martes, 14 de junio de 2011

Cartas a un joven novelista II

(Se viene de aquí)

Siempre se comenta que si Wagner y adlateres anularon (casi) la tonalidad saturándola, Debussy y sus imitadores lo hicieron (casi) deshojándola y otro tanto, por lo visto, puede suceder en la literatura y es más, sucederá con los restantes parámetros registrados por Vargas Llosa, los cuales, seguramente no de forma casual, se distinguen por no ser, a diferencia de los ya citados, de presencia obligatoria en cualquier novela, como bien se verá.

Datos escondidos. En Santuario, Faulkner, se elude nombrar de una forma directa y explícita, al menos durante gran parte del libro, una escabrosa violación sucedida. Un cuento de Heningway en donde no se dice, se tiene que deducir, que el protagonista es impotente. Etcétera. Es fácil inferir qué significa esconder los datos, después de todo, no es posible construir una historia sin hacer uso de la omisión ni la elipsis.

Toda la obra de Chejov y herederos y aquí pienso principalmente en Raymond Carver, hacen principalmente uso del ocultamiento de datos, la sensación de que hay datos ocultos, al punto de que sus personajes, sus motivaciones, sus gestos y acciones, se nos presentan simpre en el límite: entre lo impredecible y lo inverosímil. Dejo la conjetura con su validación empírica -esto es, texto en mano- en el aire.
Vasos comunicantes. Bien podría rebautizarse -con Kundera-: contrapunto literario. El texto más célebre, puede que inaugural, es el de los dos cortejos padecidos por Madame Bovary en la novela homónima donde, a la par que se produce el galanteo, se intercalan escenas, en un caso, de una feria agrícola, con toda su ácida crítica de la misma, y en otro caso, de un guía turista locuaz, con toda su despreciable cháchara. Dos textos dísimiles en tono y contenido, como se ve, quedan intercomunicados y reinterpretados a la luz de su simultaneidad secuencial en el libro. De este modo, en el caso de Bovary, la acidez de la crítica satiroagrícola queda desamargada gracias a la ternura del cortejo, del cual, se logra a su vez desdulcificar su ñoñería, gracias al acompañamiento contrastante de la sátira agrícola. Otro tanto pasa con el segundo cortejo. Todo esto lo explica muy bien Vargas Llosa así como nos cita otra obra; Las palmeras salvajes de Faulkner , como ejemplo de otro contrapunto literario pues a toda la novela le cruza dos tramas diferentes pero comunicadas.

Si queda la duda en Chejov, en Carver, en adláteres, de que se escondieran datos aunque nada incentivó la intriga policial; sin duda sí queda claro en Borges, a mi ver, que hay una comunicación de textos disímiles, vasos comunicantes, aunque sin notificarse, eso sí, cuando se produjo la transición entre un texto de un género determinado, pongamos ensayo, a otro texto ya de distinto género, pongamos ficción policíaca. Si tuviéramos que hacer el esfuerzo, estúpido e injusto por lo demás, de destacar brevemente la singularidad del escritor latinoamericano por antonomasia; un servidor apostaría por el uso virtuosístico del contrapunto -no en aras de conseguir una polifonía de géneros como Hermann Broch tanto hace (y luego Kundera tanto le alaba y más tarde tanto le imita) sino una micropolifonía donde no se distingan las voces, quiero decir, los géneros- o, si se prefiere, la abolición discreta de las fronteras de género. Al cabo, luego de leer a Borges, uno puede acabar suscribiendo su afirmación de que la teología es apenas una rama de la literatura fantástica aunque también, y esto se olvida mucho de decir, la literatura fantástica podría ser una mera rama de la teología (al menos cuando la literatura fantástica tiene ambición intelectual). ( De todas formas, este párrafo tendría más gracia, no quedaría como una mera bravuconada filosocritoliteraria, si -una vez más- se cogiera algún texto borgesiano y se diseccionara sin pudor alguno. Pero al menos se presenta una plantilla de lectura para Borges, ¿que ¡no!?)

Finalmente: Cajas chinas. El truco de injertar (por lo menos) una historia dentro de la principal y Las mil y una noches, es obvio, como arquetipo. El escritor peruano citará, además, una novela de Onetti, La vida breve, en donde un escritor fantasea con su vecina mientras escribe un guión y, al tiempo, la ficción novelesca y el fantaseo onanista se mezclan incestuosamente. Aquí habría que hablar de la metaficción sútil, no aquella en donde se ve cuándo comienza una historia dentro de otra sino aquella que se injerta disimuladamente dentro de la propia historia. Caso inigualado: El Barroco literario, v.gr, Quijote que (se) narra una historia de caballerías o el teatro shakesperiano (que vive, dicho sea de paso, de la variación de un parámetro típicamente teatral, no novelístico que etcétera... (Este tema, el de la metaficción sútil, barroca, merecer(¿í?)a otro post aparte. Otro más...ya se irá viendo...))

9 comentarios:

Sierra dijo...

Esta entrada no me quedó tan clara como la anterior.

De todos modos, yo destacaría un elemento que ha quedado fuera, y es la relación entre la forma —que es lo discutido aquí— y el contenido. Ya sé que no es una distinción simpática, y no me gusta hacerla, pero para hablar bastamente sirve.

Un escritor digno de ese nombre no se pondrá a hacer contrapuntos o damas chinas porque ay qué simpático, sino porque la historia que trata de contar se lo dicta de algún modo. Como cualquier artesanía, la del escritor consiste en entender su material y formarlo de modo que brillen sus sutilezas ocultas.

Entender los trucos formales de la novela es una actividad completamente vacía si no se atiene uno al propósito que esos trucos ocultan. Por eso no se puede enseñar a escribir ficción, porque se pueden enseñar las elipsis, los contrapuntos y las muñecas rusas, pero no se puede enseñar cuándo, cómo y por qué usarlas. Se sabe o no, y se acabó.

Héctor Meda dijo...

La anotación, a decir verdad, necesita citar textos para clarificarse un poco, máxime cuando los recursos literarios citados aparecen raramente...

Dicho esto, lo que pretende, en última instancia, recordar este par de anotaciones es que también la escritura novelística tiene sus fundamentos y sus variables constructivas, y es que la profesión de escritor debe ser, a día de hoy, la única o de las pocas profesiones cuyos miembros son autodidactas mientras que un músico, un pintor o incluso un cineasta por no hablar de un arquitecto, necesitan de un aprendizaje tutelado.

Mucho escritorzuelo autodidacta apenas piensa que escribir es contar historias y se despreocupa de aumentar sus posibilidades expresivas (como un musico que se empeñara o autolimitara con improvisar sobre un teclado sin escribir nunca una partitura), de ahí el confesionalismo o la cultivación de géneros prefabricados o directamente el plagio.

Ahora aunque un músico necesite saber cómo se escribe en un compás 5/4, nadie podrá pretender nunca que simplemente yendo a la escuela el alumno, éste acabe teniendo claro cuándo utilizar un compás u otro.

Y esa elección intuitiva de lo nuevo formal, seguramente nace también de querer expandir los medios expresivos al uso -como traté de hacer ver sucedía con la triada del s.XX: Prous, Joyce, Kafka- y esta querencia seguramente será síntoma de querer expresar algo diferente -en mi opinión, sólo si tiene este origen se podrá decir que el vanguardismo fue legítimo-.

Sierra dijo...

También me llama la atención el autodidactismo de los escritores. Creo que se debe a que, a diferencia de la música, por ejemplo, la literatura tiene como material el lenguaje natural. Un maestro de composición puede recordarle a un alumno alguna regla de la armonía, o darle consejos sobre la forma sonata; pero un maestro difícilmente puede aconsejarle a un alumno el uso de una palabra en lugar de otra sinónima, darle lecciones sobre el largo adecuado de sus oraciones, ni mucho menos decirle que su historia quedaría mejor contada con una estructura de muñecas rusas o un contrapunto. La literatura es por esencia la más intuitiva de todas las artes, y ese es el origen de su autodidactismo.

Sin embargo, habría que tomarse el auto-didactismo en serio. Es cierto que tanta literatura confesional, género prefabricado y, sobre todo, forma prefabricada, tiene su origen en que muchos que se llaman escritores se niegan a aprender de los maestros. Y aprender aquí quiere decir análisis.

Alguna vez me reprocharon que mis textos no fuesen lo suficientemente espontaneos, a partir de cierta época, en oposición a los primeros que escribía. Me lo tomé como un cumplido. El famoso iceberg de Hemingway me lo entiendo de la siguiente forma: por cada minuto que le tome al lector leer el texto, el escritor tiene que haber dedicado una hora pensando lo que va a escribir. La apariencia de espontaneidad es deseable, pero lo cierto es que no hay esperanza alguna de lograr algo digno de nota siguiento meramente la tripa, por intuitiva que sea la literatura en su esencia. Hay que pensar lo que se va a escribir.

Dicho esto, creo que sí hay algunas cosas que se pueden enseñar. Pero no, en cualquier caso, como ciertas escuelas de escritores que en los últimos años han surgido como los hongos en el bosque, sino como un verdadero maestro de piano, o algún instrumento. No se pueden dar unas reglas generales de la escritura que puedan enseñarse, digamos, a una sala de clases; debe tratarse de una enseñanza privada, con una atención maniática por el detalle. Pienso que en el futuro esta forma de enseñanza podría ser una realidad.

Sin embargo, se trata de un asunto complicado. El fundamento de cualquier arte es poner en un medio objetivo el contenido subjetivo de la imaginación, pero no se puede enseñar la imaginación, por mucho que se pueda enseñar la técnica de plasmarla. Y el aprendizaje con maestros conlleva también un riesgo inherente: limitar el desarrollo del verdadero genio que, una vez aprendida la antigua técnica, la desecha para buscar nuevos medios de expresión que las generaciones más antiguas difícilmente aprecien a primera vista.

Sierra dijo...

Eso sin mencionar, claro está, el olvido en que han caído los clásicos. ¡Cuánto escritorsucho que no se ha dado la molestia de leer a Homero, a Shakespeare!

Héctor Meda dijo...

La verdad es que no sé cómo y qué tal funcionan los talleres literarios... pero ya le digo que al menos cierta instrucción sí que debe tener el escritor por muy intuitiva que sea su labor (creo que acierta en el escritor maneja un lenguaje natural y no un lenguaje más artificial como el de la música, no obstante y por seguir con el ejemplo, no olvide que hay una casi unanimidad de bandas heavy pop rock cuyos miembros desconocen absolutamente la escritura musical, esto es, tocan de oído o con las tripas, en consecuencia, no son Stravinsky, Mozart, Bach)

Pero, oiga, el libro de Vargas no vale solo para un novelista en ciernes: cualquier disfrute estético necesita de una mirada analítica y para eso hay que saber dónde posar la mirada: el libro de Vargas lo hace.

(También es cierto que un buen escritor deberá ser -supongo- un buen lector, así que volvemos al punto de partida.)

David dijo...

Después de todo queda en el mayor de los misterios cómo se forma un buen escritor, qué extraña combinación de características le es propia, pues no hay dos iguales. De los buenos, claro. A los otros, a los que se valen de un esquemita prefabricado, de una formulita manoseada y probada hasta la saciedad en el mercado editorial, esos sedicentes escritores, seres fungibles y venales, ¡que los zurzan!

A propósito de las dotes de Vargas LLosa como crítico literario, quizás pueda interesaros leer parte de lo que incluyó sobre Borges en su Diccionario del Amante de América Latina (quizás ya lo conozcáis).

http://librosfutbolpoliticaymas.blogspot.com/2011/06/releyendo-borges-en-1978-diccionario-de.html

Héctor Meda dijo...

Bueno, bueno, algo se parecen los grandes literatos, después de todo, hacen literatura todos ellos, vamos, son colegas y eso, se quiera o no, los unifica de algún modo, ¿no?

David dijo...

Sí, todos ellos hacen literatura y ello, como ocurre con toda profesión, oficio o actividad, produce, de alguna manera y en alguna medida, algún tipo de similitud; pero bastante tenue o difusa en el caso de los escritores (dejando al margen los que escriben en serie, compartiendo el mismo molde y, por lo general, el exclusivo propósito de ganar dinero, de maximizar, ante todo, la relación esfuerzo/beneficio).

Los profesores, "la academia", buscan luego pautas comunes, rasgos o elementos compartidos, a base de abstracciones, muchas veces artificiosas, para clasificar a los escritores en escuelas, corrientes, movimientos, etc. Otras veces se agrupan, con ligereza, por generaciones, por razón de haber nacido en fechas más o menos cercanas entre sí.

Sobre todo quería incidir en la dificultad extrema de llegar a ninguna certeza sobre cómo se forma un escritor. ¿Qué características, qué experiencias, qué forma de ser, de pensar o sentir, qué conocimientos, qué gustos, qué filias, qué fobias, qué dones, qué limitaciones o taras están detrás de la inclinación o la necesidad de escribir? Creo que caben casi tantas respuestas como escritores ha habido, hay y habrá.

Tampoco debe eso llamar mucho la atención, partiendo del hecho de que hasta los hijos de unos mismos padres, educados de idéntica manera, pueden acabar siendo muy diferentes.

No he asistido nunca a un taller literario, ni conozco a nadie que lo haya hecho; pero, supongo, que como pasa con la música o, incluso, los deportes, hay una parte importante de técnica que puede ser aprendida, pero para ser un gran escritor (o un gran músico o, incluso, un deportista de élite) hace falta mucho más, otros factores que no pueden ser enseñados. Se tienen o no se tienen, sin perjuicio de que una base de formación teórica y la práctica
reiterada permitan que se aproveche mejor el potencial de cada uno.

P.D. Leo con bastante frecuencia tu blog y me resulta casi siempre muy estimulante. ¡Enhorabuena, Héctor M.!

Héctor Meda dijo...

Solve et Coagula, decían los alquimistas, esto es, disuelve y coagula. Un lema que había que aplicar para cualquier proceso alquímico y/o vital (la distinción no existe en la alquimia) y que bien podría servirnos para afrontar cualquier estudio de cualquier área como, en este caso, los escritores geniales, es decir, podemos coagularlos en parecidos de familia o disolverlos en detallismos idiosincráticos, en cualquier caso, no merece la pena discutir si son idénticos o diferentes, basta asumir una u otra postura según nos convenga para entender(nos).

A mi, como lector, me ayuda, a la hora de situarme, encontrar los parecidos (v.gr: las similitudes que en el anterior post hice sobre Proust Joyce y Kafka, me ayuda a leerlos transversalmente, esto es, una ayudando a la lectura del otro) pero cada maestrillo tiene su librillo.

Por cierto, yo tampoco he participado en ningún taller literario y, mira, creo que estaría bien....

Termino: gracias por la enhorabuena. "Estimulante" es el adjetivo que más me gustaría recibir. Ha tenido mérito el acierto.