viernes, 10 de agosto de 2012

El sentido de la belleza

(Ando conversando con Juan Antonio un comentario suyo sobre mente y materia. Wittgenstein o Platón. A propósito:)

Hay un cuento del hard sci-fi writer Greg Egan, concretamente "Motivos para ser feliz", el cual, está incluido en su libro de cuentos Luminoso, un cuento, como decía, en donde (y resumiendo con trazos gruesos) a un pobre hombre le tienen que extirpar casi medio cerebro por culpa de un tumor. A resultas de esto, se queda sin la capacidad de segregar leu encefalina, neuropéptido sin el cual una persona es incapaz de sentir placer alguno ante cualquier estímulo externo. Como el cuento es ciencia-ficción pues resulta que pueden inocularle a través de todos esos agujeros de gusano horadados en su cerebro por culpa de la mentada operación, una experimental espuma (a efectos prácticos una prótesis) gracias a la cual el sujeto volverá a poder reconstituir de interacciones químicas su cerebro y en consecuencia volver a sentir plácer y todo tipo de qualias que por desgracia había perdido desde su anterior situación de depresión terminal.

No obstante, como la espuma, digamos, baila con cualquier neurona que de en gatillarse pues resulta que todo le gusta a nuestro protagonista y le gusta, además, a extenuantes niveles de satisfacción. No tiene sentido del gusto ni personalidad ni, en definitiva, instinto de la belleza (nótese aquí qué valioso pasadizo se nos abre para caminar sobre el instinto de lo bello y su necesaria educación). Pero por cierto, eso le pasa (por si no ha quedado claro) con las mujeres, la comida, etcétera.

La solución que finalmente tienen que hacerle es provocar una ruptura asimétrica en la interacción de esa prótesis espumosa (no me resisto a comentar el hecho de que, en realidad, desde nuestra misma concepción, nuestras conexiones sinápticas van reforzándose entre sí pero también muriendo y estas muertes, por cierto, y sobre todo al principio, suceden de forma azarosa -con todas las implicaciones que esto tiene para nuestra identidad) mediante el artificio de configurar paramétricamente esa espuma con los valores medios de unos taitantos mil muertos anteriores cuyo alumbrado general cerebral había sido mapeado. Además, al protagonista se le otorga un aparato útil para poder fijar de forma manual y escalar -del uno al diez- el placer que quiere sentir ante un estímulo sensorial (cuántas veces no habremos deseado que eso nos gustase menos -o más) y así poder configurarse una personalidad menos agotadoramente sobreexcitada.

Siento de veras la chapa pero creo que ya está repartidas las piezas en el tablero, ¿de veras crees que se podría fijar una personalidad coherente y heterógenea (no solo que gustase de un tipo de cosas), es decir, ni esquizofrénica ni provinciana, sólo mediante la fijación racional de unos valores escalares a las impresiones qualia?

Yo creo que no, que es imposible, que en realidad el protagonista sólo podría esculpir la prótesis-espuma por la mera fricción habida con cada experiencia real sentida, o sea, madurando con el tiempo que es como hacemos todos nosotros pero porque las escalas son demasiado macroscópicas como para la neurocirujía existencial que requiere nuestro instinto de lo bello y placentero, o sea, y por seguir con la ciencia ficción, las emociones y qualia serían como nanorrobotos que suplen la mucho más grande, y por tanto para este ámbito inoperante, tecnología de las palabras o Ideas platónicas, quiero decir, no es que tengamos emociones por todo sustituto barato cuando no fraudulento de la Razón, no, es que la emoción y la subjetiva (pero porque no podemos ensancharla sin pérdida proporcional para meterla en una intersubjetiva oratoria persuasiva) sensación de belleza son insustituibles formas de conducirnos por la vida.

5 comentarios:

Juan Antonio Negrete dijo...

Hola, Héctor,
como te digo en mi blog, no se trata de que podamos, en el estado actual de la humanidad, sustituir emociones por conceptos, o algo así. Pero eso no quiere decir que las emociones (y demás qualia) apunten a paradigmas ideales.

Fíjate en lo siguiente: la historia de la evolución psicológica (incluyendo no solo a la humanidad, sino a cualquier ser capaz, aparentemente, de sentir) ha supuesto, por una parte, pérdida de emocionalidad: la manera tan pregnante en que los animales se relacionan con su entorno, o la manera en que la mentalidad primitiva está emocionalmente ligada al suyo, es algo perdido: ahora "necesitamos" pensar, hemos perdido intuición. ¿Es eso una "evolución", en el sentido de algo deseable? Podría pensarse que no, puesto que hay cierta pérdida de masa emocional.
Sin embargo, en paralelo, se han desarrollado modos de emociones inaccesibles para un animal y para una metalidad humana primitiva, como gozar con Mozart o con Messien. Ahora puede verse como una ganancia.
Y ambas cosas, primitivismo y sublimación, son incompatibles.
La capacidad y el tipo de emociones crece en paralelo a la inteligencia y tipo de conceptos: se pierde masa o extensión, pero se gana orden o intensión. Las emociones son destellos que produce la inteligencia.

Juan Antonio Negrete dijo...

Donde pone Pero eso no quiere decir que las emociones (y demás qualia) apunten a paradigmas ideales.
quería decir pero eso no quiere decir que las emociones (y demás qualia) no apunten a paradigmas ideales
perdón

Héctor Meda dijo...

¡Exactamente! A esa mismo conclusión sobre la historia de la evolución psicológica había llegado yo, en serio, y un buen ejemplo es el trato mucho más matizado y emotivo que les damos a las animales, ejemplarmente las mascotas.

No obstante, ese proceder, a mi juicio, queda perfectamente ilustrado con el experimento mental, que he citado hasta la saciedad, lo admito, de Wittgenstein, aquel, digo, en el que al pedirnos experimentar un minúe simplemente ingeriendo una pastilla, aún así, nos daríamos cuenta de que esa sensación no subsume la experiencia estética pues en esta se da en un proceso mediante la escucha y entendimiento de las formas que originan la sensación mientras que la pastilla nos da de golpe, por así decirlo, la (pretendida) solución, y pienso, por ejemplo, en el sentimiento de paternidad, el cual, antiguamente, y no ser condescendiente me remontaré a la época de las cavernos y los hombres simios, sería un ejercicio continuado de autoriarismo y cólera a ratos espolvereado de orgullo y satisfacción, en suma, un menú de emociones muy básico y fácilmente reproducible, ahora, hoy día, lo que es ser padre en los tiempos modernos y lo que conlleva de responsabilidad y esfuerzo es algo que sobrepasa el mero sentimiento y se convierte en toda una experiencia que, como la del minue wittgensteniano, no se deja resumir en una sola receta, un libro de autoayuda.

No hemos desmontado nuestra pasionalidad, diría, la hemos complicado como los personajes shakesperianos que (justo) por no ser reducibles a cuatro humores básicos (como se quería hacer en la época), no por ello dejan de ser pasionales (de hecho, y en mi opinión, frente a los personajes shakesperianos, cualquier otro como ejemplarmente los de Dostoievski, resultan histéricos, esto es, no más pasionales sino menos profundos).

Lo que sí me puedes objetar, ciertamente, es que para reproducir la experiencia estética del minúe se necesita entender ciertos conceptos que, por así decirlo, sirvan de memotécnicos atractores estabilizadores de las fuerzas pasionales, y es verdad, el lenguaje se ha ido intrincando más y más con nuestros sentimientos y sensaciones pero ésta no es la historia de una invasión, como creo insinuas, sino de una simbiosis que derriba compartimentos estancos.

Juan Antonio Negrete dijo...

No insinúo que la intrincación de conceptos y emociones sea una invasión, es algo necesario y deseable: salvo en la disfunción psíquica, unas emociones son coherentes con y correspondientes a un nivel intelectual.
En cuanto a la pastilla de W, es cierto, a mi juicio, que sin los conceptos asociados con una minué, no se puede valorar emocionalmente igual (el significado se extiende más allá de lo que parece), pero el problema (supongo que estarás de acuerdo) no es que venga en una pastilla: supongamos que a una persona que puede apreciar a un nivel n un minué se le ofrece en forma de audición en sala de concierto, audición en CD o toma de pastilla. Por supuesto, cambiará la apreciación (y se puede calificar a unas circusntancias como mejores que otras), pero cierto núcleo de valoración será el mismo, porque depende solo de la vivencia psicológica de la audición, cosa que se puede simular con pantillas igual que se provocan orgasmos con electrodos.

Héctor Meda dijo...

En eso que comentas sobre el placer orgásmico es desde donde empiezo a disentir con los fisicalistas, a quienes, precisamente, juzgo como platonistas enmascarados pues, si te fijas bien, existe la trivial posibilidad de jerarquizar las experiencias sexuales en términos de mayor a menos placer, una clasificación, empero, que un fisicalista, por extensión un platonista, fijará en función de un supuesto orgasmo ideal al que tienden, o participan, todas las relaciones sexuales, especialmente las más arriba de la lista, en mi opinión, por el contrario, lo que agudiza el placer de esas experiencias es todo los factores exógenos como la apreciación que se tenga de, y el historial que se tenga con, la otra pareja que son los elementos que hacen más placentera la experiencia pero porque la hacen más integral, orgánica, distintiva, al atender factores psicológico ambientales, en suma, holísticos, es más, como antes con la historia de la evolución psicológica, se puede ver un camino evolutivo también desde la ancestral reproducción simiesca a la mucha más psicológica experiencia carnal de nuestros días.

Esa fijación reduccionista por el traqueteo neuroquímico que tienen los fisicalistas, es equivalente a los contornos fijos que quieren imponer algunos teóricos al valor de las cosas pero:
Si uno es dueño de un restaurante, no puede hacer una distinción entre el valor que se crea al cocinar la comida y el que se crea al limpiar el piso. Una de estas actividades crea, tal vez, el producto principal, lo que creemos que estamos pagando; la otra crea un contexto en el cual podemos disfrutar y apreciar el producto. Y la idea que una de ellas debería tener prioridad sobre la otra es fundamentalmente errónea. Intenten rápidamente un experimento mental.

Imagínense un restaurante que sirve comida digna de recibir estrellas Michelin, pero que en realidad huele a desagüe y tiene heces humanas en el piso. Lo mejor que se puede hacer ahí para crear valor no es mejorar aún más la calidad de la comida, sino deshacerse del olor y limpiar el piso. Y es vital que entendamos esto.