jueves, 14 de marzo de 2013

Obra Abierta

Leo en Seikilos una (como siempre) estimulante anotación en torno a la creación (artística) y pienso que todas esas reflexiones bien podrían considerarse pivotando sobre el concepto y libro Obra Abierta de U.Eco que, ojo, no he tenido el gusto de leer pero que subyace a gran parte de la crítica hermenútico literaria habida de un tiempo para acá, y ésta es, ¿existe una vía que evite el Escila y Caribdis de la interpretación univocista (por tanto fungible) o inagotable (por tanto arbitraria) de una obra?  Parménides contra Heráclito.

Creo que en realidad una obra de arte, y es importante decirlo, no es un objeto autónomo y cerrado, todo lo contrario, necesita desde una gramática hasta un contexto cultural pasando por nuestra memoria de trabajo que son extensiones (tecnológicas) que la hacen comprensibles, utilizables, es más, se podría decir que la canonicidad de una obra se deja bastante bien medir por su conectividad, de hecho, a eso es a lo que creo se podría traducir el célebre comentario de Borges, el de que los autores crean sus precursores, y unos precursores, claro, que no son nunca arbitrarios.

Por eso mismo, una obra no se deja agotar de un vistazo y esto se ve muy bien a través de una variable muy importante en la receptividad de la obra como es la memoria de trabajo -o a corto plazo o memoria RAM-; es decir, en las interpretaciones que directores hacen de una sinfonía, pongamos, ahora primordiando la sección de vientos, ora enfatizando las cuerdas, y en definitiva, haciendo priming en unos elementos u otros; o bien, otro caso, si tenemos que El Castillo no se deja sustituir en la memoria por un simple "Un agrimensor es llamado a un castillo pero nunca logra entrar y ejercer su profesión", es porque la forma en que se nos dispuso su mensaje, la propia obra, no se deja guardar en una frase tan chica. Por la misma, por cada lectura (que observa ciertos detalles y criba o deja en segundo plano otros) tenemos una forma de descargar la obra en nuestra memoria asociativa, ahora, como la obra (si es lo suficientemente compleja) está inscrita en un material más extenso que nuestra susodicha memoria, en cada vez que lo leamos, no habremos agotado la totalidad del paisaje, de hecho, como pasa en una gran urbe, siempre podremos recombinar las calles por cada nuevo itinerario y volver a perdernos en nuevas transiciones, quedando al fondo, siempre, eso sí, la certeza de que la ciudad resultó demasiado grande para ser agotada de una sola caminata, de una sola combinación de calles. 

En cierto modo, toda novedad es una extensión que se conecta y posa sobre la obra cambiando su visionado, dicho esto, se puede incurrir en una visión purista en la que se toma como referencia la supuesta intencionalidad artista y considerar que en ella hay objeto en todo definido y cerrado y que por tanto toda otra extensión a su obra es un agregado impuro en vez de una suma, algo así, podría analogarse, al caso de la realidad aumentada donde se puede distinguir, al final de todo, lo que es la realidad física primordial, y lo que aporta una tecnología tipo (ahora que son famosas) las google glass, en ese sentido; si bien, cualquier aporte cultural y cognitivo es otra tecnología de realidad aumentada.

Esto definitiviamente conecta con una idea de Umberto Eco harto peliaguda, a saber, que el propio autor de una obra pueda tener que aceptar interpretaciones válidas pero no previstas de su obra. Resulta contraintuitivo pero cójase el caso de Beethoven y asumamos que éste tiene bien clarito en su cabeza lo que es o no es una interpretación musical de su obra, de acuerdo, no obstante y a decir verdad, he sido perverso porque el caso de Beethoven es particularmente estimulante y esto es por el hecho de que estaba sordo, pues bien, ciertamente  él (creía que) conocía su obra pero si se hubiera puesto unas google-orejas, ¿también consideraría esa "escucha" ajena a su obra? Al estar disfrutando de su música ahora en otro plano diferente (auditivo, no partitura mediante) igual sí podría asumir los olvidos sucesivos de una audición musical, no como emborranados superpuestos a un palimpsesto auditivo original que él tenía en mente a la hora de su creación, sino reversionados (reitinerarios) de una primera (y ahora arbitraria) audición.

Es verdad que el sordo de Bonn no tenía forma de saber a qué sonaban sus obras más allá de lo que había simulado su imaginación luego no podría ser particularmente restrictivo sobre las resonancias armónicas o tímbricas particulares de los instrumentos usados y evolucionados durante su tiempo y que él no habría podido prever, ahora, no tenemos que concebir que su sordera es una limitación a la imaginación particularmente privativa de sus circunstancias, quiero decir, igual sucede con cualquier otro autor de cualquier otro campo artístico, igual sucede en el teatro donde la representación distrae al ojo del texto y ritmo de la palabra y luego claro, las asociaciones se pierden y tal; o bien, por el otro lado, aparecen gestos cuyo tempo el propio actor establece y que a su vez enriquecen al texto con señales no verbales pero que seguro no previstas por el autor, ¿y qué le es mejor al dramaturgo saber que su actor es Richard Burbage, tenerlo fijado en su gestualidad y en sus limitaciones performativas, u olvidarse de darle cara y no importarle lo más mínimo incluso el ver representado su Fausto? ¿Se necesita a la hora de componer el tener presente un escenario o nos conformamos con un genérico y despersonalizado mobiliario tal que en el teatro isabelino? Esas coordenadas crean desde luego las condiciones de partida de una obra pero a la vez nacen tramposas porque no se puede hacer teatro sin que el lector/director ponga/imagine mobiliario/instrumento/lo que sea. Lo que sí puede ser relevante, en todo caso, es saber el contexto interpretativo que el autor pedía, quiero decir, puedo imaginarme a Bach imaginando/tolerando El Arte de la fuga para cualquier instrumento pero no puedo imaginarme a Bach imaginando/tolerando alguna de sus obras para órgano interpretadas en cualquier Iglesia con independencia de su reverberación. Eso no quita, empero, que pueda ser que el eco de la Iglesia que Bach imaginó no sea real y su exigencia de pureza, por tanto, una suerte de humana limitación a lo que es la capacidad simulativa de su imaginación para con la obra. 

En resumen, a las transiciones asociativas de una metáfora, idea, frase musical, ritmo o timbre, por citar algunos elementos gestálticos característicos de una obra de arte; les vale el simple contenido renovado de una memoria asociativa para a su vez renovarse ellas. Una memoria que ya por ser renovada se basta para mapear un itinerario completamente nuevo de la obra, y por lo tanto, hacerla abrirse otra vez a otra nueva interpretación. Una reinterpretación, de hecho, que en virtud de las nuevas gestalts contenidas, no puede ciertamente reinterpretarse arbitrariamente, pero sí releerse otra vez más.

4 comentarios:

Leandro dijo...

Bueno, en parte está esa postura de que toda lectura es traducción. Si leo a Cervantes tengo que hacer de "traductor-traedor": traerlo a Cervantes a mi tiempo, traducir las palabras antiguas, entender el contexto obsoleto de las novelas de caballería... en suma, ser Pierre Menard. Las mismas palabras significan otras cosas. Esto mismo se puede aplicar a distintos momentos de mi vida: si estoy enamorado o no, Romeo y Julieta me va a parecer más romántico o más trágico. Ciertas obras de Mahler pueden tomar un color decisivamente oscuro si hubo una muerte cercana, mientras que en otro momento se puede intelectualizar más. Y en ese sentido gana Heráclito: uno no baja dos veces al mismo río. Si bien la obra es un objeto abstracto, fijo e inmutable una vez creado, su sentido aparece en contraste con el contexto sobre el que se la lee, si no no habría artistas tan populares en un momento de la historia y tan ignorados en otro. Uno podría inferir a partir del hecho de que ciertos autores que funcionan muy bien en España hoy son indiferentes aquí en Argentina, y viceversa, que cierta complicidad cultural es necesaria para la correcta inteligencia de una obra, pero no es cierto, basta que se armen conexiones, como decís vos. Estoy seguro de que la lectura canónica actual de Hamlet inquietaría a Shakespeare grandemente. Las modificaciones que sufrió Lear a través del tiempo hablan de esto también, o la manera en que Kurosawa llevó a Shakespeare al cine. Basta que haya sinapsis para que se produzca el arte, del todo involuntariamente a las intenciones del que lo crea, o cree crearlo. Nuestra imaginación de las obras de Beethoven será ciertamente muy distinta a la del promedio de sus contemporáneos, porque nosotros hemos escuchado otras músicas, otros movimientos que incluyeron el legado de Beethoven, lo escuchamos desde su descendencia, desde Brahms, Wagner, Mahler, lo escuchamos desde la tecnología sinfónica de los instrumentos actuales, lo escuchamos en el piano moderno y no en el débil piano de su época. Pero mientras haya sinapsis, sigue habiendo arte. Las alturas canónicas de cada artista subirán o bajarán en cada época, desaparecerán algunos y resucitarán otros, pero no debe haber duda que nuestra percepción de esas obras está mediada por el prisma siempre cambiante del contexto de cada espectador.

Héctor Meda dijo...

Es fama que en una conferencia sobre Thomas Kuhn y los paradigmas de la ciencia, éste se levanto de la última fila desde donde estaba como oyente y dijo no reconocer al Kuhn del que se estaba hablando. Imagina el bochorno del conferenciante. Pues, supongo que el mismo que sentiría Gus Van Sant al oír una hipotética opinión del propio Hitchcock sobre la versión de Vértigo que aquel le hizo, y eso por decir un ejemplo entre tantos y tantos posibles.

Sospecho que los artistas solo aceptan ver sus obras cambiadas (pero toda lectura es un cambio como Menard efectivamente ilustra), cuando ellos mismo cambian en lo personal, como también dices. Y esto se ve muy bien en las bandas de música que en sus directos se les ve cómo traen las canciones a su nuevo estilo y llega uno entonces a sospechar que, de volver atrás en el tiempo, las harían de otro modo (más guitarreras, ahora con más dubstep, sin solos, con orquesta, etc.). Tendencia heracliteana de renovación, podríamos bautizarlo para facilitar anclajes a la memoria.

Al otro lado de la tendencia, la versión parmediana, defensora del UNO, es la que nos aboca a lecturas contextuales antes de la acometida de la obra, y nos obliga a fijarnos entonces en qué teología había en el Medievo y que Dante asimila, qué significaba la forma sonata y cómo la renovó Mozart, qué técnica era el Claroscuro y cómo la sublimó Rembrandt y, claro, eso te lleva a una lectura canonicista, porque hay unas evoluciones, donde aparecen los antecesores (Aquino, Haydn, Caravaggio) y otra vez vuelta a empezar con estos. A propósito, no se puede gustar de una obra y reprobar cualquier otra habida antes y después, quiero decir, ¿te imaginas decir "A mi de la pintura solo me gusta X"? Absurdo.

Tal vez fuera cierto, y siguiendo con esta última idea, que un Beethoven o un Debussy, al cabo, no disfrutaría de su obra luego de oírla taitantas veces pero a cambio ahora se regocijarían gustosos, de nuevo frescos, con Mozart, Bach o quien tuvieran por secreto padre. Otrs vez Borges: Menard, el devoto lector cervantino.

Leandro dijo...

Bueno, pero es una tarea a priori imposible: ¿cómo saber los presupuestos de Homero? ¿Cómo ser un italiano contemporáneo de Dante? Ningún estudio garantizaría ese ideal parmediano, ni aún para un autor actual: todo seguiría siendo traducción, es decir, traición. Sólo nos queda Heráclito.

Héctor Meda dijo...

Es imposible, es cierto, por eso digo que lo parmediano se deshace en lo heracliteano que a su vez se deshace en lo parmediano: es una dialéctica, si se quiere, un equilibrio inestable.

Se sabe incluso en ciencia donde los sistemas estudiados deben reducirse para hacerse manipulables, donde, por ejemplo, para obtener la medida exacta de atracción entre dos planetas, según la teoría eisteniana, se debe conocer la posición relativa de la totalidad de entidades con masa habidas en el universo (Parménides) por lo que a la postre y en puridad, según se vayan cambiando de posición los astros, la medida cambiará (Heráclito). (En la práctica los físicos se acogen a un universo de juguete con solo tres astros y tales truncados resultados suelen ser útiles para sus propósitos -v.gr: ir a la Luna)

Eso lo decía también Borges citando a Wells (creo): si entendiéramos simplemente lo que es una rosa, entenderíamos el universo.

Menos místicamente, volviendo al redil hermenéutico; diría que, efectivamente, yo no puedo aprehender la totalidad de elementos significativos que habitan la cosmovisión de un Dante, pongamos, pero por la misma, por cada vez que amplio ese conato de unidad parmediana, resulta que me encuentro bañándome en una lectura diferente y por eso actividades tan aparentes disímiles como entender a Tomás de Aquino o incluso (anacrónicamente) leer a Kafka, pueden, y de hecho consiguen, iluminar a Dante, renovar su arte.

En ese sentido, nos bañamos en diferente río porque, por cada vez, y a diferencia de un enfermo korsakov; nos damos cuenta de (y utilizamos como red intelectiva el) vivir en universo diferente.