La devastadora experiencia de que, en contra de nuestros deseos, Hamlet, Robert Jordan y el príncipe Andréi mueran -de que las cosas pasen de una determianada manera y para siempre, sin que importen nuestros deseos y esperanzas en el transcurso de la lectura- nos produce escalofríos, como si sintiéramos el tacto del dedo del Destino. Nos damos cuenta de que no podemos saber si Ahab capturará a la ballena blanca. La verdadera lección de Moby Dick es que la ballena va a donde ella quiere ir. La naturaleza irresistible de las grandes tragedias deriva del hecho de que sus héroes, en lugar de escapar de un destino atroz, saltan el abismo -que han cavado con sus propias manos- porque no tienen ni idea de qué les espera; y nosotros, que vemos con claridad dónde se están metiendo ciegamente, no podemos pararles. Tenemos acceso cognitivo al mundo de Edipo, y lo sabemos todo sobre él y Yocasta, pero ellos, aun viviendo en un mundo que depende parasitariamente del nuestro, no saben nada sobre nosotros. Los personajes de ficción no pueden comunicarse con personas del mundo real.
Ese problema no es tan caprichoso como parece. Por favor, traten de tomárselo en serio. Edipo no puede imaginarse el mundo de Sófocles; de otro modo, no acabaría casándose con su madre. Los personajes de ficción viven en un mundo incompleto, o, para ser más rudos y políticamente incorrectos, en un mundo discapacitado.
Pero cuando verdaderamente entendemos su destino, empezamos a sospechar que también nosotros, como ciudadanos del aquí y ahora, topamos con nuestro destino simplemente porque pensamos en nuestro mundo de la misma manera que los personajes de ficción piensan el suyo. La ficción sugiere que quizá nuestra visión del mundo real sea tan imperfecta como la visión que los personajes de ficción tienen del suyo. Por este motivo, los personajes de ficción se convierten en ejemplos supremos de la "verdadera" condición humana.
Ese problema no es tan caprichoso como parece. Por favor, traten de tomárselo en serio. Edipo no puede imaginarse el mundo de Sófocles; de otro modo, no acabaría casándose con su madre. Los personajes de ficción viven en un mundo incompleto, o, para ser más rudos y políticamente incorrectos, en un mundo discapacitado.
Pero cuando verdaderamente entendemos su destino, empezamos a sospechar que también nosotros, como ciudadanos del aquí y ahora, topamos con nuestro destino simplemente porque pensamos en nuestro mundo de la misma manera que los personajes de ficción piensan el suyo. La ficción sugiere que quizá nuestra visión del mundo real sea tan imperfecta como la visión que los personajes de ficción tienen del suyo. Por este motivo, los personajes de ficción se convierten en ejemplos supremos de la "verdadera" condición humana.
Lo que sí es posible es calcular objetivamente la "consonancia" de dos notas. Aunque no existe una forma única y consensuada de hacerlo, los diversos métodos propuestos tienden, en líneas generales, a arrojar resultados parecidos que, además, coinciden bastante con la jerarquía tonal. Pero también presenta algunas diferencias considerables. Por ejemplo, en la jerarquía tonal la nota 3ª ocupa una posición más elevada que la 4ª, mientras que con sus niveles de consonancia ocurre lo contrario. Asimismo, aunque el intervalo de tercera menor sólo es moderadamente consonante, en la jerarquía tonal de tonalidades menora -(...)- ocupa una posición destacada porque estamos acostumbrados a oírlo en ese contexto, es decir, que la convención se ha impuesto al "hecho" acústico. Después de estudiar minuciosamente estos datos, Krumhansl y sus colegas llegaron a la conclusión de que, a la hora de decidir las preferencias que refleja la jerarquía tonal, es mucho más importante el aprendizaje de las probabilidades estadísticas que la consoncacia natural de las notas, de donde se sigue que deberíamos ser capaces de asimilar nuevos conceptos de "pertinencia" tonal siempre que los oigamos bastante a menudo.
3 comentarios:
No sé si veo la relación entre los textos, pero muy interesantes los dos en cualquier caso.
En cuanto al de Eco, se me ocurren algunas obras en las que aparece el autor, como La lección de Ionesco. Más típicamente sería Niebla, pero leí las 30 primeras páginas y me pareció una experiencia horrible. El autor parece introducirse en la ficción justamente con el propósito de verse a sí mismo desde fuera...
Lo bueno de estas aglomeraciones de textos es que en caso de fallarse el nexo entre ellos queda el disfrute individualizado de cada uno, ¿verdad?
Pienso que hay una simetría, como lector, como oyente, a la hora de predecir percibir las estructuras de las obras y acierta U.Eco en señalar que el sino de los personajes (sólo visible desde arriba) nos sugiere cierta familiaridad con el nuestro.
Pero lo que yo no creo es que ésta sensación se haga aún más vívida con los trucos alla Unamuno, todo lo contrario, en tanto que inventan una situación irrecononocible en la vida real, se hace inasimilable para la vida real.
La metaficción desde el barroco (y aún entonces a veces) ha sido un truco efectista más que eficaz, me parece a mi. Agradecería excepciones que me refutarán la boutade y así tener algo para leer.
Estoy de acuerdo.
Las excepciones que funcionan lo hacen, más bien, por ser sutiles. Estoy pensando en el hombre del impermeable, en Ulysses, que según Nabokovk (y le doy un poco la razón) el el propio Joyce. En cierto sentido, podría entenderse que Proust está metido a todo lo largo de En busca, sin ser exactamente el Narrador. No sé.
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