Los sietes samuráis es una película con un dominio completo de su medio, (...). Trata en concreto del nacimiento del estado, y lo hace con una claridad y una globalidad dignas de Shakespeare. De hecho, lo que Los sietes samuráis ofrece es nada menos que la teoría kurosawana del origen del estado.
La película relata lo que sucede en una aldea durante una época de desorden político, una época en la que el estado ha dejado realmente de existir, y las reacciones de ls aldeanos con un grupo de bandidos armadas. Tras años de abatirse sobre la aldea como una tormenta, violar a las mujeres, matar a los hombres que oponen resistencia y llevarse las provisiones almacenadas, a los bandidos se les ocurre la idea sistematizar sus visitas y acudir al pueblo una sola vez al año para exigir o arrancar tributos (impuestos). Es decir, los bandidos dejan de ser depredadores del pueblo y se convierten en parásitos.
Uno supone que los bandidos tienen sometidas bajo su yugo a otras aldeas "pacificadas" similares, que caen sobre ellas por turno, que en conjunto tales aldeas constituyen la base recaudatoria de los bandidos. (...).
Los bandidos aún no han empezado a vivir entre sus súbditos de modo que esto tengan que satisfacer sus necesidades día a día, es decir, todavía no han convertido a los aldeanos en una población esclava. Así pues, Kurosawa somete a nuestra consideración una etapa muy temprana en el desarrollo del estado.
La acción principal de la película comienza cuando los aldeanos conciben un plan para contratar a su propia banda de hombres duros, los siete samuráis sin trabajo del título, para que los proteja de los bandidos. El plan surte efecto, los bandidos son derrotados (el grueso de la película consiste en escaramuzas y batallas), los samuráis se alzan con la victoria. Tras haber visto cómo funciona el sistema de protección y extorsión, el grupo de samuráis, los nuevos parásitos, presentan una oferta a los aldeanos. A cambio de dinero, tomarán la aldea bajo su tutela, es decir, ocuparán el lugar de los bandidos. Pero en un final que refleja más bien los deseos que la realidad, los aldeanos se niegan: piden a los samuráis que se marchen, y estos aceptan.
El relato kurosawano sobre los orígenes del estado todavía se representa en el África actual, donde bandas de hombres armados se hacen con el poder (es decir, se adueñan del tesoro nacional y asumen los mecanismos de cobrar impuestos a la población), eliminan a sus rivales y proclaman que con ellos empieza una nueva era. Aunque con frecuencia estas bandas militares africanas no son mayores ni más poderosas que las bandas criminales organizadas en Asia o la Europa del Este, la prensa, incluso los medios de comunicación occidentales, cubre respetuosamente sus actividades bajo el encabezamiento de política (asuntos mundiales) en vez del de delicuencia.
[Página 13 del libro Diario de un mal año, de J.M Coetzee]
En estos convulsos días en donde se habla de la caída del Sistema Socioeconómico Occidental y donde ser anti-sistema ahorra el trabajo constructivo intelectual y además proporciona la cobertura moral de quien se preocupa por los demás; es conveniente retratar a los políticos como lo que verdaderamente son, esto es, -y siguiendo una heurística conjetura del economista Mancur Olson-; una banda de forajidos que tiene por objetivo primario su supervivencia parasitaria y como consecuencia secundaria incrementar la productividad de los súbditos, claro que, ni que decir tiene, para poder rapiñarles mejor; pues bien, asumido esto, insisto, es fácil colegir que a lo largo de la historia ha habido muchos y variados sistemas de garrapiñaje y aunque es cierto que podemos agruparlos como especies; (aquí el socialismo, allí el capitalismo liberal, acullá el cooperativismo sindical), a la postre, y como pasa con las especies biológicas, el concepto de Especie, de Sistema, no deja de ser una ilusión gramatical con fines explicativos pero porque lo que queda claro es que toda estructura de control estatal necesita adaptarse a los nuevas presiones ambientales, mutar sus señas de identidad.
Por tanto no hace falta definir tipológicamente al capitalismo o al liberalismo (o a la clase media o a la clase obrera), basta a mi ver, y haciendo uso de un pensamiento poblacional, constatar (como creo hace, y por ello se caracteriza, el liberal -o al menos podría caracterizarse) que es fácil modelizar a las naciones tal que constelaciones de instituciones más o menos centralizadas según dónde y cuándo; para luego ver entonces cómo hay una histórica relación causal entre interacción descentralizada e incremento de bienestar; no en balde, los parásitos más poderosos y adinerados del mundo son los políticos estadounidenses (me hace gracia, sin ir más lejos, que con toOodo el poder que tiene Chávez, éste tenga que ir a tratarse de su cáncer a Cuba) y no por cierto de casualidad, al fin y al cabo, ésta es la misma razón darwiniana que presiona para que las nuevas cepas vírico parasitarias de los humanos sean menos letales y más inocuas y pueden así demorar su hospedaje y expandir su infección, o sea, sobrevivir.
El camino contrario de apología del liberalismo, seguido por ciertos filoaustríacos patrios, concedo, no deja de ser un equivocado y laborioso emprendizaje filosófico, enrevesado y platonista, a la postre estéril; es decir, no se trata exclusivamente de establecer abstractos objetivos sociales relativamente genéricos ("Más libertad", "Más igualdad de oportunidades") sino de calibrar también los costes ocultos de implementar ciertas estructuras coactivas para la consecución de los susodichos objetivos, y quien hace eso, por descontado, no deja que el árbol caído le impida ver un bosque ya ancestral.
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