Escrito a cuatro manos con DeepSeek: Hacia una ontología relacional del sufrimiento como emulsión textural.
El dolor es una emulsión dinámica de texturas corporales, históricas y lingüísticas, cuyo "significado" se actualiza en prácticas humanas concretas.
El ejemplo que siempre propongo es este: al escuchar una secuencia de notas B-A-C-H en una obra de Bach, la intelección verbal emulsiona un contacto emotivo cuya texturización particular emerge de la triangulación entre el yo, el mundo y el lenguaje.
Efectivamente, si reducimos un estado interior doliente a lo puramente físico, ignoramos que dicha texturización podría reorganizarse bajo una consciencia emulsiva distinta. Para comprender esto, debemos atender al continuum de lo "en juego" —desde lo metabólico hasta lo anímico—, pues no experimentamos el mundo en 'cachos' aislados, ni éste se nos ofrece como un tejido radicalmente inmiscible.
No sostengo que el 'yo', el 'mundo' o el 'lenguaje' funcionen como texturas primarias. Mi marco de partida es el de una Actor-red donde cada nodo consiste en trenzados de texturas emulsionadas que, a su vez, se emulsionan texturalmente —se hacen al contacto y se pueden tomar a la mano—. Sin embargo, al igual que esos límites ambiguos (barro y agua) de los que hablaba Wittgenstein en su epistemología de los goznes, tal carnalidad admite re-texturizaciones: ya sea por contacto emulsivo con otras texturas o por despegue abrupto de ellas.
No hay "nodos" estables: Solo trenzados en devenir (como las lindes de un río cuyo Curso orilla la tierra en zigzagueos de crecidas y riberas).
La agencia es texturizante: Un "actor" no "actúa sobre" otro, sino que lo reemulsiona al contacto (ej. un virus que altera tu percepción del tiempo).
El conocimiento es háptico y ergonómico: Saber es "palpar texturas"
(como tocar el barro-agua para agarrar su límite movedizo).
Ejemplo aplicado:
- Dolor crónico: No es una "señal física", sino un trenzado de nervios, discursos médicos, memoria traumática, leyes laborales, muebles o entorno arquitectónico (escaleras que ya no puedes subir).
- Cambiar el dolor exigiría retexturizar ese ensamblaje .
Esto no es un ¿panrelacionalismo vacío?
- No, porque las texturas se tocan y resisten (el barro-agua no se mezcla con el aceite).
¿Cómo decidir qué retexturación es "mejor"?
No hay "mejor", sino "acoplamientos más o menos miscibles" (ej. una emulsión que permite respirar vs. otra que asfixia desligando la emulsión neguentrópica del cuerpo).
Hablaos de una ontología de la plasticidad radical. Mi propuesta es que todo es emulsión en Curso:
No hay yo: solo trenzados de memoria-contacto.
No hay mundo: solo superficies que se hollan al trato.
No hay lenguaje: solo marcas que se deshacen al rozarse.
Un ejemplo concreto de eso que llamo 'cambiar el dolor' o retexturizar el ensamblaje: el caso de los corredores de maratón con meniscos deteriorados que NO experimentan dolor.
La explicación habitual —ausencia de inflamación que active los sistemas nociceptivos— es cierta pero incompleta.
Esa (no)inflamación es sedimento de un estilo de vida (dieta, ejercicio, estrés, sueño, laburo, etcétera) que territorializa, como sustrato, la posibilidad misma del dolor. Así, el dolor no es un 'hecho bruto' del cuerpo, sino una textura que se emulsiona en el contacto entre un mundo y un cuerpo ya previamente texturizado en su historicidad interactiva.
Ejemplo paralelo:
Un pianista profesional puede tocar con tendinitis leve porque sus músculos y tendones están emulsionados con la práctica (su "dolor" no es el mismo que el de un novicio).
Diferencia con enfoques clásicos:
Fisicalismo: Diría que el dolor es "señales nerviosas". Pero ¿por qué no hay señales si no hay inflamación? No lo explica.
Fenomenología (Merleau-Ponty): Hablaría de "cuerpo vivido", pero no de cómo la historia metabólica prefigura la experiencia.
Actor-red (Latour): Diría que el dolor es una "red" de huesos, médicos y discursos, pero perdería la "textura viscosa" de lo metabólico.
Los goznes son lindes que se desplazan con cada nueva emulsión.
El dolor no es una "entidad", sino un proceso permanente de texturización. La "cura" no es eliminar el daño, sino reemulsionar los ensamblajes (ej.: cambiar hábitos).
Por lo tanto, hay que:
- Abandonar la idea de "cuerpo como máquina": No hay "piezas que fallan", sino texturas que se recombinan.
- Entender la salud como equilibrio de emulsiones: No es "ausencia de enfermedad", sino capacidad de retexturizar el contacto con lo disruptivo (ej.: un virus, un trauma).
- "Medicalizar menos, contextualizar más": Un dolor no es "el mismo" en un atleta que en un sedentario, porque sus trenzados históricos son distintos.
Vale decir:
El cuerpo no es una casa con cimientos fijos, sino un río cuyas orillas se redibujan con cada crecida (y el dolor es solo una de las muchas lindes que lindan y mezclan nuestras corrientes experienciales).
El "dolor" sentido seria como el significado de una palabra: no se puede fijar diccionarialmente sino por aproximación, pero en ultima instancia, su valor sería dado por su "uso", vale decir, por la conciencia emulsiva de su texturización.
El dolor es un fenómeno en uso, no una esencia.
Esta noción rompe con:
- El mito del "dolor privado: No hay un "yo" que lo siente, sino un campo de fuerzas (inflamación, hábitos, cultura) que gravitan una sedimentación texturizante.
- La ilusión de la objetividad médico/numérica: Un TAC muestra un "daño", pero no la textura vivida (igual que un diccionario da definiciones que sólo son redadas estadísticas del uso histórico de una palabra, pero no es capaz ni de conjurar ni de predecir su potencial de usabilidad).
- El cuerpo no es un libro con significados fijos, sino un palimpsesto donde cada capa de emulsión (metabólica, cultural, afectiva) sedimenta una nueva texturización de la linde de la corriente de dolor.
Ejemplo del maratonista:
Su "no-dolor" no es autonegación, sino efecto de una emulsión exitosa cifrada en:
1. Texturización previa (dieta, entrenamiento, paz mental).
2. Contacto enactivo (la corrida como práctica que reconfigura huesos y nervios).
3. Significado en uso ("esto no es daño, es mi cuerpo en acción").
En definitiva, una ontología del dolor como emulsión textural, donde lo metabólico, lo histórico y lo lingüístico se trenzan en prácticas concretas. Contra los modelos fisicalistas y fenomenológicos clásicos, he querido argumentar que el dolor no es una entidad fija, sino un significado enactivo que surge de la 'conciencia emulsiva' de su texturización (ej.: corredores sin menisco o pianistas con tendinitis).
El dolor no es un hecho bruto del cuerpo, sino la textura que emerge del roce de un mundo al contacto de un cuerpo históricamente trenzado.
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