lunes, 1 de noviembre de 2010

Decadencia y caída de los Imperios

El conocimiento de los efectos de la interferencia del gobierno con los precios de mercado nos hace comprender las causas económicas de un acontecimiento histórico trascendental, el declive de la civilización antigua.

Carece de interés entrar aquí a precisar si la organización económica del Imperio Romano era capitalismo o no. En cualquier caso, lo cierto es que el Imperio Romano en el siglo II, la edad de los Antoninos, los “buenos” emperadores, había llegado a una etapa de alta de la división social del trabajo y del comercio interregional. Varios centros metropolitanos, un número considerable de ciudades y aglomeraciones urbanas más pequeñas fueron las sedes de una refinada civilización. Los habitantes de estas aglomeraciones urbanas eran abastecidos con los alimentos y las materias primas no sólo de los distritos rurales vecinos, sino también de provincias distantes. Algunos de estos suministros afluían en concepto de rentas que los ciudadanos ricos retiraban de sus propiedades rústicas. Sin embargo, una parte considerable provenía del intercambio de los productos manufacturados por los habitantes de la ciudad y los artículos ofrecidos por la población rural. Hubo un intenso comercio entre las distintas regiones del vasto imperio. No sólo en las industrias de transformación, sino también en la agricultura hubo una tendencia hacia la mayor especialización. Las diversas partes del imperio ya no eran económicamente autosuficientes, sino interdependientes.

Lo que provocó el declive del imperio y la decadencia de su civilización fue la desintegración de esta interrelación económica, y no las invasiones bárbaras. Los agresores exteriores se aprovecharon de la oportunidad que la debilidad interna del imperio. Desde un punto de vista militar las tribus que invadieron el imperio en los siglos IV y V no eran militarmente superiores que las legiones, que ya les habían derrotado con facilidad en épocas anteriores.

Sin embargo, el imperio había cambiado. Su estructura económica y social ya era medieval. La libertad que Roma reconoció al comercio siempre fue restringida. En lo que respecta a la comercialización de cereales y otras necesidades vitales era aún más limitado que con respecto a otros productos básicos. Se estimó que era injusto e inmoral pedir por el grano, el aceite y el vino –productos esenciales en aquellos tiempos- precios que la gente consideraba superiores a los “normales”, y las autoridades municipales se apresuraron a comprobar lo que consideraban especulación. Por lo tanto, la evolución de un eficiente comercio mayorista de estos productos fue impedido.

Mediante la Annona –lo que equivale a una nacionalización o municipalización del comercio de granos- se trató de remediar la situación, pero sin éxito, empeorándose aún más las cosas. El grano escaseaba en las aglomeraciones urbanas, y los agricultores se quejaron de que el cultivo no era remunerador. La creciente interferencia de las autoridades impedía que se equilibrara la oferta con una siempre creciente demanda.

El desastre final se produjo cuando, ante los disturbios de los siglos IV y V, los emperadores recurrieron a rebajar y envilecer el valor de la moneda. Tales prácticas inflacionarias, unidas a unos congelados precios máximos, paralizaron definitivamente la producción y el comercio de los artículos básicos, desintegrando toda la organización económica. Cuanto más afán mostraban las autoridades en la aplicación de los precios máximos, tanto más desesperada era la situación de las masas urbanas, que dependían siempre de la disponibilidad de alimentos. El comercio de granos y otros artículos de primera necesidad desapareció por completo. Para evitar el hambre, la gente huía de las ciudades; se asentaron en el campo, tratando de cultivar el grano, aceite, vino, y otras necesidades por sí mismos, para el autoconsumo. Los grandes terratenientes restringían, por falta de compradores, las superficies cultivadas, fabricando en las propias heredades –las villae- los productos artesanos que precisaban.

Paso a paso, la agricultura en gran escala, seriamente amenazada ya por el escaso rendimiento del trabajo servil, resultaba cada vez menos racional, a medida que era sucesivamente más difícil traficar a precios remuneradores. El propietario de la finca ya no podía vender en las ciudades, por lo que el burgués perdió su clientela. Se vio obligado a buscar un sustituto para satisfacer sus necesidades mediante el empleo de artesanos por cuenta propia en su villa. Al final, el terrateniente abandonó la producción a gran escala y se convirtió en mero perceptor de rentas abonadas por arrendatarios y aparceros. Estos coloni eran o esclavos liberados o proletarios urbanos que se asentaron en las aldeas y se pusieron a labrar la tierra. Nació la tendencia hacia el establecimiento de la autarquía de cada propietario de la finca surgido. La función económica de las ciudades, el tráfico mercantil, y el comercio de la artesanía urbana, se redujo. Italia y las provincias del Imperio regresaron a un estado menos avanzado de la división social del trabajo. La estructura económica de la antigua civilización, que tan alto nivel alcanzara, retrocedió a un nivel que hoy denominaríamos feudal.

Los emperadores se alarmaron ante un estado de cosas que socavaban su propia situación financiera y el poder militar de su gobierno. Pero su lucha era inútil, ya que no afectan a la raíz del mal. La compulsión y la coacción a la que recurrieron no podía invertir la tendencia hacia la desintegración social que, por el contrario, fue causada precisamente por demasiada coacción y coerción. Ningún romano, sin embargo, era consciente del hecho de que el proceso fue inducido por la injerencia del Gobierno en los precios y por el envilecimiento de moneda.

De nada servía que los emperadores promulgaran leyes en contra quien abandonara la ciudad para refugiarse en el campo: “relicta Civitate rus habitare maluerit.” El sistema de la leiturgia –los servicios públicos que habían de ser prestados por los ricos ciudadanos- sólo aceleró el retroceso de la división de la mano de obra. Las leyes relativas a las obligaciones especiales de los armadores, las navicularii, no tuvieron más éxito en el control de la disminución de la navegación que las leyes relativas al grano en su aspiración de remover los obstáculos que dificultaban abastecer de productos agrícolas a las aglomeraciones urbanas.

La maravillosa civilización de la antigüedad desapareció porque fue incapaz de amoldar su código moral y su sistema jurídico a las exigencias de la economía de mercado. Un orden social está condenado al fracaso si las medidas que requiere su normal funcionamiento son rechazadas por las normas de la moral, son declaradas ilegales por las leyes del país, y perseguidas por jueces y magistrados. El Imperio Romano se derrumbó porque sus ciudadanos ignoraron el espíritu liberal y repudiaron la iniciativa privada y la libre empresa. El intervencionismo económico y su corolario político, el gobierno dictatorial, descompusieron el poderoso imperio, como también, en el futuro, lo harán con cualquier régimen social.
Ludwig von Mises, La Acción Humana, p. 905 y ss. edición española.
Como el transporte de lingotes de metal y de monedas resultaba tan pesado, los mongoles crearon un sistema de transacciones en papel moneda que hacía el comercio mucho más cómodo y seguro.

(...)

Genghis Khan había autorizado el empleo del papel moneda apoyándose en las reservas de metales preciosos y de seda poco antes de su muerte en 1227. Esta práctica se incrementaría de manera desigual durante los años siguientes, pero en tiempos de Monghe Khan se hizo precisar limitar la provisión de papel moneda, mientras que no fue necesario hacer lo mismo con las monedas de oro y de plata. Mongke se dio cuenta de los riesgos que habían corrido los gobiernos anteriores, que habían emitido papel moneda y deuda pública ad hoc, y en 1253 creó un Departamento de Asuntos Monetarios encargado de controlar y estandarizar la emisión de papel moneda. El superintendente de esta sección centralizaba el control para impedir la excesiva emisión de papel y la erosión de su valor debido a la inflación.

(...)

[Años más tarde,] Para facilitar aún más la rapidez y la seguridad de las actividades comerciales por todo su reino, Kublai Khan difundió de forma radical la utilización del papel moneda. Cuando Marco Polo visitó el imperio, el nuevo sistema se hallaba en plena expansión. El viajero veneciano cuenta que el dinero estaba hecho a partir de corteza de morera, de una manera que hoy día identificamos con el papel, pero que por aquel entonces seguía siendo prácticamente desconocida en Europa. El papel moneda estaba cortado en rectángulos de distintos tamaños, marcado con su valor y llevaba impreso un sello bermellón. Su principal ventaja radicaba en que era mucho más fácil de manejar y de cargar en los barcos que las pesadas y voluminosas monedas utilizadas por aquel entonces.

Marco Polo dice que ese dinero era aceptado en todo el imperio, pues "rechazarlo suponía incurrir en un delito castigado con la pena de muerte", aunque la mayoría de la gente "están absolutamente dispuestos a ser pagados con papel moneda, puesto que con él pueden comprar todo lo que deseen, desde perlas y gemas preciosas hasta oro y plata".

[Si bien,] Las autoridades mongolas de Persia intentaron instaurar el sistema de papel moneda en su reino, pero fracasaron porque el concepto resultaba extraño para los mercaderes locales, cuyo descontento estuvo a punto de acabar en una revuelta en toda regla en un momento en el que los mongoles no tenían consigo todas las de ganar. En vez de arriesgarse a sufrir una derrota humillante, las autoridades optaron finalmente por retirar el papel moneda. Allí donde corre el papel moneda, hay más oportunidades de vender y comprar a crédito y, por lo tanto, más posibilidades de que se produzca un desastre financiero.

(...)

[Con el paso de los años,] Los principios en virtud de los cuales la economía había decidido utilizar el papel moneda se revelaron más complejos e imprevisibles de lo que habían pensado las autoridades, y el sistema fue quedando gradualmente fuera de control.

Como último signo de debilidad de la administración mongola, la confianza en el papel moneda se redujo y provocó un descenso de su valor, al tiempo que empujaba al alza el valor del cobre y la plata. La inflación creció a un ritmo vertiginoso, hasta el punto de que en 1356 el papel moneda había perdido prácticamente todo su valor.

En Persia y China, el colapson se produjo rápidamente, en 1335 y 1368 respectivamente. (...) La Horda de Oro de Rusia se disgregó en varias hordas menores cuyo poder fue declinando paulatina, pero constantemente durante cuatro largos siglos.
Jack Weatherford en su libro Genghis Kan y el inicio del mundo moderno, págs. 185, 230, 261 y 312
Nuevo estímulo de la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) puede perjudicar a los consumidores:

Desde que Ben Bernanke, presidente del Banco Central, prometiera en agosto que iba a tomar “medidas no convencionales” para mantener a flote la economía, el precio de los commodities (que se da en dólares) ha aumentado. El crudo ha subido 14% y el oro 8%. Los precios del algodón, el maíz, el azúcar, el trigo y el café también han registrado nuevos máximos en los últimos dos meses.
Leído aquí

8 comentarios:

El Perpetrador dijo...

¿Insinúas con el broche del último texto que vamos por el mismo camino de desintegración económica? La decadencia de una sociedad, en todo caso, no se da por un único factor; reducirlo todo a producción y dinero me parece un poco simplista y con cierto sabor marxista. Más que causa o efecto, en mi opinión las crisis económicas están siempre en simbiosis con crisis de otros tipos: identidad, religión, moral, educación, medioambiental, etc. El imperio romano estaba destinado a disgregarse: por causas económicas que desconocía hasta hoy (y que aún no comprendo demasiado bien), por haber introducido mercenarios en sus milicias, por ser incapaz de integrar en una identidad común a demasiados pueblos vasallos o por haber dejado crecer un nuevo tipo de mentalidad más o menos ácrata a manos del cristianismo. Muy similar a lo que pasa hoy, ¿no?

Y otra cosa: ciertamente no soy un experto, más bien lo contrario, ¿pero es posible dar tantos detalles de la economía de la Roma imperial como hace von Mises y no pecar de poco riguroso? ¿Qué autor romano dejó crónicas tan detalladas como para formarse una idea tan precisa de los procesos financieros y productivos de un pueblo tan lejano en el tiempo?

Héctor Meda dijo...

¡Oh!,creo que las grandes masas son más predecibles que el individuo, por ejemplo, yo no puedo predecir el vuelo de un pájaro pero sí cuando éste viaja en compañia. Aunque resulte contraintuitivo cuanto más grupal o complejo sea un objeto de estudio más fácil será de predecir. Es una cuestión de perspectiva: no puedo saber lo que va a hacer fulanito ahora pero según me distancio temporal y espacialmente de su visión, más posibilidades tengo de predecir lo que va a hacer (v.gr: tener hijos, conseguir un empleo...)

En el caso de la economía, yo creo que aporta limites materiales, como los biológicos, que se superponen a y las más de las veces provocan, las fluctuaciones ideológicas que a la postre no son tan trascendentales en el desempeño de una sociedad.

Para otro ejemplo de análisis materialista de la historia, véase por qué los euroasiáticos han dominado el mundo (desde luego, no por razones ideológicas, ¿o sí?)

El Perpetrador dijo...

Sí, pero la cantidad de detalles que da von Mises y con los que establece una cadena causal complejísima me deja patidifuso. Es como si hubiera leído todos los números de una edición antonina de The Economist. Es decir, me inspira curiosidad saber en qué fuentes se basa un historiador o un economista para establecer explicaciones tan precisas de épocas en las que no había (o no quedan) crónicas tan precisas como las que se dan en la modernidad. Igual me equivoco y sí existen todas esas fuentes. En ese caso el resumen histórico tan prolijo no sería mérito del economista o el historiador moderno, sino del cronista en cuestión.

Héctor Meda dijo...

Te paso las referencias que cita Mises en ese breve texto, por si quieres ampliar o contrastar la información:

- V.Rostovtzeff, The social and economic history of the Roman Empire, Oxford 1926, p.187 [tr. esp, Espasa Calpe, Madrid 1981]

- Corpus iuri civilis, 1 un. C.X.37.

p.d: Me gustaría saber, si tienes tiempo, cuál es tu opinión sobre el último texto de Sequenzas, más que nada, porque a mi mismo no me acaba de convencer y me gustaría saber si se salva algo a pesar de todo.

El Perpetrador dijo...

Estamos en las mismas. ¿Por qué tiene el tal Rostovtzeff más credibilidad que von Mises? Me arriesgo a mostrar una ignorancia supina, y ni siquiera es un tema que me interese mucho, pero no entiendo cómo se puede escribir un libro sobre la economía romana a menos que ya hubiera economistas y comerciantes en la época que dejaran por escrito sus asuntos. Para mí es como hablar del sexo de los ángeles.

Te comenté algo en Sequenzas.

Héctor Meda dijo...

Bueno, ahí entramos ya en la especialidad histórica, más concretamente la vertiente económica y nos salimos de el ejercicio lúdico-diletante que caracteriza este blog, en suma, no soy capaz de satisfacer tus requerimientos de autenticidad. :-(

p.d: gracias por el comment hecho en Sequenzas (me gusta que me interpelen y me lean un texto como yo no puedo leérmelo, imparcialmente y por primera vez)

Chofer fantasma dijo...

Si non è vero, è ben trovato...
Creo que siempre hacemos a los hechos del pasado hablar de lo que nos pasa ahora.
Están mudos, y no sabemos de ellos casi nada. Así que completamos extrapolando con lo que sabemos ahora.
Von Mises hace la gran Gibbon, quien hace la gran Plutarco, y así.

Héctor Meda dijo...

Si no se lee la historia desde el presente, ¿cómo hacerlo?

Si no se lee la historia para el presente, ¿por qué hacerlo?