Luchas contra tu superioridad, tu trivialidad procurando no tener unas
expectativas irreales sobre la gente, relacionarte con los demás sin una
sobrecarga de parcialidad, esperanza o arrogancia, lo menos parecido a
un carro de combate que te es posible, sin cañon ni ametralladora ni un
blindaje de acero con un grosor de quince centímetros. No te acercas a
ellos en actitud amenazante, sino que lo haces con tus dos pies y no
arrancando la hierba con las articulaciones de una oruga, te enfrentas a
ellos sin prejuicios, como iguales, de hombre a hombre, como solíamos
decir, y sin embargo siempre los malentiendes. Es como si tuvieras el
cerebro de un carro de combate. Los malentiendes antes de reunirte con
ellos, mientras esperas el momento del encuentro; los malentiendes
cuando estáis juntos, y luego, al volver a casa y contarle a alguien el
encuentro, vuelves a malentenderlos. Puesto que, en general, lo mismo
les sucede a ellos con respecto a ti, todo esto resulta en verdad una
ilusión deslumbradora carente de toda percepción, una asombrosa farsa de
incomprensión. Y no obstante, ¿qué vamos a hacer acerca de esta
cuestión importantísima del prójimo, que se vacía de significado que
creemos tiene y adopta en cambio un significado ridículo, tan mal
pertrechados estamos para imaginar el funcionamiento interno y los
propósitos invisibles de otra persona? ¿Acaso todo el mundo ha de
retirarse, cerrar la puerta y mantenerse apartado, como lo hacen los
escritores solitarios, en una celda insonorizada, creando personajes con
palabras y proponiendo entonces que esos seres verbales están más cerca
del ser humano auténtico que las personas reales a las que mutilamos a
diario con nuestra ignorancia?
[Pastoral americana, Philip Roth]
[Pastoral americana, Philip Roth]
Habría que hacer alguna vez, dijo aún, un catálogo de nuestras
construcciones, en el que aparecieran por orden de tamaño, y entonces se
comprendería enseguida que las que se situaban por debajo del
tamaño normal de la arquitectura doméstica -las cabañas de campo, los
refugios de ermitaño, la casita de vigilante de esclusas, el pabellón de
hermosas pistas, el pabellón de los niños en el jardín-, eran las que
nos ofrecían al menos un vislumbre de paz, mientras que de un edificio
gigantesco como, por ejemplo, el Palacio de Justicia de Bruselas en la
antigua colina del patíbulo, nadie que no estuviera en su sano juicio
podría afirmar que le gustase. En el mejor de los casos, se admiraba, y
en esa admiración había ya una forma de espanto porque de algún modo
sabíamos naturalmente que los edificios que crecen hasta lo desmesurado
arrojan ya la sombra de su destrucción y han sido concebidos desde el
principio con vistas a su existencia ulterior como ruinas...
[W.G Sebald, Austerlitz]
[W.G Sebald, Austerlitz]
Lo mejor que podía decirse del aparcamiento en Gordita Beach es que era
irregular. Las normas cambiaban imprevisiblemente de una manzana a otra,
a menudo de un sitio al de al lado, concebidas en secreto por
diabólicos anarquistas con la intención de encolerizar a los conductores
para que un día organizaran una revuelta y asaltaran las oficinas del
ayuntamiento.
[Vicio propio, Thomas Pynchon]
[Vicio propio, Thomas Pynchon]
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