(Este último 23 de Abril olvidé acometer una autoimpuesta liturgia comprometida con este blog. A continuación, una tardía reparación:)
Se escucha en el blog Seikilos anotar con perplejidad la ingenua deriva emprendida en la traducción hispanohablante de Shakespeare, esto es, cómo ésta ha sido sesgada a favor de una preeminencia del fondo por la forma y cómo todas las torsiones realizadas al inglés por el dramaturgo por excelencia no pasan el corte de la traducción.
Pero también los propios ingleses, le comento -y aún más que los castellanohablantes con el Quijote-, deben lidiar con un remozado inglés cuando interactuan con el bardo del mismo modo que quienes asisten a los teatros a ver escenificaciones modernas de las obras se encuentran con que éstas han sido contemporizadas, nos dicen, o sea, mudadas a términos más hogareños, domesticadas en suma.
¿Se pierde algo en la simplifación, en la eliminación de ambigüedades? Por supuesto, y es que justamente recién leía un libro sobre Redes Complejas y comprendía arrobado cómo uno puede, si establece triangulaciones del tipo "Fulanito conoce a Mengano que conoce a Zutano", construir itinerarios entre diferentes nodos de un modo mucho más efectivo que si todos estos nodos se conectasen entre sí con todos o, directamente, las conexiones fueran simplemente aleatorias, es decir, no es verdad que todos los caminos llevan a Roma, cierto es, pero sí que bastan unas pocas Romas para llegar a (prácticamente) cualquier lugar, pues bien, y vuelvo al redil, lo que se ha demostrado es que las redes de significados que establecen los diccionarios, o sea, el vocabulario al uso de cualquier hablante se volvería imposible de transitar, de extender más allá de una cierta provinciana área de influencia común, en caso de eliminarse las palabras ambiguas (principalmente sinónimos y homónimos) que son precisamente las que horadan transiciones semánticas entre distintos niveles de significación, o sea, que con un lenguaje natural formalizado, ciertamente, ganaríamos en rapidez y claridad a la hora de descifrar un significado concreto de un término determinado pero crearíamos gamas de vocabulario más pequeñas, menos conectadas, que son las que encuentran afinidades inteligibles entre mundos -a priori- desconectados, por lo tanto, justamente en la literatura general, en Shakespeare en particular, aislar las horadaciones connotativas de los textos implica irónicamente cercenar todas las conexiones matizadas que son las que individualizan las obras.
No niego, empero, que tal vez haya una ganancia en estos ejercicios de traducción purgativa pues evitaría ese cierto y tradicional desprecio por la naturaleza cimarrona del dramaturgo, y hablo de su afición por las metáforas mixtas (es decir, cezclar dos metáforas en una sola expresión, como "Arrasa los males los males escritos de la mente" -Macbeth-, "Que no hay quien pueda dormir escuchando mi latir, que parece que está masticando cristales" -oído al grupo MAREA-, "Ven a descubrir el pulso vertiginoso de la ciudad de New York" -visto en un folleto de viajes-) que tal lleven demasiado lejos (al menos para el lector novel) el ejercicio de horadamiento semántico, por tanto ralentizan demasiado (al menos para el lector novel) la comprensión cabal de los textos. Y es que, y es una impresión subjetiva, concedo, Shakespeare da esa sensación de salvajismo en gran parte por su afición a la mezcolanza alocada y bastante idiosincrática de asociaciones o, por decirlo en los lapidarios términos de Borges, las metáforas mixtas y demás combinaciones desbocadas hacen de Shakespeare un literato que "se emborrachaba con las palabras" y a quien, por lo tanto, las traducciones reduccionistas, tal vez, ayudarían a ampliar su base de lectores.
Estos comentarios en absoluto peculiares de Borges, esta creciente doma traductora del isabelino, encajan en realidad con una bifronete tradición interpretativa del bardo, una bipolar tradición cuya incompatibilidad han creado el mito (porque para mi es un mito) de Shakespeare como una suerte de escritor talentoso pero desmañado, natural pero indisciplinado, y quiero decir, y a un lado, la tradición más popular pero bien secundada por muchos, si no mayoría de intelectuales, de un Shakespeare "conocedor del alma humana" y eminentemente dramaturgo, y ahí que sus juegos de palabras, sus metáforas mixtas, sus manierismo barrocos, en definitiva, hagan de él un escritor talentoso, como decía, pero inhábil, desmañado, brutico, y ni que decir tiene, creo yo, que las traducciones reduccionistas surgen a razón de ser mayoritiara esta interpretación.
Pero al otro lado, mucho más minoritariamente, concedo, están básicamente los poetas, y ejemplarmente Joyce, quien decía del isabelino que era un gran poeta pero como dramaturgo era preferible Ibsen, y están éstos, como decía, en interpretación alternativa vindicando un Shakespeare eufónico, aficionado al pun, a la metáfora asilvestrada, a la exuberancia verbal y que consecuentemente desdeñan las interpretaciones deslavazadas del Bardo por cuanto se asemejarían en su efecto estético a un Finnegans funcionarialmente traducido. Esta interpretación, por cierto, es posible que se vaya abriendo camino en tanto que la expresión "conocer el alma humana" queda muy genérica, muy poco práctica, además de que cada vez se lee menos para emocionarse y más como hecho estético en sí, de hecho, en una biografía shakesperiana vi justamente defender explícitamente la idea de que, por encima de todo, Shakespeare era un creador verbal y que esa es la razón de que en el fondo leamos mismamente Sueño de una noche de verano pues nadie honesto puede decir que en dicha obra se "muestre al desnudo el alma humana". Pero por cierto, desde esta vena interpretativa, también debe quedar el bardo como un escritor talentoso pero chapucero por cuanto siempre tuvo presente los protocolarios rigores dramatúrgicos y nunca, pues, llevó el experimentalismo lingüístico a las cotas del mentado paradigma Finnegans.
Es ilustrativo de este gusto bipolar la ambivalente evolución del gusto de Borges por Shakespeare, como bien viene a registrarse en Seikilos, pues si nos fijamos en el escritor argentino, éste repite el paso de una tradición a la otra, y más en general hay en Borges una evolución paralela en gustos que insinua cierta coherencia estilística, y estoy pensando en el siglo de oro Español, más en concreto, en el inicial deleite con Góngora por parte del argentino y el no menos precipitado distanciamiento con el estilo Cervantino, de hecho, y si mal no recuerdo, hay un texto sobre la escritura del autor del Quijote en una de sus Inquisiciones.
Bien pensado, el comienzo es inevitable pues cualquier recurrente oyente de música acaba por desarrollar también cierto gusto por cuestiones más referidas a la materialidad semiótica como el timbre y etc. además de las ya más tradicionales fijaciones de naturaleza gramatical conceptual, como las melodías o el ritmo, por lo mismo, un lector asiduo como Borges tenía que haber desarrollado un oído deleitado con las adulteraciones verbales y no en vano, en las primeras lecturas del Ulysses, y aún admitiendo abiertamente no entenderlo, no pudo dejar traslucir un cierto gozo por su aparataje verbal.
Sin embargo (y evidentemente aquí especulo muy alegremente), para un lector memorioso como Borges, es fácil darse cuenta que los micro hallazgos lingüísticos son tienen un menor lastre, se asientan con mayor ligereza en la memoria que estructuras más extensas como las historias, tramas y personajes (solía decir del Quijote que era un amigo que le había acompañado toda la vida), así que me lo imagino llegando por esto a esta relevación
Seguramente al principio, deplorando esa dicotomía, lo deleitoso por un lado, lo memorable por otro; buscará escritores mixtos y buscándolos encontrará en el gran Quevedo al capaz de ambos logros y así empieza a preferirlo por encima de Góngora, por encima de Cervantes incluso.
Seguramente esta época coincide con el Shakespeare teatrero al que se le puede leer literariamente y por tanto encontrar en ambos grupos.
Más tarde, sin embargo -y esa disrupción en el gusto se puede rastrear-, se da cuenta de que un plano estorba al otro, que en realidad la excelencia a nivel micro no incide en el resultado macro final o, más memorablemente dicho -y siento no recordarlo literalmente-, Quevedo y Góngora podrían haber mejorado cada página del Quijote pero jamás escribirlo entero.
Ya no gusta del Ulysses en esta época, de hecho, ni siquiera la considera novela (esto recuerdo habérselo oído decir ya en sus últimos años pues juzgaba que las novelas son esencialemente tramas y personajes y Ulysses es evidente que no tiene ni lo uno ni lo otro (pare él, ojo, para mi sí tiene un personaje absolutamente vívido en Bloom)), y seguramente entiende, luego de haberse acercado al original, que Shakespeare es más gongorino de lo que, como se dice en Seikilos, han dejado ver las traducciones.
¿Se moderniza entonces el Borges lector? Pienso que efectivamente esta tradición de traducción simplificada es un movimiento contemporáneo pero también lo pienso condenado a la extinción en tanto que agrede a lo que es idiosincrático y tradicional de la literatura y no, ojo, no estoy en desacuerdo con la revelación borgesiana de que el personaje Quijote, sus andanzas paginadas hasta el millar, se posan firmemente en la memoria, no, no, es eso, sino que en lo que estoy en desacuerdo es en que se pueda licuar algo de los libros, quiero decir, y por plantear el canón estético a la manera divisoria que (casi ni atreviéndose o incluso sin darse cuenta) lo plantea Steiner (y Bloom la intuye, o lo sabe, y lo espanta histérico diciendo que eso es leer mal a Dante pues no solo cuestiona su bardolatría sino la propia razón de ser de la autonomía (que no autarquía) intelectual de la literatura), y hablo de la diferencia entre un Dante teólogo y filósofo y en definitiva pensador y autor, y un Shakespeare sin un yo (aparente) detrás y que por tanto ni moraliza ni sentencia ni ofrece conocimiento ni consuelo y claro, eso es lo que extraña, lo que repele incluso a todo el mundo así que la reacción natural suele ser más del tipo y si exfoliamos al Shakespeare parlanchín y lo escenificamos con decoración actual, ¿no encontraremos una esencia canónica? (El debate, por cierto, se me parece mucho al que asola la crítica musical desde donde si se piensa en el significado de una obra musical, por fuerza se ha de pensar en la emotividad del sonido y en el sometimiento que han de tener los formalismos en la construcción de éste a dicha función).
Y en eso están con cándida frución empantanados los modernos traductores solo que ¿y si no hay tal cosa como el significado de lo dicho por Shakespeare? ¿Y si no tenía algo que decir?
Creo -al menos si se me ha entendido bien mi referencia a las redes-, por crear un camino, por creerlo, que la singularidad shakespeariana deviene de su capacidad de precisamente conectar los a priori distantes giros lingüísticos de sus personajes con sus modus cognoscendi y sus destinos final de forma que en Shakespeare existe una indivisible unión entre palabra y acto, forma y fondo o, por decirlo sintéticamente con Harold Bloom, en Shakespeare cada personaje habla de un idioma diferente; y opacar este hecho, difuminando con stream of words los contornos psicológicos (cuyo extremo estético sería Finnegans) o congelar las connotaciones para fosilizar historias y psicologías arquetípicas (cuyo extremo estético sería tal vez Dickens), es contaminar a Shakespeare. (Si bien, otro tema es que el traductor no tenga otra y se deba al equilibrio asimétrico pues la traducción, como bien dice Eco, siempre es una negociación no una ecuación determinista de resolución trivial). No sé si esto es el algo que quería Steiner pero desde luego no se pretende un pasatiempo burgués, ni un módico sustituto del conocimiento científico, es decir, se quiere el difícil equilibro entre el experimentalismo y el cliché, el equilibrio cuya existencia no creo ilusoria.
5 comentarios:
Te copio la cita que buscabas, es de los diálogos entre Borges y Sabato:
"...hubo una época en que yo creía que Quevedo era mejor que Cervantes. Tal vez Quevedo era mejor escritor página por página, y línea por línea. Pero en conjunto es infinitamente inferior, porque nunca pudo crear un personaje como el Quijote. Cervantes no necesitaba ese gran oficio del otro, tenía lo intuitivo, lo genial que no tenía Quevedo. Por eso, si antes fui injusto con Cervantes, ahora quiero hacer pública confesión de mis errores. Lo mismo que yo creía que Lugones era superior a Darío. Sin embargo, sé que Lugones es a Darío lo que Quevedo es a Cervantes. Sin duda, Lugones habría podido corregir cualquier página de Darío, pero no hubiera sido capaz de escribirla. Eso tenía Cervantes de superior a Quevedo.
Personalmente no estoy de acuerdo; creo que cada escritor es un sistema estético, y hay tanta pérdida en quevedizar a Cervantes como en cervantizar a Quevedo. Cada escritor es parte de un movimiento: no un movimiento literario con nombre, como "estridentismo", sino de un cúmulo de influencias y lecturas, una cadena de estéticas compartidas, y Quevedo no hubiera querido escribir el Quijote ("deje las novelas para Cervantes"), y Cervantes sabía que la poesía no era lo suyo ("Yo que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo"), admiraba a Quevedo y se sentía inferior a él ("el flagelo de los poetas memos"). Por eso no tiene sentido para mí que Borges diga que Cervantes era superior a Quevedo, a menos que la medida fuera el Quijote, a menos que la medida sea Borges.
Ahora, respecto a Shakespeare, es claro ha tenido muchas lecturas a lo largo de estos cuatro siglos: ha sido olvidado y rescatado según los cánones de cada época. Por ejemplo, Voltaire en 1734 escribió que en Shakespeare había más barbarie que belleza, y que su fama nunca traspasaría las fronteras de Inglaterra. En 1864 Hugo lo rescata, desde luego leyéndolo desde su literatura, la de Hugo, y aboga por su universalización, su traducción al francés, es decir, una idea contraria a la de Voltaire. Hugo construye el Shakespeare espejo de la naturaleza; Shaw defendería después su prosodia, su capacidad como orfebre de palabras. Claro que estos cambios subjetivos pueden darse en un solo individuo, como decís vos, a lo largo de su vida. En 1939 Borges está de acuerdo con Shaw y habla de "la omnipotencia verbal de Shakespeare y la incapacidad o infidelidad de sus traductores" y declara que se necesita gente en la vena de Joyce o Mallarmé para traducirlo adecuadamente. Pero luego cambiará de opinión, volverá a la idea de las tramas por sobre las palabras, de Cervantes por sobre Quevedo:
BORGES: Prefiero Macbeth a Hamlet, porque hay mayor cohesión. Hamlet es un intruso un tanto sorprendente en el drama que le tocó. Macbeth y Lady Macbeth son armónicos con su pieza: desde el principio ves brujas, y las aceptás. En Hamlet te hablan de un fantasma en el que no cree nadie, y vos tampoco.
Y luego eso que puse en el blog, la denostación del estilo de Shakespeare, la destrucción de las obras por eso que antes admiraba. Shakespeare, a diferencia de otros poetas, puede tolerar este embate que dura siglos merced a su esencia "bifronte", puede resistir la lectura de Shaw porque tiene arsenal verbal, puede resistir la lectura de Hugo porque tiene suficiente dramaturgia. Por esa doble suficiencia sigue muy vivo hoy.
Esa justamente era la cita de Borges aunque nunca he leído ese texto concreto (no llevándose bien ninguno de los dos, siempre entendí que sus diáologos tendría más de competición que de conver-sación) pero, bueno, Borges supongo también entendía que gran parte de lo que constituye una idea o frase memorable se cifra en la repetición apenas variada de la misma.
Mi acuerdo contigo en el desacuerdo, por cierto, creo que se debe a ese matiz agonístico, tan propio de Nabokov, Borges o Bloom, ese matiz agonístico, como decía, de naturaleza más bien competitiva, jerarquizada, igualita a la de los deportes donde hay un sistema sobre el que poder medir, luego posicionar, a los implicados en el juego; un sistema que se quiere aplicar a los artistas cuando a la pregunta qué ofrece la literatura más bien habría que responder que escritores, y que por todo escritor, no se encuentra sino constelaciones de lecturas y vivencias que admiten solo la traducción fúlminea si un adjetivo: kafkiano, dantesco, borgiano, etc., es decir, que cada escritor es un aroma propio y personal y sí existe, como bien comparto ahí con Nabokov, con Borges, con Bloom, sí existe, decía un canon (y todo el mundo lo tiene pues como dijo Borges, y una vez más de forma milagrosamente sintética, quien ordena libros en su biblioteca ya ejerce aunque sea silenciosamente una crítica literaria), y ese canon sesga la atención para con ciertos autores lisa y llanamente porque algunas de esas constelaciones aún se imbrican y se han imbricado más y más profundamente en nuestra estelar historia intelectual (tal y como en su momento argumenté a propósito de la centralidad shakesperiana) que el resto; lo cuál, por cierto, se asemeja a un ejercicio recomendativo útil de la misma simple manera en que nos (podemos) dejar guiar por las recomendaciones que en Amazon nos pone de los libros parecidos a los que compramos aunque, si bien es cierto, y curiosamente, este tipo de guías no son nada fáciles de implementar por cuanto necesitan de una habilidad gestáltica para hacer reconocimientos familiares que entra más en lo creativo que en lo algorítmico funcionarial, o sea, que el canon más bien lo establecen los escritores antes que lectores, supongo concluiría.
Huy, no sé yo, a mí me parece que lo peligroso de esta Escila y esta Caribdis no son los monstruos, sino creer que los haya y que, consecuentemente, se debe uno dejar devorar por uno u otro.
Me ha sorprendido la dicotomía planteada por Borges entre escribir con palabras o con ideas. Es, ciertamente, una interesante distinción; pero no creo que sea legítimo valerse de ella más que para divertirse un rato separando las aguas. No se puede escribir sin palabras, no se puede siquiera pensar sin palabras, y un escritor que no les preste su máxima atención no pasará nunca de mediocre; pero está claro que no se puede escribir meramente para llenar un montón de páginas con giros lingüísticos que causen gracia. Lo importante de cualquier obra literaria, me parece, es la conexión que hay entre sus palabras y sus ideas o espíritu, y esa conexión —se descubre siempre, inevitablemente— es tan fuerte que ambas cosas acaban por fundirse y hacerse indistinguibles. Macbeth, sin su monólogo aterrador, no pasaría de ser una lejana figura histórica acerca de la cual nos enteraríamos en los libros de Historia más polvorientos encontrables, asentiríamos con algo de curiosidad y nos olvidaríamos rápidamente de todo lo referente a él. Pero el monólogo, sin la figura de Macbeth para decirlo, no valdría tampoco de nada.
En cuanto a la traducción... Es siempre un problema mayúsculo, qué duda cabe. Personalmente, prefiero leer siempre el original junto a una traducción que me aclare los puntos oscuros.
Hay una relación indivisible entre palabras y ideas, sin duda, claro que el reto es calibrar el nivel de ambigüedad de las palabras.
Por cierto, recientemente he visto representado en red lo que sería el canon filosófico:
Graphing the history of philosophy
A propósito, me acordé de este debate al leer esta entrada de wikipedia después de oír hablar de "el nivel de argonía" de un texto:
El ojo de Argón
Ilustra verdaderamente muy bien los extremos formalistas mal entendidos.
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