El problema del libre albedrío es el segundo choque entre la fe y la razón. Schrödinger lo formuló claramente en el epílogo de su libro ¿Qué es la vida? El problema es reconciliar la experiencia humana directa del libre albedrío con una creencia en la causalidad científica. Aquí de nuevo tenemos las mismas tres alternativas para tratar de resolver este conflicto. Pero ahora, tanto la ciencia intolerante como la teología intolerante se oponen al libre albedrío. La interpretación del universo de Jacques Monod como Azar y Necesidad pura, niega el libre albedrío. La teología ortodoxa de un Dios todopoderoso y omnisciente también.
No obstante no es cierto que toda teología niegue el libre albedrío, ahí tenemos el célebre ejemplo de Doctor Angélico quien creía que éramos libres a pesar de la omnisciencia de Dios pues este en su eternidad vislumbra nuestra deambular existencial como nuestra mirada la ladera de una corta montaña a la cual podemos ver en toda su extensión.
Tampoco es cierto que la ciencia niegue el libre albedrío, ahí tenemos el libro de Schrödinger, citado por Dyson, para desautorizarlo; lo que sí creo que es importante dejar claro en cualquier caso es que, contra cierto sentir bastante generalizado, la inexistencia de un hipotético libre albedrío no derrumbaría la posibilidad de una ética y ya no digamos un derecho.
Personalmente aunque considero que en el tema del libre albedrío aún cabe la discusión me inclino por una postura contraria al mismo. Brevemente y sin ánimo de ser exhaustivo aunque sí, si se quiere, de polemizar: Creo que el libre albedrío niega una naturaleza humana entendible desde métodos científicos y al negarlo nos sume en la incertidumbre inherente a un ser humano de comportamiento impredecible, inestudiable.
Además y tal vez sobre todo, tal negación borra los cimientos sobre los que se construiría una hipotética evolución futura. Pensemos, si no, en un sistema adaptativo complejo que al ser guiado y sólo al ser guiado por una mano invisible puede evolucionar ganando en complejidad. Ahora fijémonos en uno de esos sistemas, v.gr: el mercado, el cuál es capaz de crear un orden espontáneo, frente a un increativo caos, siempre y cuando exista previamente un imperio de la ley que liquide ciertos comportamientos cancerígenos contraproducentes para el devenir del sistema.
Pues dicho imperio de la ley en el ser humano serían sus restricciones naturales que se cifrarían en tener ciertos instintos que nos habrían posibilitado el surgimiento de ciertas instituciones siendo tal surgimiento sólo entendible como posible si previamente existen unas leyes, esto es, unos instintos que nos empujan en tal o cual dirección porque de lo contrario, me temo, podríamos seguir pintando cuevas.
Esta línea de pensamiento de que hay una naturaleza humana y que al comprenderla podemos mejorar nuestras instituciones sociales ha sido audazmente defendida -entre otros- por Steven Pinker en un gran libro titulado La tabla rasa en donde se mostraba las nefastas consecuencias de negar la naturaleza humana y cómo dicha naturaleza sólo se puede fundamentar desde ciencias más fundamentales -en el sentido de que sirven de cimiento a otras- como, y principalmente, la biología evolutiva.
Tal naturaleza nos posibilita, como he dicho, una progresiva evolución, una paulatina complejización de la sociedad que hasta ahora ha sido un hecho pero choca y todas las generaciones se han encontrado ese choque, con las peligrosas fantasías idealistas que postulan que las sociedades son como el ave fénix que se pueden incendiar mas luego renacerán.
Si la humanidad lucha contra esa pulsión pirómana, que Hayek dio en llamar cientismo arrogante y que tiene en el comunismo o en las teocracias sus históricas encarnaciones fatídicas (hoy hablaríamos del ecologismo misántropo que juzga a la humanidad como una plaga); si la humanidad, digo, lucha contra esa pulsión tal vez si cabe tal avance de la sociedad, tal gradual complejización.
Y para desechar funestos caminos que de seguirlos nos dejarían encallados (del comunismo, v.gr, dirá E.O Wilson: Bella teoría, especie equivocada) necesitamos de una naturaleza humana fija sobre la que se puedan construir teorías naturales por ende científicas siendo por lo tanto nuestra naturaleza aquella que de algún modo nos sirve de guía a donde debemos ir. Tal guía, tal naturaleza, en mi parecer, desaparece si estamos sujetos a un libre albedrío, si flotamos en un éter, si nuestros devenires son tan impredecibles como las trayectorias de las partículas que conforman un gas, un gas incapaz de otra cosa que la de dejarse invadir sistemáticamente por la entropía, por el caos.
Esta opinión me parece coincidente con la de Spinoza quien curiosamente sí creía defender la existencia de un libre albedrío puesto que creía -posición parecida a la que defienden los compatibilistas- que sólo somos libres cuando obramos según nuestra inclinación.
Así, según nos cuenta Borges, uno de los amigos del filósofo neerlandés consideraba que este no defendía de forma consistente el libre albedrío y le solicitó por carta una aclaración. Spinoza le respondió que
cada cosa quiere persistir en su ser: la piedra quiere ser siempre una piedra, el tigre quiere ser un tigre. Spinoza agrega el ejemplo de una piedra que cae desde un alto promontorio y dice que si la piedra pudiera pensar en ese momento, pensaría: "estoy cayendo porque quiero", y que en esa conciencia estriba nuestro libre albedrío
Para aquellos de nosotros que quisiéramos creer tanto en Dios como en el libre albedrío, la respuesta sociniana es la mejor. Los problemas filosóficos del azar y el libre albedrío están estrechamente relacionados. La teología sociniana se refiere conjuntamente a ambas: el libre albedrío es el acoplamiento del pensamiento humano a procesos de otra forma aleatorios del cerebro. La voluntad de Dios es el acoplamiento del pensamiento universal a procesos que de otra forma serían aleatorios de todo el universo.
2 comentarios:
Estamos determinados a actuar, ergo estamos necesitados a actuar. Éste es el sofisma perezoso, que equivale a decir que, si hay leyes generales, no pueden ser lo bastante flexibles como para incluir causas espontáneas perfectamente insertas en sus mecanismos. En este sentido, de Maistre:
Luego la atracción no puede tener otro efecto en la voluntad que el de aumentar la energía, haciéndola querer más, de suerte que la atracción no podría dañar o molestar a la libertad o a la voluntad; lo mismo que la enseñanza o la instrucción, de cualquier orden que se la quiera suponer, no podría tampoco dañar al entendimiento.
Es curioso como nunca sabes la recepción de tus posts. Este yo creo que se merecía un buen debate y había quedado ignorado hasta tu proverbial aparición.
Dicho esto, es difícil concebir la idea de un ente totalmente autónomo que a la vez se deje incentivar. En puridad si yo soy completamente libre y dicha libertad es intocable nada puede condicionarla.
Es verdad lo que dice Maistre a propósito de la enseñanza (es un buen ejemplo) pero el entendimiento tampoco es libre: sólo puede aprender ciertas cosas (hay otras que no son aprendibles). No es dañable pero digamos que es una cerradura a la que le encajan sólo ciertas llaves y es así como yo entiendo la naturaleza humana como una cerradura válida para una multitud de llaves-acciones pero no una infinitud
p.d: Estoy de acuerdo con tu último post, el diablo es un personaje bastante original y ya no digamos el mito de Luzbel: el angel más bello y el angel caído.
Saludos
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