la Ley, si yo miro desde la perspectiva de un juez, puede encontrar culpable a un sospechoso, no obstante, si lo miro desde una perspectiva más cercana, en primera persona incluso, puede encontrarme con un delincuente que no tuvo otra salida aún habiendo tenido otra voluntad y de ahí la pregunta, ¿cuál es la perspectiva adecuada?
Ambas en mi opinión, aquí lo difícil de la moral.
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