En este último clásico Madrid Barcelona, se llegó a comentar y mucho, la supuesta concesión de Mourinho para con el Bernabeu luego de, en vez de un trivote puro (o triángulo de presión ofensiva en el cual estarían tres centrocampistas de corte defensivo), introducir, por el contrario, al jugador turcoalemán Özil quien, siendo un medio creativo, por tanto más proclive al ataque, era más del gusto de una afición madridista contraria a la desidia ofensiva incitada típicamente por haber una excesiva profusión de defensores.
Se quiere justificar así, a mi ver, y desde el bando apologeta del entrenador luso, que el error táctico de Mou no fue tanto a razón de un equivocado cálculo estratégico como de una concesión política en aras de empatar con un público -a la postre soberano- bastante irascible.
Se quiere aclarar así, a todas luces, que la gestión técnica del mister resulta aún impecable y que si la eficiencia de ésta no pudo dar resultado fue a razón de tener que politizarse, es decir, hacer escucha a lo dicho por, por tanto hacerse encaje con, la audiencia futbolera, no obstante, es un error típico, muy socializado, propio de ambientes paleoliberales; el considerar que la mera gestión tecnócrata, la tecnocracia, basta, y que la concesión al público es siempre mercadeo político, simple populismo.
Se olvida de este manera, por desgracia y por ejemplo, que, desde un punto de vista estrictamente economicista, el fosilizado sistema de castas (hardware) y el intercambio feromonal por todo medio de transmisión de información nueva (software) tan característico de los insectos sociales, es un medio cibernético computacionalmente hipereficiente que genera un fitness de difícil parangón, o sea, que es una estructura socioeconómico adaptativa pero que, y aquí -como se ve- aparece el pero, sólo sirve para especies que son capaces de implementar -porque así se lo dispone su pool génico- un altruísmo radical, no obstante, sería sociobiológicamente insostenible tal configuración económica para nuestra actualmente (bastante) humanizada sociedad.
No tan pintoresco -y por tanto demostrable- pero igual de problemático sería una implementación del despido libre en donde cualquiera, en cualquier momento, sin coste alguno; pudiera ser tranquilamente despedido. Ciertamente, estaríamos ante una disposición jurídica que lubricaría -y de qué manera- la maquinaria económica pues de este modo se facilitaría aún más el flujo de capitales por tanto el acoplamiento entre oferta y demanda, sin embargo, tal precariedad laboral -otra vez- no sería sociobiológicamente sostenible pues el hombre es un animal que necesita tener visibilizado en su horizonte (o siquiera razonablemente pre visto) una gran parte del acontecer futuro, lo contrario, solo produce una estresante claustrofobia.
Ciertamente, no todas las incidencias socioeconómicas devienen de nuestra invarible naturaleza humana y bien puede ser que los escollos al proceder tecnócrata devengan de un particular estado cultural como la costumbre o, más enraizadamente, la moral. Caso de la sanidad pública -tan presente en los actuales Estados de Bienestar-, la cual, y sin duda además, sería más económicamente eficiente si fuera privatizada, claro que también, de llevarse a cabo este saneamiento de cuentas, se podría dar lugar a que gente no planificadora o directamente desafortunada, se quedase sin cobertura médica luego la privatización podría quedar desautorizada desde el sinérgico añadido de una dimensión moral, ésta sí, innegociable o cuando menos cosustancial a la fisionomía actual de la sociedad del mismo modo que uno podría, a la hora de realizar ingeniería jurídica, ser obsesivamente riguroso en la inculpación de crímenes para lograr así que el mayor porcentaje de criminales pasasen por la cárcel pero si no aceptamos esa eficiencia, si presuponemos siempre que todo individuo es inocente, es porque moralmente preferimos a un centenar de criminales medrando en la calle y ningún inocente quedando en la cárcel antes que implementar una estructura incriminatoria absolutamente eficiente.
Es evidente, por resumirlo totalmente, que según vamos revistiendo de capas y capas al homo sapiens -bien sean éstas biológicas o culturales, psicológicas o morales- y el animal entonces se va humanizando; la mera solución economicista acaba por pecar de reduccionismo y por tanto, acaba por costear soluciones no implementables en tanto que no se pudo (o no se quiso) contextualizar adecuadamente el problema, es decir, la política, se podría concluir, es preguntar para quién estamos trabajando.
Se quiere justificar así, a mi ver, y desde el bando apologeta del entrenador luso, que el error táctico de Mou no fue tanto a razón de un equivocado cálculo estratégico como de una concesión política en aras de empatar con un público -a la postre soberano- bastante irascible.
Se quiere aclarar así, a todas luces, que la gestión técnica del mister resulta aún impecable y que si la eficiencia de ésta no pudo dar resultado fue a razón de tener que politizarse, es decir, hacer escucha a lo dicho por, por tanto hacerse encaje con, la audiencia futbolera, no obstante, es un error típico, muy socializado, propio de ambientes paleoliberales; el considerar que la mera gestión tecnócrata, la tecnocracia, basta, y que la concesión al público es siempre mercadeo político, simple populismo.
Se olvida de este manera, por desgracia y por ejemplo, que, desde un punto de vista estrictamente economicista, el fosilizado sistema de castas (hardware) y el intercambio feromonal por todo medio de transmisión de información nueva (software) tan característico de los insectos sociales, es un medio cibernético computacionalmente hipereficiente que genera un fitness de difícil parangón, o sea, que es una estructura socioeconómico adaptativa pero que, y aquí -como se ve- aparece el pero, sólo sirve para especies que son capaces de implementar -porque así se lo dispone su pool génico- un altruísmo radical, no obstante, sería sociobiológicamente insostenible tal configuración económica para nuestra actualmente (bastante) humanizada sociedad.
No tan pintoresco -y por tanto demostrable- pero igual de problemático sería una implementación del despido libre en donde cualquiera, en cualquier momento, sin coste alguno; pudiera ser tranquilamente despedido. Ciertamente, estaríamos ante una disposición jurídica que lubricaría -y de qué manera- la maquinaria económica pues de este modo se facilitaría aún más el flujo de capitales por tanto el acoplamiento entre oferta y demanda, sin embargo, tal precariedad laboral -otra vez- no sería sociobiológicamente sostenible pues el hombre es un animal que necesita tener visibilizado en su horizonte (o siquiera razonablemente pre visto) una gran parte del acontecer futuro, lo contrario, solo produce una estresante claustrofobia.
Ciertamente, no todas las incidencias socioeconómicas devienen de nuestra invarible naturaleza humana y bien puede ser que los escollos al proceder tecnócrata devengan de un particular estado cultural como la costumbre o, más enraizadamente, la moral. Caso de la sanidad pública -tan presente en los actuales Estados de Bienestar-, la cual, y sin duda además, sería más económicamente eficiente si fuera privatizada, claro que también, de llevarse a cabo este saneamiento de cuentas, se podría dar lugar a que gente no planificadora o directamente desafortunada, se quedase sin cobertura médica luego la privatización podría quedar desautorizada desde el sinérgico añadido de una dimensión moral, ésta sí, innegociable o cuando menos cosustancial a la fisionomía actual de la sociedad del mismo modo que uno podría, a la hora de realizar ingeniería jurídica, ser obsesivamente riguroso en la inculpación de crímenes para lograr así que el mayor porcentaje de criminales pasasen por la cárcel pero si no aceptamos esa eficiencia, si presuponemos siempre que todo individuo es inocente, es porque moralmente preferimos a un centenar de criminales medrando en la calle y ningún inocente quedando en la cárcel antes que implementar una estructura incriminatoria absolutamente eficiente.
Es evidente, por resumirlo totalmente, que según vamos revistiendo de capas y capas al homo sapiens -bien sean éstas biológicas o culturales, psicológicas o morales- y el animal entonces se va humanizando; la mera solución economicista acaba por pecar de reduccionismo y por tanto, acaba por costear soluciones no implementables en tanto que no se pudo (o no se quiso) contextualizar adecuadamente el problema, es decir, la política, se podría concluir, es preguntar para quién estamos trabajando.
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