Bien visto, se podría identificar, en función de su peligrosa cercanía con el reduccionismo, el afán utopista nacido de un determinado pensar y viniendo a ser, la utopía, a nada que uno se fije bien, sinónimo nefando de agorafobia mental.
En el caso de la historia, la perspectiva reduccionista asociaría -por poner un ejemplo- la conquista de América a la azarosa empresa iniciada por Cristobal Colón, mientras que la visión holista, siguiendo el análisis de Jared Diamond en Armas, Gérmenes y Acero; recogería explicaciones de ámbitos tan diversos -pero relevantes- como la ciencia climatológica o la virología, la agricultura, la tecnología bélica o el organigrama político, la ganadería, la epidemiología, la botánica pero nunca la genética; y sólo lograría así explicar convincentemente la superioridad tecnocientífica del medievo occidente conquistador.
Claro que se podría creer, justo a propósito del análisis materialista de Jared Diamond, es cierto, cómo precisamente el seguimiento del proceder científico, esto es, la heurística reduccionista, es el mejor modo de cribar aquellas ensoñaciones utopistas; pero todo lo contrario, insisto, pues, para que esta objeción fuera cierta, se necesitaría que un fenómeno cualquiera (pongamos el terrorismo) pudiera ser estudiado desde un sólo ámbito científico (pongamos la teoría de juegos), y sin embargo, hay que percatarse, lo que cada vez se demuestra con mayor contundencia -sobre todo en temas sociales-, es la necesaria interdisciplinariedad a la hora de realizar análisis de fenómenos complejos y ahí, hay que decirlo, insistirlo incluso, el utopista, por el contrario, suele nadar siempre contracorriente, es decir, tiende a tener una animista visión antropomórfa de la complejidad social, mismamente, es incapaz de ver la economía como un gordiano entramado de incentivos e informaciones, o sea, en orden espontáneo; y pretende, por el contrario, hurtarle complejidad al hecho bien dándole un rostro obvio paródico (Bildebergh en su versión más naif), bien negro pernicioso (los Especuladores) para poder realizarse, a partir de ahí, el desmenuzamiento de los entramados problemas sociales de un modo tan simple como un hachazo estilo revolución francesa.
Tal vez un caso ilustrativo de esta perspectiva dicotómica, lo dibuje la trayectoria bipolar seguida por el legado de Ludwig von Mises. Ciertamente, el economista austríaco tenía, y aún tiene, un enfoque epistemológico peliagudo, propicio para diferentes interpretaciones, y así ha sido siempre, ha sido que, por un lado, está la interpretación rothbardiana, se quiere decir, la apriorista, a-empírica, deductiva, en suma, reduccionista; y la otra, la de Machlup, que sería aquella enlazada con las más contemporáneas ideas epistomológicas de Lakatos, Kuhn y demás hijos rebeldes de Popper (todos ellos, huelga decir, holistas epistemológicos); aclarado esto, se ha de hacer notar que mientras desde la última interpretación misiana siguen reverberándose discusiones y dilucidándose soluciones en cuestiones sociales, la otra, la rothbardiana, acabó por instaurar una compacta visión utopista de cómo debería ser una sociedad en su fisionomía socioeconómica, a saber, el anarcocapitalismo, o sea, esta reduccionista veta hermeneútica acabó por parir otra sectaria visión pseudo científica.
Un caso ideológicamente similar al Mises holista, el de Hayek, carga de argumentos la visión holista como típica del pensamiento no utopista, es más, la crítica al constructivismo racionalista de Hayek se puede traducir tal que así, esto es, como una advertencia del peligro inherente a la visión reduccionista de la sociedad. Otro tanto podríamos hacer incluso con Popper, quien, en su Sociedad Abierta no hace sino promover una cautela en las ingenierías sociales precisamente en la idea de que a nuestros modelos tecnopredictivos bien tranquilamente se le pueden haber estado escabulliendo ciertas realidades -en este caso- sociales, y es que sino, ¿a cuento de qué el criticar a quien enarbole una visión memorable de lo que debe ser la sociedad -tal y como han hecho desde siempre los historicistas? Es en este último grupo -y como bien lo argumenta Popper- desde donde debe ser colocado al lunático Marx, vamos, donde los reduccionistas y allí, además, estará junto a Platón, Hegel y un largo etcétera de creyentes en lo utópico y creyentes justamente por reduccionistas.
Ni que decir tiene que, por todo esto, el intelectual contemporáneo, es decir, todo civil votante (como todo lector competente), descreerá de las utopías, de los paraísos en la tierra, de los determinismos históricos; y, para que su escepticismo no se vuelva tan provinciano de quedarse sólo en sus palabras, se obligará a proponer apenas reformas graduales, con certificado de ser reversibles y en temor a emular la caída de Icaro, a comportarse con miope contundencia. Luego entonces solo cabrá autoimponerse un valiosísimo método profiláctico, esto es, la empiria, la cual ayudará a que las fantasías políticas no degeneren en partos monstruosos; y es que, quienes critican in toto el modelo social actual, el que nos ha llevado a esta situación, a esta crisis, a la anterior catástrofe, al siguiente apocalipsis; posiblemente cometen la falacia Nirvana y estén peligrosamente olvidando que en nuestro deambular por la historia rara vez se encontró el inalcanzable paraíso mientras que el infierno, por contra, aguardó detrás de cada esquina.
En el caso de la historia, la perspectiva reduccionista asociaría -por poner un ejemplo- la conquista de América a la azarosa empresa iniciada por Cristobal Colón, mientras que la visión holista, siguiendo el análisis de Jared Diamond en Armas, Gérmenes y Acero; recogería explicaciones de ámbitos tan diversos -pero relevantes- como la ciencia climatológica o la virología, la agricultura, la tecnología bélica o el organigrama político, la ganadería, la epidemiología, la botánica pero nunca la genética; y sólo lograría así explicar convincentemente la superioridad tecnocientífica del medievo occidente conquistador.
Claro que se podría creer, justo a propósito del análisis materialista de Jared Diamond, es cierto, cómo precisamente el seguimiento del proceder científico, esto es, la heurística reduccionista, es el mejor modo de cribar aquellas ensoñaciones utopistas; pero todo lo contrario, insisto, pues, para que esta objeción fuera cierta, se necesitaría que un fenómeno cualquiera (pongamos el terrorismo) pudiera ser estudiado desde un sólo ámbito científico (pongamos la teoría de juegos), y sin embargo, hay que percatarse, lo que cada vez se demuestra con mayor contundencia -sobre todo en temas sociales-, es la necesaria interdisciplinariedad a la hora de realizar análisis de fenómenos complejos y ahí, hay que decirlo, insistirlo incluso, el utopista, por el contrario, suele nadar siempre contracorriente, es decir, tiende a tener una animista visión antropomórfa de la complejidad social, mismamente, es incapaz de ver la economía como un gordiano entramado de incentivos e informaciones, o sea, en orden espontáneo; y pretende, por el contrario, hurtarle complejidad al hecho bien dándole un rostro obvio paródico (Bildebergh en su versión más naif), bien negro pernicioso (los Especuladores) para poder realizarse, a partir de ahí, el desmenuzamiento de los entramados problemas sociales de un modo tan simple como un hachazo estilo revolución francesa.
Tal vez un caso ilustrativo de esta perspectiva dicotómica, lo dibuje la trayectoria bipolar seguida por el legado de Ludwig von Mises. Ciertamente, el economista austríaco tenía, y aún tiene, un enfoque epistemológico peliagudo, propicio para diferentes interpretaciones, y así ha sido siempre, ha sido que, por un lado, está la interpretación rothbardiana, se quiere decir, la apriorista, a-empírica, deductiva, en suma, reduccionista; y la otra, la de Machlup, que sería aquella enlazada con las más contemporáneas ideas epistomológicas de Lakatos, Kuhn y demás hijos rebeldes de Popper (todos ellos, huelga decir, holistas epistemológicos); aclarado esto, se ha de hacer notar que mientras desde la última interpretación misiana siguen reverberándose discusiones y dilucidándose soluciones en cuestiones sociales, la otra, la rothbardiana, acabó por instaurar una compacta visión utopista de cómo debería ser una sociedad en su fisionomía socioeconómica, a saber, el anarcocapitalismo, o sea, esta reduccionista veta hermeneútica acabó por parir otra sectaria visión pseudo científica.
Un caso ideológicamente similar al Mises holista, el de Hayek, carga de argumentos la visión holista como típica del pensamiento no utopista, es más, la crítica al constructivismo racionalista de Hayek se puede traducir tal que así, esto es, como una advertencia del peligro inherente a la visión reduccionista de la sociedad. Otro tanto podríamos hacer incluso con Popper, quien, en su Sociedad Abierta no hace sino promover una cautela en las ingenierías sociales precisamente en la idea de que a nuestros modelos tecnopredictivos bien tranquilamente se le pueden haber estado escabulliendo ciertas realidades -en este caso- sociales, y es que sino, ¿a cuento de qué el criticar a quien enarbole una visión memorable de lo que debe ser la sociedad -tal y como han hecho desde siempre los historicistas? Es en este último grupo -y como bien lo argumenta Popper- desde donde debe ser colocado al lunático Marx, vamos, donde los reduccionistas y allí, además, estará junto a Platón, Hegel y un largo etcétera de creyentes en lo utópico y creyentes justamente por reduccionistas.
Ni que decir tiene que, por todo esto, el intelectual contemporáneo, es decir, todo civil votante (como todo lector competente), descreerá de las utopías, de los paraísos en la tierra, de los determinismos históricos; y, para que su escepticismo no se vuelva tan provinciano de quedarse sólo en sus palabras, se obligará a proponer apenas reformas graduales, con certificado de ser reversibles y en temor a emular la caída de Icaro, a comportarse con miope contundencia. Luego entonces solo cabrá autoimponerse un valiosísimo método profiláctico, esto es, la empiria, la cual ayudará a que las fantasías políticas no degeneren en partos monstruosos; y es que, quienes critican in toto el modelo social actual, el que nos ha llevado a esta situación, a esta crisis, a la anterior catástrofe, al siguiente apocalipsis; posiblemente cometen la falacia Nirvana y estén peligrosamente olvidando que en nuestro deambular por la historia rara vez se encontró el inalcanzable paraíso mientras que el infierno, por contra, aguardó detrás de cada esquina.
1 comentario:
Excelente articulo hermano... Es muy buena tu forma de expresar las ideas...
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