Nabokov, en su Introducción del libro Curso de Literatura europea, recordaba que un buen lector no tendría por qué identificarse con el héroe.
Ciertamente, y a pesar del carácter caprichoso con que el ruso abordaba los juicios literarios, aquí coincido plenamente y es más, creo que es al empezar a leer con madurez la ficción cuando uno empieza a compartir esta máxima. No será casualidad, a mi ver.
Esto me recuerda a Seinfeld (temporada 5º capítulo 21º), quien en un episodio, junto con su novia, pero también junto a Kramer, Elaine, George Costanza y su aún no estrenada pareja; se desplazan, todos ellos, juntos, a una residencia en Hampton para que una amiga, recién convertida en madre, los acoja y puedan así ver a su bebé.
Resultará que luego ya allí, en la casa de Hampton, a la novia de Constanza, sin él delante, la verán haciendo topless Seinfeld y Kramer. George, paranoico, incapaz de digerir la anécdota, toma este adelanto -todavía no la intimó- como una afrenta de tintes cosmokármicos y se autoimpone, en justa venganza, la obligación de ver desnuda a la novia de Seinfeld. En balde entrará a destiempo en la habitación del amigo y luego, ya por oscura casualidad o bien perversa causalidad, Seinfeld equivoca la orientación de la casa y manda a su novia, en vez de al baño, al cuarto de Constanza, recién salido de la piscina, ahora desnudo, y claro, dadas las gélidas circunstancias, George no está a la altura del encuentro y ya está temiendo el cotilleo a su novia.
Todo el resto del capítulo, George se las pasará, tenaz y obsesivo, insinuando, nunca explicitando, cómo el agua encoge por ejemplo las camisetas, y que eso, nadie lo dude, faltaría más, es culpa del agua y solo del agua y por supuesto, de nada más.
No, la novia no termina la noche allí. Se marchará por una ignota urgencia y tal vez -nunca se sabrá- fruto de una cruel confesión, pero tal vez -posiblemente- harta de un Constanza desbordado y en consecuencia desbordante. "Tranqui, machote" le llega a susurrar Seinfeld en una de éstas.
No andará muy lejos Elaine en forma y fondo y ella también destruirá una relación ni recién empezada. El médico del bebé, en visita rutinaria, luego de ser presentados, juzga literalmente arrebatadora a Elaine, desgraciadamente, otro tanto dirá del bebé -unánimemente considerado por todos los huéspedes, dicho sea de paso, como un ser horrible. ¿Qué pasó aquí? Elaine se debe enzarzar entonces en una investigación sobre quién es verdaderamente arrebatador y si dijo aquello de que el monstruoso bebé lo era, sólo como elogio de cortesía o bien porque lo pensaba verdaderamente y entonces simplemente tendría mal gusto.
Se lo vendrá a confirmar el pediátra, le dirá que a veces se piropea a la gente pero sólo por resultar amable. No obstante, a Elaine entonces le queda la duda de averiguar con quién empataba el médico si con ella o con la familia anfitriona y su bebé. La comunicación no avanzará entre ellos mientras no quede desopacado ese punto. La comunicación no avanzará entre ellos.
Basta ver un sólo capítulo de Seinfeld para registrar cómo sus protagonistas, a razón de unas mentalidades que van de lo paranoico a lo pefeccionista compulsivo, gestionan terriblemente las relaciones, las cuales, no se dan sin aristas ni fricciones sino que en su desarrollo se vienen a destruir desde dentro y además y para más inri, desde el bando de ellos, aún no habiendo habido la intención.
Como comedia de situación al uso, plagada de treintañeros y con intención de durar lo máximo posible; Seinfeld se debe a unos parámetros fijos de guión, incluyendo entre otras cosas, una continuada rotación de personajes secundarios, tramas y situaciones y demás utillaje, y esto y en definitiva, obliga a unos treintañeros promiscuos y donjuanes pero, y aquí viene la diferencia, mientras que en otras series como ejemplarmente Friends, las relaciones se renuevan sin fricción alguna, sin ninguna -necesidad de- autocrítica porque nada estructural a los personajes las boicotea; en Seinfeld, precisamente es de la incapacidad de perpetuar una relación, desde donde emerge su humorismo. Friends, por el contrario, se nos quiere hacer atractivo por lo que tiene de seductor la vida de sus personajes. Friends es justo lo contrario a Seinfeld; es a la vida real, los castillos Disney a la arquitectura medieval.
En un sentido trivial, sí, es cierto, Seinfeld es menos realista. No, no es creíble que una maldita sopa concilie tanta muchedumbre. Caso de un célebre capítulo. Pero lo que le sigue, pero esa dejación de dignidad dadas ciertas situaciones, esa disolución de los lazos de amistad impuestos ciertos dilemas; es totalmente creíble, se me antoja terriblemente veraz, y revela, una vez más, barajadas ya las cartas premisa de la ficción, un afán por el realismo friccional de una serie en estado (casi) perpetuo de gracia.
No es muy difícil lograr que los telespectadores admiren, anhelen imitar, ambicionen superar, al don juan Joey (Friends) -sin ir más lejos hoy día tenemos a su no menos admirable émulo, e igual o más de admirado, en la persona de Barney Stinson-, pero es que el producto es terriblemente fácil de vender pues apela a nuestros impulsos más elementales, dicho esto, comercialmente es mucho más complejo y artísticamente es mucho más meritorio y, sobre todo, más reverberante para el espectador; encontrar cómo el paronoico antihéroe George Constanza tiene telespectadores que, con humillación vergonzante pero deleite humorístico, se sienten -a veces, ¡dios mío! sólo a veces- involuntariamente reconocidos en él. No nos vemos como él -a no ser que tengamos una gravísima depresión terminal- pero nos reconocemos a veces, es decir, nos dice lo que no somos capaces de oír y no lo que creemos ser o desearíamos comprar.
Seguramente será inevitable el consumo pop y digo será inevitable porque en última instancia todos tenemos nuestros vectores de expectativas. A mi, lo confesaré, me gusta entre otros El Mentalista, quien con envidiable pericia, es capaz de auscultar hasta el fondo la mente de cualquier persona, al punto de parecer omnisciente, el logro de parecer tiritero, pero, esa misma virtud, ese don, no se dice, pero se ve o se intuye, lograría legar a su poseedor una irreparable preocupante sensación, pues contemplaría, a todo el mundo y sin excepción, con la misma eficacia predictiva con que cualquiera vislumbra las acciones de los previsibles niños y al tiempo y en consecuencia, uno, de ser así, acabaría sintiéndose rodeado de gente inmadura y previsible, automatizada y aislada, en suma, acabaría sintiéndose rodeado de soledad. Con mis chiqui primas y mi perro, yo soy un mentalista. Con chiqui mis primas y mi perro, no me siento plenamente acompañado.
Nada impide a Constanza ser un Joey, un don juan, un ligón, vamos, -de hecho, su historial de ligues en la serie es bastante más extenso de lo que aporta el aval de su porte y apariencia-, no trato de inocularme en consecuencia una pesimista perspectiva de la realidad sino fomentar, por así decirlo, la letra pequeña de todo rol vital y auscultar las dobleces y reversos de las situaciones aparentemente pastoriles y así, por insistir el ejemplo, los problemas personales de Constanza no se resuelven mágicamente aún con todo su donjuanismo pues en él, y en todos, concurren solapadamente otras circunstancias que, como el diablo de la fábula, siempre pone pegas al cumplimiento contractual de cualquier deseo.
Y no, no se trata tampoco de decirme, por favor, que ser un don juan, por ejemplo, tiene su lado malo o barateces del mismo jaez. Se trata, más bien, de insistirme, con esto que me digo, que hay que desencantar el mundo. En marketing se habla y se advierte de la disonancia de un producto cuando el comprador siente decepción después de encontrar cómo el producto comprado no era lo que él había sospechado debía ser según la publicidad, y esta sensación que busca evitar un buen marketing, queda a mi entera responsabilidad, sin embargo, como consumidor de ficción pues lo idílico, me temo, no se aisla y se vende con quirúrgica propiedad y toda vez que éste se expande y ramifica por laberintos insospechados que esquinan la inconcreta mirada previsora; resultará en consecuencia peligrosa la mitomanía.
Pero por cierto, no es indeliberada la asimilación de los productos de ficción pop con el marketing engañoso. Se hace campaña, las más de las veces desde la ignorancia económica, contra logos y marcas y sin embargo, probablemente más letal, seguramente más ubicuos; son los productos arquetípicos que recorren las sociedades a modo de hilos titiriteros.
Recientemente se me hizo clara esta idea nada más verle a una tía cierta publicación suya en el facebook... (Continua aquí)
*************
(SEINFELD y CONSTANZA queriendo saber, a través de ELAINE, si las mujeres saben lo del encogimiento por el frío)
ELAINE (extrañada): "Peroooo, ¡¿se os encoge?!"
SEINFELD: "Como una tortuga aterrada"
ELAINE (Pausa dubitativa) : "Pero, ¡¿por qué se os encoge?!"
CONSTANZA (Sentándose, hundido, casi entre lagrimas): "Encoge y ya está..."
Ciertamente, y a pesar del carácter caprichoso con que el ruso abordaba los juicios literarios, aquí coincido plenamente y es más, creo que es al empezar a leer con madurez la ficción cuando uno empieza a compartir esta máxima. No será casualidad, a mi ver.
Esto me recuerda a Seinfeld (temporada 5º capítulo 21º), quien en un episodio, junto con su novia, pero también junto a Kramer, Elaine, George Costanza y su aún no estrenada pareja; se desplazan, todos ellos, juntos, a una residencia en Hampton para que una amiga, recién convertida en madre, los acoja y puedan así ver a su bebé.
Resultará que luego ya allí, en la casa de Hampton, a la novia de Constanza, sin él delante, la verán haciendo topless Seinfeld y Kramer. George, paranoico, incapaz de digerir la anécdota, toma este adelanto -todavía no la intimó- como una afrenta de tintes cosmokármicos y se autoimpone, en justa venganza, la obligación de ver desnuda a la novia de Seinfeld. En balde entrará a destiempo en la habitación del amigo y luego, ya por oscura casualidad o bien perversa causalidad, Seinfeld equivoca la orientación de la casa y manda a su novia, en vez de al baño, al cuarto de Constanza, recién salido de la piscina, ahora desnudo, y claro, dadas las gélidas circunstancias, George no está a la altura del encuentro y ya está temiendo el cotilleo a su novia.
Todo el resto del capítulo, George se las pasará, tenaz y obsesivo, insinuando, nunca explicitando, cómo el agua encoge por ejemplo las camisetas, y que eso, nadie lo dude, faltaría más, es culpa del agua y solo del agua y por supuesto, de nada más.
No, la novia no termina la noche allí. Se marchará por una ignota urgencia y tal vez -nunca se sabrá- fruto de una cruel confesión, pero tal vez -posiblemente- harta de un Constanza desbordado y en consecuencia desbordante. "Tranqui, machote" le llega a susurrar Seinfeld en una de éstas.
No andará muy lejos Elaine en forma y fondo y ella también destruirá una relación ni recién empezada. El médico del bebé, en visita rutinaria, luego de ser presentados, juzga literalmente arrebatadora a Elaine, desgraciadamente, otro tanto dirá del bebé -unánimemente considerado por todos los huéspedes, dicho sea de paso, como un ser horrible. ¿Qué pasó aquí? Elaine se debe enzarzar entonces en una investigación sobre quién es verdaderamente arrebatador y si dijo aquello de que el monstruoso bebé lo era, sólo como elogio de cortesía o bien porque lo pensaba verdaderamente y entonces simplemente tendría mal gusto.
Se lo vendrá a confirmar el pediátra, le dirá que a veces se piropea a la gente pero sólo por resultar amable. No obstante, a Elaine entonces le queda la duda de averiguar con quién empataba el médico si con ella o con la familia anfitriona y su bebé. La comunicación no avanzará entre ellos mientras no quede desopacado ese punto. La comunicación no avanzará entre ellos.
Basta ver un sólo capítulo de Seinfeld para registrar cómo sus protagonistas, a razón de unas mentalidades que van de lo paranoico a lo pefeccionista compulsivo, gestionan terriblemente las relaciones, las cuales, no se dan sin aristas ni fricciones sino que en su desarrollo se vienen a destruir desde dentro y además y para más inri, desde el bando de ellos, aún no habiendo habido la intención.
Como comedia de situación al uso, plagada de treintañeros y con intención de durar lo máximo posible; Seinfeld se debe a unos parámetros fijos de guión, incluyendo entre otras cosas, una continuada rotación de personajes secundarios, tramas y situaciones y demás utillaje, y esto y en definitiva, obliga a unos treintañeros promiscuos y donjuanes pero, y aquí viene la diferencia, mientras que en otras series como ejemplarmente Friends, las relaciones se renuevan sin fricción alguna, sin ninguna -necesidad de- autocrítica porque nada estructural a los personajes las boicotea; en Seinfeld, precisamente es de la incapacidad de perpetuar una relación, desde donde emerge su humorismo. Friends, por el contrario, se nos quiere hacer atractivo por lo que tiene de seductor la vida de sus personajes. Friends es justo lo contrario a Seinfeld; es a la vida real, los castillos Disney a la arquitectura medieval.
En un sentido trivial, sí, es cierto, Seinfeld es menos realista. No, no es creíble que una maldita sopa concilie tanta muchedumbre. Caso de un célebre capítulo. Pero lo que le sigue, pero esa dejación de dignidad dadas ciertas situaciones, esa disolución de los lazos de amistad impuestos ciertos dilemas; es totalmente creíble, se me antoja terriblemente veraz, y revela, una vez más, barajadas ya las cartas premisa de la ficción, un afán por el realismo friccional de una serie en estado (casi) perpetuo de gracia.
No es muy difícil lograr que los telespectadores admiren, anhelen imitar, ambicionen superar, al don juan Joey (Friends) -sin ir más lejos hoy día tenemos a su no menos admirable émulo, e igual o más de admirado, en la persona de Barney Stinson-, pero es que el producto es terriblemente fácil de vender pues apela a nuestros impulsos más elementales, dicho esto, comercialmente es mucho más complejo y artísticamente es mucho más meritorio y, sobre todo, más reverberante para el espectador; encontrar cómo el paronoico antihéroe George Constanza tiene telespectadores que, con humillación vergonzante pero deleite humorístico, se sienten -a veces, ¡dios mío! sólo a veces- involuntariamente reconocidos en él. No nos vemos como él -a no ser que tengamos una gravísima depresión terminal- pero nos reconocemos a veces, es decir, nos dice lo que no somos capaces de oír y no lo que creemos ser o desearíamos comprar.
Seguramente será inevitable el consumo pop y digo será inevitable porque en última instancia todos tenemos nuestros vectores de expectativas. A mi, lo confesaré, me gusta entre otros El Mentalista, quien con envidiable pericia, es capaz de auscultar hasta el fondo la mente de cualquier persona, al punto de parecer omnisciente, el logro de parecer tiritero, pero, esa misma virtud, ese don, no se dice, pero se ve o se intuye, lograría legar a su poseedor una irreparable preocupante sensación, pues contemplaría, a todo el mundo y sin excepción, con la misma eficacia predictiva con que cualquiera vislumbra las acciones de los previsibles niños y al tiempo y en consecuencia, uno, de ser así, acabaría sintiéndose rodeado de gente inmadura y previsible, automatizada y aislada, en suma, acabaría sintiéndose rodeado de soledad. Con mis chiqui primas y mi perro, yo soy un mentalista. Con chiqui mis primas y mi perro, no me siento plenamente acompañado.
Nada impide a Constanza ser un Joey, un don juan, un ligón, vamos, -de hecho, su historial de ligues en la serie es bastante más extenso de lo que aporta el aval de su porte y apariencia-, no trato de inocularme en consecuencia una pesimista perspectiva de la realidad sino fomentar, por así decirlo, la letra pequeña de todo rol vital y auscultar las dobleces y reversos de las situaciones aparentemente pastoriles y así, por insistir el ejemplo, los problemas personales de Constanza no se resuelven mágicamente aún con todo su donjuanismo pues en él, y en todos, concurren solapadamente otras circunstancias que, como el diablo de la fábula, siempre pone pegas al cumplimiento contractual de cualquier deseo.
Y no, no se trata tampoco de decirme, por favor, que ser un don juan, por ejemplo, tiene su lado malo o barateces del mismo jaez. Se trata, más bien, de insistirme, con esto que me digo, que hay que desencantar el mundo. En marketing se habla y se advierte de la disonancia de un producto cuando el comprador siente decepción después de encontrar cómo el producto comprado no era lo que él había sospechado debía ser según la publicidad, y esta sensación que busca evitar un buen marketing, queda a mi entera responsabilidad, sin embargo, como consumidor de ficción pues lo idílico, me temo, no se aisla y se vende con quirúrgica propiedad y toda vez que éste se expande y ramifica por laberintos insospechados que esquinan la inconcreta mirada previsora; resultará en consecuencia peligrosa la mitomanía.
Pero por cierto, no es indeliberada la asimilación de los productos de ficción pop con el marketing engañoso. Se hace campaña, las más de las veces desde la ignorancia económica, contra logos y marcas y sin embargo, probablemente más letal, seguramente más ubicuos; son los productos arquetípicos que recorren las sociedades a modo de hilos titiriteros.
Recientemente se me hizo clara esta idea nada más verle a una tía cierta publicación suya en el facebook... (Continua aquí)
*************
(SEINFELD y CONSTANZA queriendo saber, a través de ELAINE, si las mujeres saben lo del encogimiento por el frío)
ELAINE (extrañada): "Peroooo, ¡¿se os encoge?!"
SEINFELD: "Como una tortuga aterrada"
ELAINE (Pausa dubitativa) : "Pero, ¡¿por qué se os encoge?!"
CONSTANZA (Sentándose, hundido, casi entre lagrimas): "Encoge y ya está..."
10 comentarios:
Jajaja, amigo mío, ¿no sabe que nunca, por ningún motivo, hay que contar un chiste de la televisión? El resultado, inevitablemente, es una sonrisa algo contrita y un «apuesto a que era divertido verlo».
De todos modos, creo que se ha entendido la idea. Le recuerdo que una vez le eché en cara un argumento parecido, y usando la misma fuente, a propósito de, si mal no recuerdo, la tragedia...
Ah, no, he buscado la entrada en mi blog y no cito el libro de Nabokov, al menos no lo encontré al ojo; pero recuerdo haber estado pensando en ello. Es un librito interesante, en cualquier caso. No me negará que las cosas que dice de Flaubert son fascinantes.
Otra cosa: nunca vi Friends porque los personajes me parecen todos unos imbéciles, monigotes antipáticos, y nada más verlos deseo que se mueran de algo espantoso..., gonorrea, ponte tú. Joey, sobre todo, me parece detestable.
Barney Stinson, por otra parte, me produce verdadera adicción. Pero no por donjuán, que hasta a mí me causa un poco de asco, sino por los momentos en que se muestra vulnerable. He descubierto que me identifico con cualquier personaje que se muetre como una persona quebrada, ejemplarmente, House. Maxime que este último no tiene ninguna verdadera razón externa para estarlo. Pero volviendo al caso de Stinson: cuando se lo muestra complicado y vulnerable siento por él verdadera ternura, compasión, casi como la que describe Aristóteles en la Poética.
En cualquier caso, es llamativo que siendo ambas series... prácticamente idénticas, encuentre tan molesta Friends y tan buena How I met your mother. Y es que, sencillamente, los problemas de los personajes de Friends me son indiferentes.
Aquí se pasa de Joyce a Seinfield con una suavidad sorprendente.
Hay que reconocer que las series cómicas están pobladas de antihéroes, mientras que en las dramáticas el reparto entre héroes y antihéroes suele estar más equilibrado. En todo caso, unas y otras me acaban agotando a la larga y eso a pesar del cariño que acabo tomando a los personajes (es patológica la simpatía que me inspiran Barney Stinson, Sheldon Cooper o Don Draper). Decía Epicteto que las tragedias son los padecimientos, contados en verso, de hombres que admiraban lo exterior. Lo mismo puede decirse de las comedias, aunque pasando por la licuadora emocional. ¿Para cuándo la adaptación audiovisual del Baghavad Gita? Ya podrían ponerse a ello en Bollywood...
Sierra,
Es cierto, a mi me costaba digerir la idea pero el característico sobrevirtuosismo de los protagonistas típicas de las series americanas ha acabado por abrirme los ojos.
Un personaje debe ser familiarizable por lo nuevo que te descubre de ti y por lo tanto no debe ser agradable a simple vista o lectura. Lo cuál no quita, por cierto, que un personaje deba ser inconmesurable con uno, quiero decir, no veo qué interés podría haber, por ejemplo, en la historia de un asesino en serie si éste en nada se parece a mi.
El Perpetrador,
La verdad es que no he visto mucho a Barney Stinson. Sé que tiene buenas frases pero también sé de mucha gente que lo admira por lo ligón que es. Ya he dicho, de todas formas, que todos somos sensibles a ciertos productos plastificados así que tampoco creo escandalizar a nadie si digo que también disfruto y mucho de Sheldon Cooper pero, como tú, siento que me cansa y en parte, seguramente, por la parte irrealista que los guionistas se niegan a (hacer) ver y es que ninguna persona en este mundo podría llevar con tanta insistencia y sin el más mínimo rubor ni remordimiento, ese autismo del que padece Sheldon. Está a vuelta de todo y de todos y eso vale para un niño de cinco años pero en divisiones adultas, tales estrategias de juego te llevan irremediablemente al exilio.
A mí Seinfeld me parece admirable, un oasis entre mucha basura, pero nunca me he puesto a reflexionar sobre el porqué. Concuerdo con que George es el personaje más logrado, seguido de Elaine. Kramer, que es todo atracción al principio, con el tiempo va perdiendo brillo y se vuelve un autómata. Sin dudas yo me identifico más con George, pero todos son, de una manera u otra, antihéroes, perdedores, gente que, como bien decís, no puede armar nada y los años de la treintena se les pasan, aunque eso no está dicho pero está implícito. El final, en ese sentido, es revelador: terminan en la trampa de sus propias acciones, un poco como termina The Shield.
No me había acordado de la encerrona final. Es verdad.
Ciertamente una serie como Seinfeld, como todo, funciona por diversos y variados motivos, a no dudarlo, pero ayuda y mucho el que sus personajes tengan fricciones y hasta defectos reales con la excepción, tal vez, de Cosmo Kramer y de ahí esa sensación compartida de que acabe finalmente siendo una suerte de cliché.
p.d: http://boommoon.lamula.pe/2011/07/10/radiohead-king-of-limbs-en-vivo/boommoon
Es significativo también que Larry David, co-guionista de Seinfeld y supuesto modelo de George, decidiera hacer una serie sobre esa discapacidad, y haya terminado siendo un personaje con el cual es difícil identificarse, porque no es un perdedor: es un inadaptado social. Uno no siente lástima de Larry David, sino más bien, en muchos casos, un sentido de reivindicación, un hombre que dice y hace cosas que uno gustaría decir y hacer si no tuviera que pagar los costos sociales implicados. Por otro lado, un hombre como Larry David en Curb your enthusiasm no es funcional; uno sabe, sin embargo, que George, como bien marcaste con el asunto de sus mujeres, pese a sus miserias, es un hombre funcional, como lo somos todos, pese a nuestras miserias. Larry David, en cambio, es un hombre de fantasía, una especie de héroe para quien es también un inadaptado, pero secretamente.
Larry David tiene también una peli con Woody Allen -¿se puede juntar más talento humorístico?- y que no es más que una colección de (buenos) chistes misántropos. Casi todos, diría, de Larry David. (Es curioso porque Woody sí tiene algo de Constanza, ¿es la sangre judía newyorkina? :D )
Ahí Larry no es una persona sino una voz (satírica, misántropa, lo que sea) y que si nos puede parecer seductora es por lo mismo que has dicho tu, por ese "hago lo que yo quiero" que comparte más bien con Kramer o, el ya nombrado, Sheldon Cooper. En realidad es un tipo de personaje serializado bastante seductor -quién no querría tener ese poder (y no sentir las consecuencias)- de ahí que sea bastante cotidiano en las series. House no le anda muy lejos, por cierto Sierra :P
Pero, ya digo, Constanza es alguien de carne y hueso, alguien que sentimos sus derrotas incluso como (un poco) nuestras y hasta le vitoreamos (un poco) en sus burradas como cuando, yo qué sé, un auténtico inadaptado como el niño burbuja le hace sentir aún así acomplejado y tienen que acabar entonces, en fin, como acaban.
Sí, pienso que me vale la distinción entre inadaptado y perdedor.
Y pienso también en "Cartas a un joven novelista" Vargas Llosa en donde se dice que el escritor trama tramas para compensar las frustraciones de la vida y de ahí su necesidad escribir y pienso que eso es lo que ha estado de algún modo haciendo Larry David al inventarse ese espacio de desahogo de ficción que era su serie de TV pero pienso que cuando se inventó a Constanza, otras tuvieron que ser las motivaciones porque nadie puede identificarse plenamente con Constanza y tampoco distanciarse completamente, y de ahí, pienso, la feliz reverberación que nos produce.
Larry David (en Curb your enthusiasm o en Whatever works, tanto da, es el mismo personaje) y House tienen esa misantropía en común, pero aliada a una genialidad implícita, a la idea de que el personaje está hecho de una sola fibra: el mundo en promedio es inferior a ellos. En la película de Allen y en House está la mujer, que no es especialmente brillante, pero que es necesaria para redimirlo, como si quisieran decir "la inteligencia no basta", o más bien "quien es demasiado inteligente está destinado a quedarse solo, a menos que se abaje a tener a una mujer que no está a su altura". El hallazgo en Seinfeld, justamente, es que los personajes no son inteligentes, es como si el mundo estuviera hecho de reglas que les parecen ajenas, un mundo en el que viven descubriendo cómo no funcionan las cosas. Ellos son los que son inferiores al mundo en promedio, y el mundo no se abaja. Si Larry David o House son misántropos, es porque conocen muy bien las reglas del mundo y deciden obviarlas, ven el mundo desde arriba y a las convenciones sociales con la condescendencia de una persona cuando ve a su perro hacer cosas graciosas. La frustración de los personajes de Seinfeld reside en la incapacidad de encajar, no en las consecuencias de voluntariamente agregar arena al engranaje social. Todos somos, en un momento u otro de nuestras vidas, George, Seinfeld o Elaine (no Kramer), y alguna vez hemos sentido que podríamos, que deberíamos, que nos gustaría comportarnos como Larry David, pero no tenemos cómo afrontar los costos. Ser Larry David no es viable; ser Costanza, al menos una vez, es inevitable.
En efecto, en efecto, no puedo estar más de acuerdo pues esa seductora pero inviable actitud de Larry David y en fin, de todas las ficciones pastoriles, es lo que yo trato de críticar en el siguiente post a éste.
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