jueves, 16 de abril de 2009

En busca del Mozart redivivo

Me pasma que haya gente que tenga jucios como el siguiente:

Si Mozart viviese hoy sería, quizás, un compositor de pop.

Memo meme que a veces tiene otras mutaciones en donde Mozart es Beethoven o el pop es rock pero que en esencia a lo que apunta es a una malcomprensión de la magnitud artística de un Mozart (o un Beethoven o un etc.) pues me parece imposible que la torrencial creatividad que despliega un Mozart en su obra fuera desplegable a su vez en una corriente musical tan pequeña como el rock, el pop o el chachachá.

Aclaro antes de nada que hablo de Mozart como podría hablar de -casi- cualquier otro compositor por lo tanto no es que quiera resaltar tanto su inaudita, tal vez irrepetible, creatividad como que si ésta se materializó en la música clásica fue porque ofrecía un abanico de caminos creativos a seguir -cuartetos, quintetos, orquesta-, así como una posibilidad de coherencia estructural -forma sonata, contrapunto, polifonía- que no ofrecían, ni ofrecen materializar otras ramas musicales.

Lo que quiero decir es que no existe la esencia de una obra, o mejor dicho, no existe una esencia independiente de su materialización y es por eso que escuchamos a los barrocos con sus claves no temperados y es por eso que imaginarse a Mozart con una guitarra es tan especulativo como imaginárselo con una pluma escribiendo teatro. ¿Acaso es imaginable la compleja textura sonora de Debussy transcrita en una guitarra? ¿Y los polirritmos de Stravinsky en un politono?

Claro que se puede traducir, maltraducir incluso, a ciertos compositores su obra a estilos rockeros o poperos pero esto me recuerda a una anécdota de Borges el cuál vió representar en cierta ocasión un Macbeth pésimamente traducido, pésimamente interpretado pero en donde al final el genio de Shakespeare se abrió paso de modo que si, qué se yo, el contrapunto de Bach suena bien en, qué sé yo, una guitarra es porque al final siempre el genio acaba abriéndose paso y que conste que no hay duda que se puede hacer arte en términos ultraminimalistas, con un sólo instrumento: las suites para violonchelo y violín de Bach, las Sequenzas de Berio dan fe de ello pero la cuestión es que es más complejo y por tanto un auténtico reto hacer una buena catedral en vez de una excelente casa de veraneo y lo primero sólo se da cuando se maneja una orquesta o al menos varios instrumentos así como cuando se tiene ante sí una bagaje cultural de siglos que manejar, que reflejar sin copiar, que recoger sin perder autenticidad.

Todo ello no impide obviamente que un auténtico artista quiera pasear a su creatividad por todas las vías posibles, por tanto también quiera hacer rock o hacer pop Al fin y al cabo muchos compositores contemporáneos han bebido del jazz, pop o incluso de las bocinas de los coches.

Hay una razón última por la que me irrita esta postura de creer que Mozart sería hoy rockero o popero: es el hecho de señalar tácitamente que el heredero del genio salzburgués, de su música, del valor artístico de su obra estará recogido hoy día en un grupo de rock o de jazz no en la música contemporánea, no en la magnífica obra de un Berio (I,II,III) de un Messiaen (I,II,III), de un Ligeti (I,II,III, IV). A esta gente sólo le puedo decir que abra los oídos, que escuche.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Estas son opiniones heréticas! Rezuman elitismo y desprecio a las artes verdaderamente populares, y la justicia exige que la ofensa sea reparada por su autor acudiendo a las fiestas patronales veraniegas de cualquier localidad española hasta que se retracte.

Ahora en serio, si hemos de buscar seriamente descendencia a la música de Mozart haremos bien en mirar en la llamada "música culta".

Creo que nadie pretenderá seriamente comparar a un rockero con Mozart, pero al periodista siempre le viene a mano una metáfora que permita sintetizar el talento musical: "Mozart", "Beethoven". No hay que tomarlas al pie de la letra, sino por lo que son: metáforas.

Por otra parte, la "música culta" tiene hoy una incidencia muy limitada -siempre fue cosa de círculos reducidos, pero ha perdido algo de su prestigio. Para bien o para mal, es probable que a ojos de una abstracta e informe "opinión pública" los gorgoritos de David Bisbal tengan más de divinal que cien misas sacras.

Saludos.

Héctor Meda dijo...

¿Sólo una metáfora?

Bueno siempre habrá creyentes para cualquier creencia lo que desde luego no es metafórica es la idea de que la música clásica acabó cuando murió -y aquí se inserta diferentes compositores: la mayoría Wagner-, lo cuál no deja de ser una afirmación peligrosamente similar a la de que Mozart hoy sería popero porque si naciera otra vez ¿en dónde tocaría si la música culta está muerta?

Y sí, la música contemporánea está inmersa en una crisis grave, sí, pero extensible a casi cualquier arte salvo, tal vez, la literatura
Pero este ya es otro capítulo difícil de justificar en un sólo comentario.

Bastéme decir, por el momento, que a veces pareciéramos tener con los músicos contemporáneos similares exigencias que si le pidiéramos a Baudelaire que escribiera sonetos petrarquistas. Cuesta creer pero hay que aceptar que Laura no volverá a ser laureada, ni la vida de Jesús convertida en Pasión. Lo cuál no es óbice para que existan grandes fraudes en este mundo (v.gr: Stockhausen). Desde mi humilde parecer, claro.

El Perpetrador dijo...

Prácticamente de acuerdo en todo. Yo creo que si Mozart naciera hoy de nuevo, no contaría con un padre tan estricto ni con una educación tan clásica y metódica y, puesto que no tendría ni mentalidad ni sensibilidad dieciochescas, no compondría cuartetos de cuerda. Pero probablemente estuviera genéticamente predispuesto a lo dionisíaco, al encanto y no a lo sesudo o lo grandioso. Es por eso que no creo que compusiera serialismo integral ni fantasmagorías electroacústicas de semblanza gástrica.

¿Pop? Demasiado simple. Dos minutos no dan para decir todo lo que Wolfgang llevaba dentro. Además de que, según las lecturas psicoanalíticas que se han hecho de su obra (Francisco Delgado, Hildensheimer), caería dentro del estado del yo conocido como el de "niño adaptado", en el cual, en lugar de matar al padre se lo "armoniza", se es obediente y se le seduce mediante zalamería. Por este estado infantiloide de su psiquis es por lo que creo que no haría nada que escapase al influjo de una tradición estricta. No había nacido para ser rebelde: los ángeles no lo necesitan.

Conclusión: si Mozart hubiera nacido en el siglo XX habría sido orfebre o vendedor de castañas asadas.

A propósito de Wagner, fue, si no recuerdo mal, Max Steiner el que dijo de él que si hubiera vivido el siglo XX habría hecho música de cine. En eso sí estoy de acuerdo, aunque seguro que habría insistido en escribir él mismo lo guiones (guiño, guiño). ¿Acaso no estaba pensando ya en la sala de cine cuando cambió el modelo de teatro europeo, dejándolo a oscuras?

Sierra dijo...

Existe una tendencia a poner la música académica (prefiero este término a "culta") en un estanco separado al resto de la música. Hoy escuchaba, sin ir más lejos, una entrevista en la radio en que la periodista parecía sugerir que la música de películas es donde la música "más clásica" —dijo— se acerca al público. Habrá pensado, la mujer, que la música clasica es esencialmente aquella en la que se toca violín (de eso iba la entrevista).

La música acedémica se diferencia de su opuesto radical, el pop, no por tener una orquesta, sino por su mayor complejidad y, por consiguiente, porque se hace necesaria una mayor preparación para oírla.

Recordemos, sin embargo, las brutales diferencias entre el público de entonces y el de ahora. Para la Viena de 1700, la sociedad más musical de la Historia, Mozart no ofrecía ninguna complejidad (hablando a grosso modo: el Réquiem, sus óperas, los cuartetos —depósito por excelencia de las ideas musicales más profundas— eran, sin duda, también entonces material de reflexión) (y hablando también del reducido grupo que podía pagar música (2)). No fue hasta 1725 que un crítico dijo por primera vez que "parece que tendré que oír de nuevo la obra para entenderla", y se refería a la Novena.

Creo que es por eso que, "de las 23 óperas de Mozart siguen interpretándose solo 5; de las 59 sinfonías, 9; de sus obras, que pasan de 600, un tercio de ellas ha sobrevivido al tiempo y a la moda. Tres de sus óperas son todavía hoy más frescas que el Fidelio era entonces ya" (cito a Emil Ludwig). Mientras que, de las casi 200 obras instrumentales de Beethoven (contando WoO), la cantidad de ellas que no vive hoy todavía es despreciable (la Sifonía de la batalla, el balet Prometeo, son letra muerta). ¿Por qué? Bueno, porque la Sinfonía de la batalla fue compuesta sencillamente para agradar al público, lo mismo que esos dos tercios olvidados de la obra de Mozart.

En ese sentido, podría sostenerse que esos dos tercios de Mozart serían hoy poperos.

SIN EMBARGO, el anacronismo es absurdo. En efecto, es desde Beethoven (y, en cierta medida, Paganini) que la música académica ha ido requieriendo un público cada vez más especializado, más culto, más estudiado y experimentado en música; y es eso lo que ha llevado a esa difurcación, que en realidad es solo aparente, entre lo que hoy se llama música académica y música pop, y que entonces no existía.

Podemos tender una difusa línea de suseción que va de Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Wagner y Mahler (1) a la música moderna, cuyo despegue definitivo a la estratósfera llega con la Nueva Escuela. En efecto, el Gran Daño de la nueva escuela a la música fue alejarla, de un sablazo y para siempre, del oyente no especializado —y componer, de paso, semejante basura infecta. Solo ahora esa brecha comienza a soldarse, quizá gracias al cine (aunque le duela a quién le duela; pero pensemos en Glass —que no ha tenido una idea nueva desde Las horas y también tuvo un comienzo de carrera en el ámbito de las chorradas— o, mucho mejor, Nyman, autor de la música de las películas El piano, Gattaca, y de un concierto para chelo y saxofón que, para mí, es de lo mejorcito de la música contemporanea).

Lo cierto es que no toda la música académica es buena, y no toda la obra de Mozart lo es. Como es tan chic, sin embargo, decir que Shönberg es el no va más, hale, ¡a oír dodecafónico!, ¡a rompernos el tímpano! Y como tenemos miedo a tachar de feo algo que parece tan culto, no nos atrevemios a decir que la sonata para violín de Schostakovich suena horrible. Tampoco nos atrevemos a decir que algunas obrillas de Mozart no tienen, a decir verdad, mucho valor; al menos, no más que alguna buena canción de... ¿Elvis Presley?
Esto es porque consideramos a la música académica en un estanco separado y no nos atrevemos, tampoco, a oírla como algo vivo. Y no por vivo, pop. También esa sacralización es responsable de la decadencia de la música y las artes, y quizá la literatura se salve parcialmente, como dice, solo porque los lectores de Harry Potter y Crepúsculo han conservado el tino suficiente para decir de Joyce que «no se entiende un carajo, joder».


(1): Lo que deja fuera a un montón de compositores que amo profundamente, y dentro a uno o dos que me dejan un poco frío: es la línea de la historia de la música, no de los grandes músicos, y eso aun generalizando.

(2): Otra consideración interesante, es que ha disminuido el porcentaje de oyentes de Mozart, pero no así la cantidad. Mucho gritar que se muere la música clásica, pero en el país, tercermundista y en vías de desarrollo en que yo vivo, hay dos casas de música activas (aunque solo una de ellas valga la pena) y una sección de clásicos en cada disquera, por no hablar de tiendas especializadas. Es cierto que la sección "hit del momento" es más grande, pero pensemos también que hace cien años una inmensa parte de la población no tenía acceso a la música (ni callejera ni popular ni nada) y hoy el mercado se ha hecho comparativamente inmenso.
Por otra parte, un número mayor de oyentes de pop hoy significa, a la larga, un mayor público preparado para Mozart.

Héctor Meda dijo...

Se me hace imposible comentar si no es de forma breve todo lo dicho por ti, Sierra pero aunque sea de ese modo, al menos respondo ;-)

Decir que hasta Beethoven la música no era compleja supone obviar que hasta los hijos de Bach la música no era "simple".

¿Es simple la música de Gesualdo -precursos del dodecafonismo-, de Ockenghem -gran maestro de Ligeti-, no hablemos ya del insigne Bach?

Pero es que además el simplismo de Mozart (y por extensión y singularmente del clasicismo vienés) es aparente, es más bien un logro suyo que, por desgracia, ha despistado a muchos melómanos sedientos de, a la postre falsa o superficial, complejidad.

La singularidad de la música culta/académica no surge, efectivamente, del manejo de la orquesta -pensemos en los insuperables últimos cuartetos de cuerda de Beethoven o más recientemente los estudios para piano de Ligeti- sino de la complejidad del material a manejar que, a veces, incluye o incide en el aspecto instrumental. Lo hecho por Debussy, quierod decir, tiene en la orquesta su paradimática materialización. Con Mozart, de hecho, y en conreto con sus óperas podemos decir los mismo.

Por último, en cuanto al hiato entre público y compositor académico es díficil de explicar en un par de líneas -como un par de comentarios atras dije- pero creo que en el caso de la literatura tenemos un ejemplo.

El que la Literatura sera siga existiendo con cierta influencia real en la comunidad de lectores yo no diría que se debe a que los lectores de Harry Potter y Crepúsculo han conservado el tino suficiente para decir de Joyce que "no se entiende un carajo, joder", porque de hecho, eso es lo que pasa en todas las artes y ese es el problema; lo que distingue, pues, a la literatura es que desde Joyce hasta una superventas como Isabel Allende se puede trazar una línea clara de influencia que -esquemáticamente- pasa por Faulkner, Gabriel García Marquez, realismo mágico, y finalmente Allende y que por tanto desde Allende se puede escalar hasta Joyce.

Aunque haya gente que no llegue al irlandés pero sí, al menos, a Faulkner y que conste que esa línea no es una jerarquía de calidad -yo prefiero a Gabo que al norteamericano- sino de complejidad textual.

Por el contrario, no hay modo de descender de un compositor serialista, pongamos, Boulez a Madonna de modo que escuchando a Madonna e interesándote cada vez más por la música no es probable que acabes con Boulez por mucho que te guste la música.

Por el contrario, si empiezas con Allende no es improbable o desde luego no es tan improbable que acabes algún día con Faulkner o incluso Joyce si te gusta leer.

Para mi ese es el quid, que en Literatura es posible, digamos, cierto incremento gradual de la complejidad de lo leído.

Sierra dijo...

Bueno, aunque breve, no menos acertiva la respuesta.

Distingue usted donde yo confundo, con lo que me hace quedar un poco en ridículo. Por supuesto, no toda la música anterior a Beethoven es simple, sobre todo en el sentido que lo dice usted. El Bach de El arte de la fuga ciertamente no puede ser calificado como simple, por nadie que no sufra alguna clase de... serio problema. Tampoco Mozart es, bajo todos los aspectos, simple: basta pensar en algunos de los duetos o cuartetos de Idomeneo, por ejemplo.

En realidad, cuando hablé de simplicidad, me refería al mismo tiempo a dos cosas diferentes.

En primer lugar, la simplicidad musical. Esta no tiene nada que ver con la verdadera calidad de la obra: no por compleja deja de ser una completa mierda la música dodecafónica (para mí, es artículo de fe); tampoco por simple dejan de ser bellísimas, precisamente (es el mejor ejemplo) algunas obras de Mozart. También es precipitada cualquier conclusión que se saque sobre la relación entre complejidad musical en sentido estricto y la relación de la obra con el público: precisamente, las simplesas de Mozart hoy han pasado de moda y solo gustan a quienes están entrenados en ella, de cierta forma, anacrónicos todos: la música clásica (en sentido estricto, clásica) está muy alejada del público sin instruir. Algunas piezas complejas, sin embargo, gustan a todo el mundo: el Laberinto armónico de Locatelli, por ejemplo, es complejo (como su nombre indica) y, sin embargo, gusta en general. Pero, evidentemente, son las obras más fáciles las que el público prefiere; aunque las olvida rápidamente. Por otra parte, la Novena es, quizá, una de las pocas obras artísticas universalmente reconocidas como geniales (lo que no quiere decir que efectivamente lo sea: recordemos que, al momento de su estreno, también hubo quién la vapuleó): sin embargo, parece que el amor universal que se le profesa proviene más bien de la simplicidad de la melodía del cuarto movimiento, que no hay quién no reconozca y pueda tararear —así de simple es.

Lo que Beethoven cambió, realmente, en la música, no es tanto una cualidad intrínseca a ella (aunque solo a través de un cambio intrínseco logró efectivamente cambiar algo), sino una relación de esta con el público. Siempre pienso en los oyentes de Mozart como gente que usaba peluca y coqueteaba mientras Mozart tocaba "deliciosamente" al piano, entreteniendo y haciendo incluso alguna broma sobre el peinado de la duqueza en las pausas. El arte de Mozart es esencialmente decortativo, y creo que negar esta afirmación es difícil. Eso no excluye ni la belleza ni el valor de su música, solo establece una relación intencional con su público. En cambio, es conocida la ira de Beethoven cuando sentía que su público no le prestaba suficiente atención. En una ocasión, al tocar, cerró violentamente la tapa del piano y se largó enfurecido, porque un jovencito flirteaba con una damita al fondo y no estaba concentrado en la música: «como si mi arte» exclamó, «fuese alguna clase de música de fondo» (me tomo libertades con las palabras textuales).

Aunque no estoy tan familiarizado con la música barroca, creo que su función social era, básicamente, igual a la que conservó durante el clascisismo. Beethoven y, en cierta medida, Paganini, cambiaron eso: pero los tiempos estaban maduros para el cambio, o hubiese sido imposible: de otro modo, la actitud de Beethoven no hubiese sido aguantada jamás por la nobleza de Viena.

"Es probable que haya desempeñado [Beethoven] una función, en la historia de la música, afín a la que que, en la historia de la filosofía, Nietzche atribuía a Sócrates: la de sacralizar una práctica hasta entonces exquisitamente laica, por no decir comercial. Lo que sucede con Beethoven es que, por primera vez, y bajo la legitimación del genio, se superponen tres significativos fenómenos: 1) el músico aspira a escapar de una concepción simplemente comercial de su trabajo; 2) la música aspira, incluso explícitamente, a un significado espiritual y filosófico; 3) la gramática y la sintaxis de esa música alcanzan una complejidad que a menudo desafía las capacidades receptivas de un público normal. Como se ve, los tres distintos apartados están firmemente ligados por el hecho de legitimarse recíprocamente". (Alessandro Baricco, El alma de Hegel y las vacas de Wiscounsin).

Ahora bien, es cierto que no puede tenderse un puente entre el serialismo y Madonna; pero sí puede tenderse entre Beethoven y Madonna (por qué no, a través de la espectacularidad escénica wagneriana; aunque el verdadero vínclo viene dado por el valor que se le atribuye a la música). Precisamente, el daño de la Nueva Escuela es que, al convertir la complejidad musical en un fin en sí mismo, separaron la música académica de toda la otra música. La convirtieron en una especie de universo apartado, que solo interesaba a ellos mismos. ¿Cómo va a pretender alguien que un hombre entre por primera vez a una sala de concierto, se enfrente con Shöenberg, y que eso le guste? Un hombre cualquiera, en cambio, podría amar a Beethoven a simple oída, por ejemplo en el concierto para violín, o la sonata Nº14, o, desde luego, la Novena. Eso no excluye la complejidad de dichas obras, no en el primer sentido que lo dije; pero sí en su relación con el público: la sonata Nº14, que hasta se podría describir cursi, se relaciona simplemente con el público.

El puente que hay entre Allende y Joyce también existió en música —pensemos en los cuartetos tardíos y la Sinfonía de la batalla, elevadísimo y popular, obra de un mismo compositor—, pero la Nueva Escuela puso dinamita en los cimientos, lo vio saltar por los aires y eso le pareció exquisitamente artístico, a los muy imbéciles. A ellos debemos que los oyentes de música académica seamos todos unos snobs a ojos de los amables oyentes de Shakira; y que buena parte de los cultores de esta música efectivamente lo sean: unos snobs inaguantables a los que habría que dar una buena zurra, para quitarles sus aires de superioridad moral completamente falsa. La famosa teoría de Adorno acerca de la "industria cultural" no es otra cosa que un intento por hacer lo mismo a todas las demás artes, con mucho éxito en pintura, pero menos en cine y literatura porque, bueno, el cine y la literatura están al alcance del bolsillo de cualquiera que no haya leído a Adorno y se crea mejor por ello. ¿Por qué no admitir que la música de Beethoven tenía también una función comercial? Dios, si la gente supiera lo obsecionado que estaba Beethoven con la pasta, no irían por ahí llenándose la boca con la pureza del arte. Yo admiro a Beethoven sobre todas las cosas, no por ello voy a desmentir que Beethoven haya compuesto para vender, en primer lugar, y luego por amor al arte mismo. Y la aspiración de que el artista sea más que solo un productor de obras vendibles no pasa muchas veces de eso, aspiración. Y, a veces, cuando se concreta, acaba también en lo casi ilegible, como en los cuartetos tardíos, que están lejos del alcance del públcio.

Si la Nueva Música hubiese conservado algún vínculo con la realidad, también sería posible llegar de Madonna a lo más destilado de la academia. Que no sea posible es un síntoma de lo podrida que estuvo la academia del siglo pasado, no de la calidad de su obra. Esa idea, espero, se está haciendo comprender lentamente.

Tengo la impresión de que perdí el hilo hace rato, así que mejor pondré punto aquí.

Héctor Meda dijo...

Sierra,

No soy muy amigo de encontrar músicos trascendentales que cambiaran para siempre la música. Beethoven sí disfrutó de una época en donde, por alguna extraña razón, el público cambió su forma de ver al músico. El Perpetrador dejó en su momento un comentario en este blog en donde intentaba explicar tales cambios sociológicos.

Puedo conceder que hay verdades parciales en ello pero no desde luego en que Beethoven o cualquier otro entendiera la música de una forma más sacralizada que el resto.

Pensemos que Mozart, el infantil (ciertamente no lo era) Mozart, recibió un puntapié del arzobispo de Salzburgo por quejarse aquel de que los invitados a una fiesta no escuchaban su interpretación sino que se dedicaban a charlar.

A partir de ahí, de hecho, sí que un cambio sociológico en la historia musical pues el músico vienés fue el primero en componer sin el patronazgo fijo de nadie.

Otras tantos ejemplos podemos encontrar en la historia de la música contrarios a la idea de que lo que Beethoven cambió, realmente, en la música, no es tanto una cualidad intrínseca a ella (...), sino una relación de esta con el público.

En ese sentido el texto citado de Baricco me parece wishful thinking por no decir directamente otra cosa y es que basta pensar en un Bach que dedicaba a la gloria de Dios todas sus obras para entender que la sacralización de la música, el entender esta como un Arte con mayúsculas ha sido patrimonio de todos los grandes músicos, desde el propio Bach, quien firmó una Pasión según San Mateo que cada vez que la oía el loco de Nietzsche le entraban ganas de volver a crer en Dios, hasta un Mozart profundamente masón y por tanto católico, quien firmó un Requiem que es, a la postre, un canto a la vida como sólo alguien, que cree la música es el mejor modo de transmitir lo inefable, puede firmar.

Dicho esto, Beethoven sí que alumbró nuevos caminos dentro del mundo de la música, caminos que aún REcorren gran parte de los músicos actuales, sean poperos o no y en ese sentido yo también veo un hilo -tenúe, todo hay que decirlo- entre Madonna y el sordo de Bonn pero no desde luego entre el dodecafonismo y, yo diría incluso, Beethoven.

Digamos que entre ambas formas de entender la música hay un hiato que hay que superar a fuerza de voluntad no por la inercia embriagadora de la propia música por lo que así se entiende gran parte del divorcio entre el público y el artista.

Sierra dijo...

Sí, pero los ejemplos a los que hace referencia son, precisamente, de la música sacra. Según Baricco, lo que habría hecho Beethoven es contribuir, precisamente, a la sacralización de la música laica. Si comparamos la Missa Solemnis con el Réquiem, saltan más a la vista los parecidos que la diferencia; pero si comparamos la Hammerklavier con cualquier sonata de Mozart, resulta también evidente que ahí hubo un salto. Eso, como he dicho, no resta belleza a Mozart; pero sí hace que contemplemos de diferente modo la función social de la música; que en las misas como en la música de Bach (dedicada, bien dice, a Dios) no experimentó ningún cambio.

Ahora, tampoco soy amigo de decir «Fulano vino y, como era tan macanudo, cambió todo lo que había antes; y todo lo que vino después se lo debemos a él». En el caso de Beethoven, me inclino a creer que los tiempos estaban tan maduros para el cambio que introdujo, que de no haber sido por él, habría sido otro cualquiera el encargado de encarnar su figura. Tampoco sería justo decir que Beethoven cargó con la tarea solo: basta recordar la profusión de músicos que vivieron en su época y le hicieron sombra (en el caso de Paganini, a él sí podemos atribuir la sola responsabilidad de haber creado el moderno arte del virtuoso; y cito a Perlman, que hay un antes y después de Paganini). Eso no quita, que no se trató de otro músico cualquiera, sino precisamente de Beethoven.

Es en esa sacralización de lo laico que pensaba la nueva escuela al emprender sus travesuras. Sin embargo, esa gente confundió "sacro" con "ilegible". También pensaban de ese modo sacralizante poetas como Rimbaud —aunque pueda argumentarse que la poesía siempre tuvo, en parte, ese papel—. Y sus efectos podemos compararlos con los de la Nueva Escuela, ¿no?

Bien, leeré con atención el comentario del Perpetrador.

Por cierto, la palabra de verificación del blog es "tumeas".

Héctor Meda dijo...

Humm...

¿Una sacralización de la música laica?

En el caso de Mozart, el Arte entendido con mayúsculas, la transmisión de los valores masones, no sólo se hace a través de la música sacra (en donde siempre se movía muy encorsetado) sino en todos aquellos géneros en donde mejor se desenvolvía, especialmente en la ópera.

Ahora bien, la sacralización venía por transmisión de valores más o menos religiosos pero en el caso de Beethoven ¿había una sacralización laica? ¿Una suerte de nueva espiritualidad? No lo sé, habría que estudiarlo sí es cierto, no obstante, que ya en el clasicismo vienés, ya incluso cuando Bach, no digamos entonces cuando Beethoven, hay una crisis de valores religiosos e incluso políticos (recordemos: revolución francesa) que desde luego tiene que notarse en algo, de algún modo, por alguna forma, en la música.


p.d: Gracias por la aclaración de lo del incicente de Teplitz. La verdad es que todas las anécdotas ingeniosas habidas y por haber en el s.XIX se le han imputado a Beethoven, incluidas las falsas. En el s.XX eso ha pasado y paso con Einstein.

Sierra dijo...

Bueno, sacralización se entiende aquí de modo bastante laxo. Es, desde luego, un problema valórico. La sacralización de la música consiste, en cierto sentido, en hacer de ella un fin en sí mismo, o algo que debe ser apreciado no como música de fondo, sino —de nuevo— por sí mismo. Considere la distribución de la casa de ópera clásica: la vista de los palcos es, principalmente, hacia los otros palcos. En el teatro wagneriano, todos los asientos debían tener la misma perspectiva del escenario. Lo considero un cambio sumamente significativo.

Ahora bien, en el caso de Mozart, los valores masónicos tienen, justamente, un caracter sacro. La música sirve, en "La flauta mágica" (v. gr.) para transmitir algo sacro. Sin embargo, en Beethoven (es lo que postulo, con Baricco) lo sacro a transmitir no iba dentro de la música, sino que era la música misma. Desde luego, como indicaba el Perpetrador en el otro post, es el espíritu de la época, la Revolución y el romantiscismo: el artista como hombre cercano a Dios, que oye sus palabras, recibe la inspiración de las musas, y todo ese rollo. Sí, todo tiene que ver con una crisis de valores... lo usual.

Sin embargo, también me parece significativo que la ópera seria de Mozart siempre haya tenido ese caracter. Idomeneo, bastante temprana, hiela la sangre en algunos fragmentos: nada que ver con el Mozart bufo. ¿Tiene esto que ver con la posterior desaparición de la distinción entre la ópera bufa y seria? Yo creo que sí. Y, "La flauta mágica", cargada de valores masónicos, ¿es una ópera bufa o seria? Oyendo el aria de Papageno nos inclinamos a decir que es Bufa, pero el paso de Tamino a través de los elementos no tiene mucho de bufo. Por cierto, a mí me parece que Mozart es, en el terreno de las óperas, el mejor. Los italianos no son sino vulgares, y Wagner un pesado: Mozart muestra, en la ópera, el espíritu más elevado.

Pero mire, un cuarteto de Mozart puede ponerse perfectamente como música de fondo en una fiesta; ¿pero se imagina el Razumowsky de música de fondo? Los invitados se irían escandalizados. El Razumowsky requiere la atención plena de sus oyentes, y no sirve como fondo de nada: oblitera la posibilidad de hacer otra cosa, que no sea oír el Razumowsky..., a no ser que se sea un torpe. Puede oír usted una sonata de Mozart y deleitarse mucho; pero puede no oírla, dejarla caer al fondo de su consciencia. Un pianista interpretando la Hammerklavier no podrá nunca ser ignorado.

Mierda, de nuevo perdí la concentración y estoy dispanrando ideas al tuntún.

Se me ocurre un último ejemplo. En la película "El violín rojo", una de mis favoritas, el violín pasa siglos en un monasterio, donde sólo Dios va a oírlo. Sin embargo, por la época de la muerte de Mozart, aparece un talento extraordinario, y los monjes del monasterio ya no consideran que una música tan bella deba pasar solo para que la óiga Dios: lo envían al mundo: han dejado de ser monjes, la música es ahora un fin en sí mismo. Ello solo podría haber sucedido si se hubiese desprendido la música de su caracter mundano y hubiese adquirido valor de cosa sagrada.

Siento que lo fundamental de su último comentario se me escapa entre los dedos, pero...

Sierra dijo...

Ya está, recordé l oque iba a decir (por cierto, con esto termino, para no dar más la lata).

La palabra clave no es "sacro", sino "mundano". Desde luego que a la música de Bach, hecha para honra de Dios, no se le puede atribuir una función mundana. A Mozart, en cambio, sí; pero no en cuanto intenta transmitir los ideales masónicos, pues ese no es un fin mundano. La intención de Beethoven es librar la música de esa concepción meramente decorativa, elevarla a lo sacro. No ya para honra de Dios, sino poniendo la honra de Dios al mismo nivel que la música laica. El Réquiem de Mozart no puede comprarse a sus sonatas; la Missa de Beethoven sí puede comprarse a la Hammerklavier. ¿Y no es significativo que Beethoven estrenara la Misa en do junto a obras laicas, como la Fantasía Op. 80, el concierto Op. 54 y la Quinta, ente otras obras? En la época de Mozart, ello no hubiese sido admisible.

Otra escena significativa: todo lo relacionado con la sonata de Vinteuil en "En busca del tiempo perdido". También considérese el trato que se da, en la misma obra, a la gente que habla de Wagner como de... bueno, hay que ver cómo habla la gente acerca de Wagner en ese libro.

Eso, ¡finito!